CONTROL DE NATALIDAD Y DEMOGRAFIA, por José Sánchez Parga
Quito. 12.11.90. (Opinión). Uno puede cuestionar las apuestas
y presupuestos económicos-polÃticos embestidos en una campaña
sobre el control de la natalidad, como la emprendida por
Fujimori en el Perú. Pero ello no significa ser sordos a la
alarma demográfica en el mundo, y de manera más grave e
inmediata en nuestros paÃses; y tampoco pasar de largo en la
polémica desatada entre el gobierno peruano y la jerarquÃa de
la Iglesia católica. Asunto de tal Ãndole nos concierne a
todos.
En los paÃses desarrollados ha sido el mismo desarrollo, entre
otros factores, el que ha regulado las tasas de crecimiento de
la población. Sin embargo, el control de la natalidad como
una forma de planificar el crecimiento demográfico sigue
encontrando serias resistencias en una tradición moral
sostenida por la Iglesia católica, de manera particular en los
paÃses más subdesarrollados.
Más allá de las posiciones enfrentadas en el debate, y en las
que pueden estar jugándose principios de autoridad, de poder y
de influencia, hay cuestiones de fondo, que requieren ser
revisadas o por o menos ventiladas. El desarrollo de las
ciencias, de la filosofÃa, de la sociologÃa y de la ética, y
hasta los profundos cambios operados en las sociedades humanas
obligan a repensar los argumentos implÃcitos en las posiciones
anti-contraceptivas.
Un primer escollo polémico es atribuir a las relaciones
sexuales una prioritaria función reproductora, relegando la
relación personal, el vÃnculo humano y social, entre el hombre
y la mujer a un plano secundario. Esta concepción, válida
para otras sociedades de otras épocas de la historia, se ha
modificado desde hace mucho tiempo en la mayor parte de las
sociedades humanas. La unión de un hombre con una mujer no es
una mera copulación reproductora, y tampoco es siempre y
necesariamente la unión de dos progenitores. Posee otras
valoraciones: la de una relación personal, sobre la cual se
han construido y desarrollado las relaciones sociales.
Un segundo aspecto en discusión, muy ligado al anterior, se
refiere al respeto de la transmisión de la vida humana. Ahora
bien, la noción y la palabra "vida" tiene significados
distintos: no es lo mismo la vida de una planta, la vida de un
animal, la vida de un espermatozoide, la vida de un feto
intrauterino, y la vida de un niño de tres años, el cual es ya
sujeto de relaciones personales y de derechos humanos.
Ciertamente que un espermatozoide en el momento de ser
concebido se convierte potencialmente en un ser humano; pero
sólo como sujeto de relaciones humanas y de derechos humanos
se constituye realmente en persona humana. Y es precisamente
esto lo que hace que dos progenitores se conviertan a su vez
en un padre y una madre.
En conclusión, no es una vida genérica, sino la vida de
personas humanas lo que toda sociedad, su ética y su moral y
su religión tienen la obligación de proteger y de garantizar
su desarrollo.
En el control de la natalidad y en el problema demográfico
está en juego la calidad de la vida humana, y las mismas
condiciones de vida y muerte de personas concretas en
sociedades concretas. Y si no hay condiciones para garantizar
una vida humana, nadie deberÃa estar obligado a engendrar esa
vida. Injusta será siempre una transmisión de la vida, que no
sea también transmisión de los más elementales derechos
humanos. Y dar la vida en condiciones de muerte inminente
-teniendo en cuenta los elevados Ãndices de mortalidad
infantil en tantos paÃses- más bien deberÃa ser penalizado.
Pero puesto que la sociedad no puede penalizar tanta
paternidad y maternidad irresponsable, deberÃa gozar si no de
la obligación por lo menos del derecho para precaverlas.
La ausencia de polÃticas sociales contraceptivas ha dado lugar
a un problema y a un drama humano mucho más grave: el aborto.
La cuestión del abortoha sensibilizado los medios católicos
para repensar la moral de las relaciones sexuales. (A-4).