BERLIN: HISTORIA DE DOS MITADES, por Javier Ponce Cevallos
Quito. 04.11.9O. Por primera vez, en la historia moderna, una
ciudad deberá recomponer sus dos mitades, que sobrevivieron
desgarradas durante cerca de medio siglo. Es una empresa
insólita. Y desconocida. Por tanto, plantea situaciones
desconcertantes y nuevas, problemas que son difÃciles de
imaginar desde afuera.
Pero BerlÃn, aparentemente, fue siempre una ciudad que creció
en el seno de los conflictos históricos... Desde que los
comerciantes de pieles, cueros, cobre y latón, se instalaron
hace más de 750 años, allà donde sólo habitaba una tribu
eslava de agricultores, hasta que en 1848 protagonizó una
revolución testimoniada luminosamente por Karl Marx.
Desde entonces, conocerÃa el imperio, la dictadura, la
democracia, el fascismo, la resistencia y la ocupación.
Hoy, el muro ha caÃdo, en la solitaria y extensa explanada
frente al Reichstag donde se festejó la unificación a
principios de octubre pasado, el otoño deja sus huellas y se
respira un aire de espera... ¿Volverá BerlÃn a ser la capital
de Alemania?
Pero cuando decimos que BerlÃn creció en el seno de los
conflictos históricos, nos estamos refiriendo no al modo como
pudo haberlo hecho Paris, donde las hazañas militares y
polÃticas dejaron como secuela una ciudad monumental. No.
BerlÃn testimonió los afanes y los conflictos de las gentes
simples, no solo de los poderosos. Tal vez por ello, es una
simple hipótesis, su centro histórico, no será jamás su centro
y BerlÃn seguirá siendo, unificada y todo, ese conjunto de
espacios diferentes y autónomos que es hoy. Al Este, la ciudad
monumental prusiana con las huellas en sus muros de un
socialismo que casi no la entendió; al Oeste, ajena al boato
de las burocracias de todas las capitales, la vida es de una
intensidad inusitada.
(r)BerlÃn -escribe un periodista francés- no tiene, en efecto,
nada de aquellas ciudades que han madurado lentamente, en
torno a un centro constantemente recuperado, hasta desbordar
sus fortificaciones y convertirse en metrópoli¯.
Las lÃneas del tren metropolitano pasan indiferentes la
antiguas fronteras entre el Este y el Oeste. Para quien la
visita por primera vez es imposible reconocer el lugar donde
se trazó la división, pero hay algo que nos dice que hemos
cruzado del uno al otro lado: el aire de una ciudad
enormemente vieja y grande que está hoy vencida, solitaria,
triste, al Este. La constante agitación y luminosidad
artificial que recubre de fiesta las entrañas de la ciudad al
Oeste.
En el pórtico del Museo Pérgamo al Este, los jóvenes, en un
gesto de aguda sátira y descarnada crueldad, venden como
recuerdos turÃsticos las últimas escarapelas de Marx y Lénin,
las condecoraciones del Ejécito Popular que guardaron sus
padres, las monedas de la fenecida República Democrática y las
ediciones populares del marxismo... Están apenas quebrando su
pasado, para asomarse a la fiesta capitalista.
Entretanto al Oeste, al pie de las ruinas de la Iglesia del
Kaiser Wilhelm, la juventud vencida por el capitalismo, al son
de un jazz electrizante y tal vez de un gramo de cocaÃna, se
contempla desolada a sà misma.
¿Será posible unificar dos espÃritus con historias tan
distintas?
En la mitad de la vÃa, frente al Zoo Palast, un pequeño
vehÃculo (r)Trabi¯ construÃdo en las obsoletas fábricas de la
Alemania Oriental, se ha quedado atorado interrumpiendo el
tráfico. ¿Su conductor -venido de BerlÃn Este- siente
vergYenza y rabia? ¿Los transeúntes - habitantes del Oeste- le
observan con sorna o pena? ¿Qué ocurre en el fondo de aquellas
gentes? ¿Podrán las actuales generaciones superar sus
conflictos Ãntimos?
Las fantasmales estaciones de un tren
Los problemas de la unificación van, desde llegar a a
articular un solo sistema de tránsito, una sola policÃa, una
sola administración de justicia, instalar un solo correo...
Y mientras un equipo de televisión descubre en el subsuelo de
la frontera entre la ciudad del Este y del Oeste, las
estaciones del tren metropolitano que se interrumpieron
sorpresivamente el 13 de agosto de 1961, recubiertas todavÃa
con los fantasmales carteles de la publicidad que se quedaron
afichadas allÃ, los directores de las bibliotecas nacionales
de los dos lados no se separan por semanas, para intentar unir
los fragmentos, reconstruir las referencias bibliográficas;
porque mucho de lo que se quedó en BerlÃn-Oeste no era posible
entenderlo sin aquello que quedó en los anaqueles de BerlÃn
Este.
Después, habrá que ver cómo se unifica el costo del transporte
público si los salarios todavÃa no son los mismos y cuánto
costarán los museos, si para entrar al increÃble Pérgamo se
paga hasta hoy una tarifa mucho menor que para mirar en Oeste,
en el museo egipcio, el rostro que ha permanecido fresco
durante milenios, de la Nefertitis.
En BerlÃn, respira Alemania
Nos preguntamos nuevamente: ¿volverá BerlÃn a ser la capital
de Alemania?
Cuando preguntamos en Bonn qué pensarÃan de trasladar la
capital a BerlÃn, nos responden con una rotunda negativa. Si
lo hacemos en Munich asomarán al rostro de nuestro
interlocutor los sueños bávaros de autonomÃa. Cuando lo
hacemos en BerlÃn, nos responderán que, aunque el gobierno no
se traslade de Bonn a BerlÃn, esta última será siempre la
capital histórica.
Y aquellos que no quieren el traslado se dan de bruces con lo
que, durante estos 40 años del muro, fue el constante
discurso: Bonn será solo la capital hasta cuando se cumpla la
utopÃa de la unificación. Asi se lo proclamó, a los cuatro
vientos, el 3 de noviembre de 1949: (r)según la voluntad del
pueblo alemán, el gran BerlÃn hace parte de la RFA y es su
capital¯.
Pero más allá de esa polémica llena de zancadillas, la
división de BerlÃn fue el sÃmbolo de una patria partida en
dos; el muro de BerlÃn les recordó siempre a todos los
alemanes que, para ellos, la guerra no habÃa concluido; la
caÃda del muro fue el preámbulo histórico de la unificación;
frente al parlamento en BerlÃn, el histórico Reichstag, se
proclamó la unificación el 3 de octubre...
(r)En BerlÃn -escribe el periódico francés Liberation- Alemania
encontrará su identidad perdida... Allà vuelve a ser un paÃs
como los otros¯.
Allà entonces, tomarán cuerpo todos los problemas de la
difÃcil unificación. Una unificación festejada por el mundo
entero, pero calificada también como precipitada por
importantes sectores, sobre todo de la intelectualidad, en
Alemania. Una unificación en la que la República Democrática
prácticamente no aporta nada, sino que (r)bajo la energÃa de la
desesperanza aspira a fundirse lo más posible dentro de la
otra¯. No en vano, de los cuatro (r)lands¯ que componen la
ex-Alemania Oriental, en tres triunfó ampliamente el propulsor
de una unificación hecha a la medida de la República Federal,
Helmut Kohl.
Nos despedimos de BerlÃn. El taxista que nos lleva al
aeropuerto es nativo de la parte oriental, el guÃa es de la
occidental. A los pocos minutos, el taxista iniciará una agria
polémica sobre la ruta que debÃamos tomar. Detrás de la
polémica, está el alemán oriental que no deja de sentir una
cierta inferioridad, un cierto rencor, un deseo de conocer el
laberinto y el frenesà de oeste, mejor que nadie.
Allà quedan las dificultades de enfrentar un proceso
absolutamente nuevo y que pasa también por entre los pliegues
de una compleja vida cotidiana... (C-1).