Quito. 01.04.94. A ese individuo que no acaba de ser ni ángel ni
animal lo llamamos hombre. Cuando ama se comporta como la mayoría
de los seres de su especie, los mamíferos, y se diferencia poco
de sus parientes más próximos: los grandes monos. Cuando se
establece en el amor, sin embargo, genera una complicada maraña
de actitudes culturales y de reacciones psicológicas a veces
contradictorias que, para bien o para mal, le han venido
condicionando desde que abandonó el periodo de supervivencia
individual, si es que éste existió alguna vez.

Esa indecisión, esa situación en tierra de nadie, ese
desdoblamiento de personalidad entre Dios y la bestia, entre
Jeckyll y mister Hyde, lleva arrastrando una vieja polémica entre
espiritualistas y materialistas, entre sexo y amor espiritual. De
momento, el enfrentamiento ha venido decidiéndose más bien a
favor de los creyentes en el amor puro idealizado, que han
conseguido introducir su ideología en la mayor parte de las
grandes religiones y los poderes sociales. Y lo que es peor, han
acogotado a sus oponentes, creyentes en la materialidad del ser
humano que siempre han tenido una connotación de rebeldes y
extravagantes que la gente bien debe rechazar con indignación.

Por desgracia para los seguidores del amor puro, los científicos
y los sociólogos no dejan de echar jarros de agua fría sobre sus
ideales. Desde hace unos cuantos años los neurobiólogos han
conseguido demostrar que lo que llamamos <> no es más que
una serie de descargas eléctricas en el sistema nervioso del
hombre que provocan la segregación de una serie de sustancias
similares a las anfetaminas. Y lo que es peor, este proceso tiene
una duración limitada que los expertos calculan en unos cuatro
años. Las estadísticas sobre divorcios son contundentes: la
mayoría de las separaciones se producen precisamente a los cuatro
años de convivencia.

A su vez, los psicólogos constatan que la mayor parte de las
consultas que reciben día a día son realizadas por personas
que se encuentran traumatizadas, en mayor o menor medida, por una
convivencia que ya no tiene un significado amoroso y que comienza
a partir de un determinado periodo del matrimonio. Síndromes de
angustia, de sentirse encerrado, de vivir en la mentira y la
hipocresía y sentimientos de culpabilidad por cometer adulterio
son algunas de las consultas más frecuentes.

En una encuesta realizada en Francia en 1991 entre mujeres
divorciadas, la mayoría de ellas coincidió en responder que su
matrimonio se había terminado <>. Las
discusiones fuertes habían llegado a partir de los cuatro años,
es decir, desde el momento en que según los biólogos había
desaparecido la química del amor.

En España, María Dolores H., una divorciada de 36 años que
mantuvo su matrimonio durante 11 años, dice: Hubo una diferencia
muy grande entre los primeros años de matrimonio y los que
siguieron después. Al principio nos deseábamos y cualquier
diferencia se pasaba pronto y, como suele decirse, se resolvía en
la cama. Luego, los dos nos esforzamos en continuar juntos, sobre
todo por que habíamos tenido una niña, pero era evidente que ya
no había atracción. El comenzó a tener aventuras con otras
mujeres y yo me refugié en cuidar a la niña. Cada vez que se
hablaba de separarnos, mi marido y yo lo rechazábamos diciendo
que en realidad, nos queríamos y teníamos una buena y tranquila
relación personal. Los contactos sexuales se fueron espaciando;
primero, dos veces por semana y luego una o menos. Llegamos a
pasar meses enteros sin hacer el amor y, al final, decidimos
divorciarnos.

Ese drama cotidiano se traduce en el laboratorio como un proceso
que comienza en el cerebro. José María Rodríguez Delgado,
catedrático español de Neurobiología y profesor en la Universidad
norteamericana de Yale, acaba de publicar Mi cerebro y yo
(Ediciones B) en el que aporta parte de sus interesantes
experimentos sobre la estimulación eléctrica del cerebro. En sus
propias palabras, el amor no está en los genitales, sino en el
cerebro. Según estas pruebas realizadas con monos machos, una
adecuada estimulación del hipotálamo cerebral de esos animales se
tradujo nada menos que en 49 actos sexuales en una hora. También
en el hombre, tras una descarga eléctrica ante un ser del sexo
contrario (o del mismo si el individuo es homosexual) se produce
una liberación de productos químicos que, en palabras de un
experto, atiborran el cuerpo de sustancias, muchas de ellas con un
efecto parecido a las anfetaminas. Es decir, producen una
sensación de felicidad y optimismo.

Rodríguez Delgado lo explica: < químicas y es el conjunto de ellas lo que produce un efecto
determinado en la conducta>>. Y añade: < un elemento cultural. Tienen que enseñarte a amar de la misma
manera que te enseñan a controlar los esfínteres. La cultura se
mete dentro del cerebro en lo que se denomina el sistema
referencial y con él interpretas las percepciones sensoriales de
tus ojos y tus oídos>>. No obstante, su conclusión es clara: < interés sexual y la conducta personal tienen bases genéticas y
neuronales que son más poderosas que la cultura del medio>>.

Lo grave es que esas sustancias químicas parecidas a las
anfetaminas tienen un proceso parecido al de éstas drogas: el
cuerpo acaba acostumbrándose y el cerebro obliga a segregar una
dosis cada vez mayor. Al final, el organismo se habitua al máximo
que pueden producir y es entonces cuando se acaba el interés y en
muchos casos la relación. Es ese proceso de inevitable
agotamiento el que los científicos calculan en unos cuatro años.

No obstante, aún se ignoran muchas cosas del proceso, porque,
como dice el doctor Santiago Deseux: < que ocurre debajo del cráneo. El cerebro es un gran desconocido.
Una excelente y maravillosa computadora de la que desconocemos
muchas cosas. Lo que sí sabemos es que la atracción amorosa
influye en el hipotálamo, el cual a su vez influye en la
hipófisis, que envía estimulos a la vagina de la mujer. Pero
todavía no sabemos qué es realmente lo que sucede en el
cerebro>>.

Ese desarreglo de la conducta y la química interna a veces tiene
otras curiosas consecuencias. Rodríguez Delgado dice: < enamora la gente hay una secreción de adrenalina y eso hace que
el corazón lata más deprisa. Por eso se asignaba el amor al
corazón>>.

También es conocido el proceso en la vida cotidiana. Salvador
Jiménez Vives, un funcionario de 43 años, que se ha casado dos
veces y ha tenido varias relaciones más o menos duraderas,
explica así sus vivencias: < amorosa haya mantenido el misterio, la exaltación y el interés de
los primeros meses. Yo siempre he tenido una excelente relación
con las mujeres con las que he vivido, pero el sexo es otra cosa
y eso no dura demasiado>>. La sexóloga Rosario Mora dice: < amor es menos intenso y sexual que el enamoramiento>>.

En apariencia, lo que está ocurriendo actualmente es que el ser
humano sufre un desfase entre su modo de vida social -incluidas
las leyes que regulan el matrimonio, la familia y el divorcio- y
los nuevos descubrimientos científicos, mucho más audaces que los
lentos cambios legales. Por ejemplo, parece que la consideración
histórica del matrimonio como algo estable e incluso duradero de
por vida debe ser reconsiderado a la luz de los descubrimientos
recientes. La recurrencia al divorcio, cada vez más frecuente en
el mundo occidental, ha venido actuando como el colchón entre
ambas situaciones (amor establecido y amor libre), pero tampoco
puede ser considerada la solución definitiva.

Es una situación nueva. Sólo hay que remontarse unas cuantas
décadas en este siglo para descubrir que los impulsos sexuales
estaban supeditados a las costumbres y las leyes. Una mujer
contraía matrimonio y desviaba su insatisfacción hacia las tareas
domésticas; el hombre paliaba su desencanto con más o menos
frecuentes adulterios.

Rosario Mora dice a este respecto: < gente cambia. En cuestiones sexuales está cambiando a mucha
velocidad. Lo que ahora se piensa o se habla en la calle sobre el
sexo no tiene nada que ver con lo que se decía hace diez años o
con lo que se dirá dentro de otros diez. Estamos en una fase de
cambio hacia mejor, hacia esa diferencia de los campos amoroso y
sexual.

Claro está que aún quedan los defensores del romanticismo,
paladines de esa otra cara del hombre inteligente y concienciado.
La escritora María Jaén dice: < quiera explicarlo todo y, entre todo, el amor, puesto que muchos
lo entienden como enfermedad (un estado de idiotismo, especie de
enajenación mental transitoria). Pero una prefiere seguir
pensando en el amor como algo misterioso, que no pertenece al
cuerpo, sino más bien al espíritu, al lugar donde viven los
sueños, los deseos y que, por lo tanto, se escapa a cualquier
investigación científica>>.

Es una vieja historia de la cultura occidental. Fueron los
trovadores de la Provenza francesa, hacia el siglo XIII, los que
inventaron el arte del cortejo e introdujeron el amor ideal en la
vida cotidiana que algunos románticos del siglo XIX llevaron al
delirio. Durante muchas centurias ni la religión ni los
encargados del orden social se mostraron dispuestos a considerar
el sexo más allá de su imprescindible función reproductora y la
posible relación que podía haber entre sexo y amor se comentaba
en voz baja en la intimidad de la alcoba.

Esa herencia cultural ha marcado sobre todo a las mujeres. < la mayoría de la mujeres-asegura Rosario Mora-, el tener una
relación amorosa con un hombre es una condición previa a mantener
una relación sexual con él. A la mujer habría que pedirle que
aprendiera a disfrutar con el sexo como un componente de ella
misma, haya amor o no>>.

Esta dicotomía tradicional entre sexo y amor aún es negada por
los científicos. Para ellos, la interrelación entre amor y sexo
es tan total que no pueden separarse. En opinión de alguno de
ellos es como intentar separar la sangre y el corazón: una no
tiene sentido sin el otro.

No obstante, ni los partidarios más recalcitrantes del
cientifismo niegan la importancia del espíritu, cultura y
voluntad a la hora de amar. Rodríguez Delgado lo reconoce: < no nos educasen en el amor las descargas químicas y eléctricas no
tendrían el significado amoroso que tienen. No puedes enamorarte
si no tienes química en tu cerebro y tampoco puedes si no tienes
cultura>>. El filósofo Carlos Gurméndez puntualiza: < humano es algo más que un compuesto químico. Es también la
conciencia que unifica esa materia>>.

En definitiva, el hombre ángel está tratando de engullir al
hombre animal, pero la digestión le está resultando pesada.
Traducir en términos espirituales un proceso químico resulta, por
lo menos, tan difícil como tratar de materializar totalmente el
amor. Al final, al ser humano le quedará la poesía. En palabras
de María Jaén: < conocer los misterios del otro y de hacerle, a la vez, partícipe
de los nuestros>>.

* Texto tomado de revista CAMBIO 16 (P. 26-27-28)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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