Una nueva y masiva revolución industrial está ocurriendo en nuestros tiempos a lo largo del mundo en desarrollo. Es particularmente evidente en el movimiento gigantesco que desplaza la forma de vida organizada en pequeña escala a la vida organizada en una gran escala.
Pero, esta vasta marea de humanidad que huye de las comunidades pequeñas hacia las grandes urbes ¿representa el surgimiento de problemas urbanos insolubles o un potencial económico incalculable?
En los últimos 40 años, la desintegración de los patrones de población y las leyes obligatorias han sido una tendencia muy clara en los países en desarrollo. Y durante la última década, esto también ha ocurrido en las ex naciones comunistas.
Por ejemplo, desde que las reformas económicas de Deng Xiaping se iniciaron en 1979, 100 millones de chinos han abandonado sus hogares en busca de empleos, en su mayor parte en la economía ‘extralegal’ o subterránea. Tres millones de emigrantes que acosan a Pekín han creado un laberinto de talleres ilegales en los linderos de la ciudad.
Puerto Príncipe, la capital de Haití, ha multiplicado su tamaño por 15 veces: Guayaquil en Ecuador, es ahora 11 veces mayor, y El Cairo ha cuadruplicado su tamaño. El mercado subterráneo o informal es ahora responsable por 50% del PIB en Rusia y Ucrania, y de 62% en Georgia.
La Organización Internacional del Trabajo informa que desde 1990, 85% de todos los empleos nuevos en América Latina y el Caribe han sido creados dentro del sector extralegal o informal. En Zambia, solo 10% de la fuerza laboral está empleada legalmente.
En consecuencia, enormes oleadas de población se han desplazado de comunidades y hogares aislados para participar en círculos cada vez más amplios de intercambio económico e intelectual. Es precisamente esta marea de humanidad la que ha transformado la ciudad de México, Sao Paulo, Nairobi, Bombay, Yakarta, Shangai y Manila en megaurbes de 10, 20, 30 millones de habitantes y abrumado sus instituciones políticas y legales.
El Tercer Mundo y ex sociedades comunistas están experimentando casi la misma revolución industrial que llegó a Occidente hace más de 200 años. La diferencia es que esta nueva revolución está irrumpiendo mucho más aceleradamente y transformando la existencia de muchas personas.
La Gran Bretaña mantenía a solo 8 millones de habitantes cuando inició su progresión, que duró 250 años, de la granja a la computadora. Indonesia está llevando a cabo la misma travesía en solo cuatro décadas y lleva consigo una población de más de 200 millones.
El fracaso del orden legal en cuanto a mantenerse a la par con esta asombrosa transformación económica y legal ha obligado a los nuevos emigrantes a inventar sustitutos extralegales para la ley establecida.
En tanto que todo tipo de transacciones anónimas de negocios son una práctica extendida en los países avanzados, los emigrantes en el mundo en desarrollo solo pueden tratar con gente a la que conocen y en la que confían. Tales tratos informales y ad hoc no funcionan muy bien. En la medida que es más amplio el mercado, como señaló Adam Smith, luminaria del siglo XVIII y padre del liberalismo económico, más detallada puede ser la división del trabajo. Y, a medida que el trabajo se torna más especializado, la economía crece más eficientemente, la productividad se incrementa y los salarios y los valores del capital se elevan.
El sistema empresarial triunfó en Occidente porque la ley integró a todos bajo un sistema de propiedad, dando a la gente los medios para cooperar (en una red más amplia) y producir grandes volúmenes de valor sobrante en un mercado mayor. El potencial para crear capital aumentó sustancialmente.
El problema fundamental hoy no es que la gente se esté desplazando a los centros urbanos, que la basura se acumule en las calles, que la infraestructura sea insuficiente o que el campo este siendo abandonado. Todo eso ya ocurrió antes en sociedades avanzadas. Tampoco lo es el crecimiento urbano. Los Angeles ha crecido más rápidamente que Calcuta en este siglo, y Tokio es tres veces más grande que Delhi.
El problema radica en el retraso en reconocer que la mayor parte del desorden es consecuencia de un movimiento revolucionario que ofrece mayores promesas que problemas y de un sistema anticuado de propiedad legal.
Los pobres en los países en desarrollo y ex naciones comunistas constituyen dos terceras partes de la población del mundo y no tienen más opción que vivir fuera de la ley porque, aunque poseen abundantes activos, sus derechos de propiedad no están definidos por ninguna ley establecida. Muy frecuentemente estos tratos populares de propiedad contradicen abiertamente las leyes escritas y oficiales.
En México, por ejemplo, el sector privado esta cada vez más consciente de este fenómeno extralegal y está involucrado activamente en hacer algo al respecto.
La revista Latin Trade informó que en 1987 el Centro para Estudios Económicos del Sector Privado (CPSES) de México calculó que el sector extralegal generó actividad económica con un valor de hasta 39% del PIB oficial mexicano, y en 1993 quienes estaban en “el sector informal no registrado” ascendían a ocho millones de una fuerza laboral total de 25 millones.
“Por cada negocio formal, hay dos negocios informales”, dijo Antonio Montiel Guerrero, de la Cámara de Negocios Pequeños de la ciudad de México (CACOPE), un grupo que representa a 167 mil negocios pequeños formales registrados en la ciudad.
Dadas estas circunstancias, ¿qué estan haciendo los países en desarrollo acerca de esto? Bastante.
Donde la demolición de las favelas o ciudades perdidas es imposible, los gobiernos han construido escuelas y aceras para los millones de personas que han invadido tierras públicas y privadas.
Están financiando programas para ayudar a los talleres no formales que están trasformando áreas residenciales en zonas industriales en todas partes del mundo. Han mejorado los puestos de los vendedores callejeros que atestan las avenidas y retirado a hordas de desocupados que ocupaban las plazas citadinas. Los transportes colectivos independientes a las zonas suburbanas y los maltrechos taxis que atestan el tránsito citadino están siendo obligados a cumplir con estándares mínimos de seguridad. Están reprimiendo los robos y pérdidas de agua y electricidad y están tratando de hacer respetar las patentes y los derechos de autor.
En otras palabras, una vez que el valor potencial de este movimiento socioeconómico sea reconocido y sometido a controles, muchos de sus problemas serán más fáciles de resolver.
Las naciones en desarrollo y las ex comunistas deben elegir entre crear sistemas para adaptarse a cambios contínuos en sus sociedades -migración y la revolucionaria división del trabajo- o bien continuar viviendo en un caos económico extralegal.

(Hernando de Soto, economista y asesor político, es presidente del Instituto Para la Libertad y la Democracia, en Lima, Perú, y autor de los libros El misterio del capital y El otro sendero.)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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