Quito (Ecuador). 19 may 96. Hay candidatos pintorescos que
intentan la política en serio. Y hay candidatos en serio que
acuden a excentricidades para captar la atención. En los dos
hay algo en común: buscar el factor sorpresa.

Algunos se quedan en los límites de su pintoresquismo, son
personajes marginales que simbolizan desencantos marginales.
Entre ellos encontramos en esta campaña algunos como el
inefable Tarquino en Esmeraldas o Benito Valle, que vive una
campaña electoral al interior de su propia ficción. Otros se
apoyan en las demandas más radicales -generalmente muy
locales- y pueden salir exitosos. Es el caso del matemático
Illingworth.

Velas para Segundo Aguilar

La casa que Segundo Aguilar pasea en su camioneta de campaña
-la misma que ofrece a todos los que voten por él, en caso de
ser electo- no necesitó ningún arquitecto para ser diseñada.
"La hice yo mismo, con dos maestros albañiles que son los que
saben", refiere Aguilar. La publicidad, con su cara dentro de
una televisión de papel -"el canal del pueblo"-, que aparece
pegada en los postes, también es de su propia autoría.

"Cuando yo me propongo algo, lo hago sin hacerme problemas",
dice Aguilar. Esa, asegura, ha sido la norma de su vida. Y
habría que creerle, al menos si se recuerda la forma en que,
en la década de los 80, logró adueñarse, después de una
disputa con el MPD y con el apoyo del gobierno de Febres
Cordero (de quien admira su "estilo de autoridad"), de varios
terrenos al norte de Quito y convertirlos en la polémica
"Cooperativa de Vivienda Jaime Roldós Aguilera".

"Esas no eran invasiones", aclara él. "Eran soluciones
habitacionales para la gente más pobre". Cuando esa lucha por
las "soluciones habitacionales" le llevó a la cárcel, Segundo
Aguilar, les juró a los demás reclusos que él sería alcalde
Quito. Ellos no le creyeron, seguramente porque les parecía
difícil que este "cacique popular" que, junto a Carlos
Yacelga, hizo crecer su poder en base a la tierra, llegara a
ocupar el sillón de la Alcaldía. Pero Aguilar no se desanimó y
quiso lanzar su candidatura en 1988. No lo logró en esa
ocasión, pero ahora hace una campaña intensa -en los buses, en
los mercados, en los barrios populares- ofreciendo "viviendas
en masa" para las familias pobres ("con bloques, las vamos a
hacer nosotros mismos", asegura) y una administración "para el
pueblo".

"El hombre más bueno del mundo", como él se define, asegura
que muchos de los beneficiados por sus favores han llegado a
idealizarlo. "Vea -cuenta- yo tengo un pequeño busto en el
Comité del Pueblo y la gente hasta le pone velitas". Quizás
por eso está seguro de llegar a ser alcalde. "Yo voy a dar la
sorpresa", señala Aguilar. "Yo voy a ser alcalde de esta
ciudad".

La primera comunión de Benito

Benito Valle debió haberse levantado muy temprano esa mañana.
Tal vez hacía frío. Seguramente, y como casi siempre, el
tráfico empezaba a formar un insoportable atolladero al sur de
la ciudad.

La Villaflora había cambiado mucho desde aquel día, hace
muchos años, en que sus padres decidieron vivir allí. En
realidad ahora todo era distinto. El debió haberlo pensado,
mientras, como todos los días, se enfundaba en su pantalón de
casimir, su bividí blanco, su camisa rosada transparente, su
corbata, sus gafas oscuras y sus zapatos cafés. Mientras,
cubría todo su cuerpo -excepto sus manos: blancas, delgadas,
meticulosamente cuidadas- con ese aire entre solemne y frágil
con el que se defendía de todo lo desconocido.

Esa mañana, quizás, los recuerdos fueron más intensos en su
mente. Era el precio de revolver tanto viejo recuerdo hasta
encontrar la imagen perfecta. Pero la tenía en sus manos: él
en su primera comunión, joven, casi niño, la mirada cándida,
el cabello peinado hacia un lado y acentado con gomina. Nada
de padres muertos, madres y hermanas en los EEUU, amigos
perdidos. Nada de nostalgias por viejos liderazgos
estudiantiles. Nada de incertidumbre.

Fotocopiar y ampliar una fotografía añeja, le pareció un
pedido algo extraño al hombre de la copiadora. De todos modos
lo hizo: él, como los demás en el barrio, sabía que Benito
Valle tenía, a veces, esas ideas extrañas. Lo supo desde que,
más o menos ocho años atrás (cuando el joven era todavía una
aprovechado estudiante de Bellas Artes), lo vio salir a la
calle con una mesa, una silla y un florero a recoger firmas
para inscribir su candidatura. Lo confirmó cuando lo vio
equipar su garage -dos escritorios, cuatro sillas, una máquina
de escribir- y pintarlo de blanco hasta convertirlo en el
"Partido de Demócratas Unidos", compuesto solo por él. Y lo
volvió a confirmar, días más tarde, cuando vio la fotografía
que había ampliado convertida en afiche y pegada en toda la
ciudad con una leyenda que rezaba: "Valle Presidente".

Esa fue la imagen que, una mañana cualquiera, sorprendió a los
quiteños, en su cotidiano trajinar. Eso, y el afiche de
"Lucinda de Valle-vicepresidenta" (la hermana ausente) que
apareció pocos días después.

Desde esa mañana, Benito Valle -que hoy tiene aproximadamente
unos 35 años y un agudo sentido para marear a periodistas y
fotógrafos- se dedicó, día tras día, a luchar por inscribir su
candidatura en el Tribunal Supremo Electoral. La gente en el
TSE se acostumbró a verlo con su "funda llena de firmas" y a
escucharlo hablar de sus planes de gobierno a la entrada de la
institución. La ciudad se habituó a su imagen, tal como los
vecinos se habituaron a ver salir su figura menuda, con
sombrero de paja, abrigo y gafas, saliendo de su casa cada
noche. Esa figura que seguirá desenpolvando el solitario local
de su larga campaña política, mientras el resto de los
candidatos ganan o pierden, o llegan al poder para abandonarlo
más tarde.

Illinworth y los lagartos

"Aquí está el único que matará al lagarto centralista. El
único que defenderá las rentas del Guayas, Juan José
Illingworth diputado". Esta frase la repite, calle a calle, un
improvisado locutor que con sus equipos de sonidos colocados
en una gran plataforma, lleva "ahorcado" un enorme lagarto de
dos metros, que simboliza el centralismo.

Más adelante, siete caballos y sus respectivos jinetes, como
en fiesta montubia, le hacen la "corte" al matemático
Illingwort que, sosteniendo un enorme lagarto de cartón,
pretende llamar la atención del pueblo. ¡Y vaya que lo hace!

Vestido con un terno azul y camisa celeste -los colores
simbólicos de la provincia- y completando el asunto una
corbata azul que tiene la palabra "Guayas", Illingworth
recorre la ciudad. De rato en rato, se estaciona en una
esquina, y empieza a repartir entre los vehículos papeles que
dan instrucciones sobre su candidatura, al tiempo que estrecha
la mano de cuanto conductor o acompañante cruce por el lugar.

No le arredra el peligro ni la circulación vehicular atroz. el
se mete por entre los carros, saca un papel y lo entrega al
tiempo que da la mano y dice, "al Guayas lo que es del
Guayas". De la gente recibe el estímulo que el candidato
necesita. Son brevísimos cruces de palabras que se escuchan, y
la gente se entusiasma.

"¡Juan José! ¡Juan José!, eres único. ¡Estamos contigo! ¡El
triunfo es tuyo!". Y el matemático responde: "¡El triunfo, es
nuestro! Ustedes me dan el voto y yo a cambio lucharé porque
se devuelvan rentas del Guayas".

Illingworth es el único candidato que, en Guayaquil, ha
elegido ese estilo de campaña: subirse a los buses, saludar a
los pasajeros, entregar papeles, tipo tarjeta de presentación,
y correr a otro bus que le espera.

La gente goza por la forma original con que actúa. Es el
matemático Juan José Illingworth, criticado como "el más
temático", que de ninguna manera le disgusta.

Su última actuación, el pasado miércoles, fue presentarse
frente al edificio del Ministerio de Finanzas en Guayaquil, de
quien dijo que es la "casa" del lagarto, animal que van en
busca del alimento (rentas) para seguir subsistiendo, a costa
de los demás.

Tarquino es pueblo

La candidatura de Tarquino, el "defensor de la clase
baja"-nacida, de firma en firma (hasta juntar las 12 mil) en
el parque central de Esmeraldas- es más que una muestra de la
idioscincracia local.

Aunque Tarquino Santillán, "Tarquino es pueblo", representa
para muchos esmeraldeños una mofa al sistema democrático (el
hombre anda descalzo, desarrapado, la mitad del día sentado en
una banca del parque y la otra mitad vagando por las calles de
la ciudad), detrás de él hay mucho más.

Cuando, junto a su banca del parque, decenas de personas
detienen su paso para escucharlo hablar acerca de sus planes
para salvar a los Chachis, de sus proyectos ambientales, de
sus armas para combatir la corrupción y de sus "estrategias y
variantes para engañar al enemigo" -andar descalzo y con sus
trenzas desgreñadas es una de ellas- la aparente locura de
Tarquino genera entusiasmos (tanto que, en Esmeraldas,
alcanzará una votación de entre el 6 y el 10%, según las
encuestas).

"Si en el Congreso le va bien, lo lanzamos para presidente",
dicen quienes lo escuchan hablar en el parque. Lustrabotas,
vendedores ambulantes, transeúntes aplauden sus discursos. Sus
detractores se ríen de él y lo califican de "pobre hombre" que
se deja manipular.

El movimiento "Tarquino es pueblo" arrastra consigo a toda la
gente que ya no le cree nada a ninguno de los candidatos
"grandes". Sus "compañeros de fórmula" pertenecen a los
sectores más populares de Esmeraldas. Todos son negros o
mulatos. Todos son críticos severos de la forma en que se ha
conducido el poder local en la provincia. Y todos levantan a
su paso -en una pequeña camioneta azul, único vehículo de
campaña del movimiento- saludos y sonrisas, aún entre el
enorme grupo de guardaespaldas de uno de los candidatos
socialcristianos a diputado.

La candidatura de Tarquino crece todos los días. "Es una forma
de protesta contra todos los políticos que aquí son una
pendejada", dice un ciudadano en Esmeraldas. "Es el voto
oculto: en el fondo a todos
les gusta pero les da vergüenza confesarlo".

A pie hasta la prefectura

Con el lema de "pensamiento y acción" en sus pancartas, el
candidato a diputado provincial de Loja por el Partido
Roldosista Ecuatoriano (PRE), Líder Padilla tuvo una contienda
singular. Las pancartas, que además llevaban pintado su
rostro, eran trasladadas cada cierto tiempo a otro lugar, de
manera que así pudo hacer presencia en todas partes, sin
gastar mucho dinero. Su "campaña móvil", como él mismo la
tituló, incluyó además una caminata a pie por todo el cantón
Loja y las otras 14 cabeceras cantonales de la provincia, así
como algunas parroquias.

El paseo, que podía durar hasta 14 horas por día, comenzó el
14 de abril en Espíndola y terminó el 30 de abril en Saraguro.

"A pesar de que es una provincia muy extensa, los cantones no
distan más de entre 40 y 50 kilómetros el uno del otro". Con
estas palabras salió al paso de dudas en la prensa adversaria
respecto a si no hizo trampa. "Tenía un carro de
abastecimiento que llevaba un poco de propaganda para
repartir", dice, "los militantes de mi partido me prodigaban
el hospedaje y la comida. En Macará hacía 34 grados de
temperatura, pero nunca rompimos la promesa".

La promesa se la hizo más que al pueblo a sí mismo. Estaba
convencido de que si lo lograba, también podría ser un buen
diputado. El hábito lo aprendió de su papá, a quien acompañaba
por todos los pueblos del sur del país, donde curaba a gente
sin ser médico, y quien murió durante una minga, cuando hacía
una carretera.

Aunque Líder Padilla no cree ser tan audaz como su padre,
comparte su obsesión por hacer literalmente camino al andar.
En 1992 recorrió el país de Norte a Sur como peatón, buscando
en cada ciudad por la que pasaba apoyo para los niños de Loja.

Alcanzó para agasajar a su llegada a 6.000 menores. Un año
después partió desde Tulcán y reunió el dinero suficiente para
una sala de niños en el Hospital Isidro Ayora.

A pesar de que estudió seis años de leyes, trabajó como
comerciante y en el traslado de oro desde Nambija, antes de
hacerse concejal en el último período. Una vez en el Congreso,
a donde tiene "buenas posibilidades de llegar", según dice,
promulgará el Banco Cafetalero, el Banco del Artesano, el
Seguro Infantil Obligatorio y -no podía ser de otra manera-
una Ley para el Vendedor Ambulante. La pregunta es si podrá
estar quieto en su curul, si lo consigue.

Delirio político en el 68

1968. Por la calle larga que une los dos ejes del Quito
antiguo -el Yavirac y el Panecillo- decenas de bicicletas
abandonan la plaza de San Francisco con algo de tristeza en
los rostros. Corre el rumor de que Eusebio venderá su
candidatura, porque le está robando votos al populismo
velasquista. Lo que comenzó como una ceremonia pintoresca,
acabará con la confirmación de un desencanto: los que no
quieren ni Ponce, ni Córdova, ni Velasco, no tienen candidato.

¿Pero quién era Eusebio Macías Suarez?

Un guayaquileño de aquellos que fueron encarnando el delirio
político. No era ni un habitante de suburbio, ni un traficante
de miserias. No. Decían que tenía en Guayaquil un pequeño y
destartalado castillo de cuyas almenas no colgaban
estandartes reales, sino sábanas y canzoncillos puestos a
secar por los inquilinos. No tenía partido, no tenía a nadie
mas que a su bicicleta, con la que recorría el país. Se
proclamaba el candidato sicodélico -estamos en la época de los
Beatles, de la marihuana, los alucinógenos y los hippies- y
decía encarnar los postergados sueños de las masas trigueñas.

Sus discursos eran más gestos y símbolos que palabras. Eran
manifestación de una comicidad muy seria.

Tenía que buscarse un candidato presidencial y, en eso,
procedió de acuerdo a la costumbre: debía ser un personaje de
Quito para "equilibrar" a las regiones. Y lo que encontró fue
un quiromántico que atendía en alguno de los rincones mágicos
que rodean al Itchimbía. De rostro seco y de mutismo a toda
prueba, el mago comenzó a acompañar a Eusebio en sus
concentraciones.

¿Como desapareció? Se fue apagando simplemente. Ningún
tribunal hubiese inscrito su candidatura, pero apareció en más
de una contienda electoral, para encarnar las decepciones que
se van acumulando a lo largo de cuatro años. (Diario HOY) (8A)
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