No hay desilusiones más irremediables que las nacidas de promesas que no se pueden cumplir. Antes del 11 de septiembre de 2001, George W. Bush derramó todas las mieles de su retórica sobre América Latina, juró amistad eterna al presidente mexicano Vicente Fox y aseguró que la solidaridad con los paÃses del continente serÃa la prioridad de su aún frágil Gobierno. Pero el ataque de Al-Qaida le obligó a volver los ojos hacia las turbulencias de Oriente Medio.
Huérfana en el océano hostil de la globalización, América Latina sintió un desencanto creciente por Estados Unidos que, poco a poco, ha ido transformándose en hostilidad.
No fue sorpresa, entonces, cuando Luiz Inácio "Lula" da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), recibió 38 millones de votos en las elecciones presidenciales del 6 de octubre en Brasil. Se debe a la creencia popular de que nadie sino él podrÃa liberar a Brasil de los cerrojos impuestos por el Fondo Monetario y por los inversores internacionales.
Después de haber ganado 46% de votos, no hay casi duda de que "Lula", de 56 años, vencerá en una segunda vuelta el 27 de octubre, contra el opaco candidato José Serra del partido del presidente Fernando Henrique Cardoso, el Partido de Social Democracia Brasileña (PSDB), que captó solo 23%.
Tampoco hay duda de que los vientos del buen gobierno soplarán en su contra, con una legislatura adversa, una oposición encabezada por el aún prestigioso Cardoso, una imagen externa dudosa, además de la abrumadora deuda pública -$240 mil millones- y una desocupación de casi 9%, algo que los brasileños desconocÃan.
"Lula" ha tropezado en la vida con enemigos más temibles que esos.
Lo conocà en Princeton, en marzo de 1993, durante una conferencia sobre las nuevas izquierdas que organizó Jorge Castañeda, el actual canciller mexicano, quien entonces era profesor visitante de aquella universidad. Me impresionó como lo que era: un obrero metalúrgico de inteligencia vivaz, modales y lenguaje exuberantes, que no habÃa aprendido bien la distancia que separa a un lÃder polÃtico de un estadista.
Aunque casi todas sus intervenciones en aquella reunión fueron previsibles y nada espectaculares, el último dÃa impresionó a la audiencia de profesores y estudiantes al defender con argumentos sólidos la propiedad estatal de las industrias estratégicas y al postular la urgencia de una apertura democrática en Cuba. Su historia ha sido comparada muchas veces con la de un personaje de Dickens. Nació en una aldea mÃsera de Pernambuco, en el extremo nordeste de Brasil, semanas antes de que su padre, ArÃstides da Silva, abandonara la casa en la que habÃa otros seis hijos.
"Lula" habrÃa de recordar siempre el heroÃsmo y la tenacidad de la madre, EurÃdice Ferreira de Mello, que arrastró a la familia entera -más un octavo niño engendrado por ArÃstides durante una visita fugaz- hacia el puerto de Santos, donde el padre tenÃa otro hogar también numeroso.
Los primeros años en esa ciudad fueron una pesadilla de humillaciones y malos tratos que solo se mitigaron cuando EurÃdice -a las que todos conocieron como doña "Lindú"- se mudó con los hijos a un cuarto con cocina en Villa Carioca, cerca de San Pablo.
"Lula", que tenÃa 10 años y habÃa sido condenado por el padre al analfabetismo perpetuo, fue por primera vez a la escuela. A los 12, se inscribió además en un curso de tornero mecánico y empezó a trabajar de aprendiz. Ocho años después, cuando aún no habÃa cumplido 20 años, era ya el más carismático de los dirigentes sindicales.
Ninguna de las huelgas que se organizaron durante la férrea dictadura de Ernesto Geisel se hizo sin que "Lula" se pusiera al frente, luego de preguntar a los demás obreros si se animaban a seguirlo.
A partir de allÃ, ya nada lo detuvo.
En 1989, recibió 11 millones de votos y alcanzó el segundo lugar en la lucha por la Presidencia. En la vuelta siguiente, recibió 31 millones y tal vez no hubiera ganado de ningún modo contra Fernando Collor de Mello, que tuvo 35 millones.
Pero en la campaña final fue una especie de san Sebastián al que atravesaron todas las flechas. Dos semanas antes de las elecciones, el rival sacó de la manga a una ex novia de "Lula", con la cual este habÃa tenido una hija de cuya manutención -dijo la mujer- jamás se habÃa ocupado.
La hija era verdadera, pero no el abandono. El ataque alevoso desgarró a "Lula", que no supo cómo defenderse.
Para colmo de males, TV Globo editó el último debate de los candidatos en un video compacto que subrayaba las vacilaciones y los traspiés del obrero metalúrgico y exhibÃa el lado más populista de Collor de Mello. Volvió a perder dos veces con Cardoso, pero cada una de esas experiencias de fracaso le fue enseñando cómo disipar la desconfianza de militares y empresarios.
El "Lula" de 2002 ya no es el "sapo barbudo e ignorante" del que se burlaba Brizola en 1989, sino un hombre de mundo, que exhala ingenio y sentido del humor.
Todos saben que "Lula" reforzará los acuerdos regionales y tratará de negociar con Estados Unidos y el Fondo Monetario desde una posición más fuerte que la de ahora.
Pero qué piensa en verdad de Estados Unidos es un enigma.
La única vislumbre de sus opiniones reales asomó, tal vez, el dÃa antes del debate televisado con los otros tres candidatos a la Presidencia.
A eso de las 14:00, llegó al comité de su partido, en Villa Mariana, San Pablo, y les dijo a sus asesores: "Soy el único idiota en el mundo que acepta exponerse a una discusión cuando va ganando por lejos en las encuestas".
Alguien que estaba cerca comentó, con un tono de claro sarcasmo: "No eres el único, "Lula", tal vez George W. Bush habrÃa hecho lo mismo".
El candidato cruzó sus miradas con los periodistas que rondaban el lugar y contuvo la lengua. Detrás de la barba despuntó, sin embargo, una sonrisa de asentimiento.
(Tomas Eloy MartÃnez es el autor de La novela de Perón, de Santa Evita y de El vuelo de la reina, que ganó en España el premio Alfaguara. Sus obras se han traducido a más de 30 idiomas. ©2002 New York Times Special Features)