l La venta, en Alemania, de medio millón de ejemplares en seis meses, de A paso de cangrejo, de Günter Grass, y su traducción a otras lenguas han suscitado consideraciones polémicas en la prensa europea. El hundimiento del Wilhelm-Gustioff -más dramático y menos romántico que el del Titanic-, torpedeado frente a Dantzig por un submarino soviético el 30 de enero de 1945, fue guardado en silencio por los alemanes de la inmediata posguerra y la generación del 68 que no querían que se hablara del sufrimiento de sus compatriotas, a fin de no atenuar, comparativamente, el horror de los crímenes nazis. En esa tragedia murieron los heridos que volvían del frente y más de 9 000 civiles alemanes, 4 000 mujeres y niños. "Sus héroes (de la novela) hablan por la generación del silencio", dice Le Monde. Grass "rompe así un tabú, por lo menos de la izquierda alemana". Y Le Figaro se pregunta si Günther Grass no ha abierto, en ese sentido, las compuertas de una "nueva" literatura alemana. Para ello, el autor ha confiado el relato, considerado como un "fresco salvaje, inmenso, balzaciano", al narrador -supuesto sobreviviente nacido mientras el barco se hundía-, "porque a él y a su generación corresponde hacer la luz sobre esos hechos olvidados", en una investigación que solo puede avanzar como lo indica el título.
La Stampa, de Roma, va más lejos y se pregunta "por qué nadie había contado hasta ahora la historia de esos miles de refugiados de Prusia oriental (...), sus casas bombardeadas, la irreprimible furia de los soldados soviéticos" que los golpeaban, torturaban, violaban. Jean-François Fournier transcribe, en Le Matin, de Ginebra, la revelación de Grass hecha recientemente al German Magazine Literaturen: "Mi hermana, que tenía 14 años entonces, me contó que los soldados soviéticos abusaron varias veces de nuestra madre, y que luego ella se ofrecía voluntariamente a fin de proteger a su hija".

l En el juicio que el Movimiento contra el Racismo y por la Amistad entre los Pueblos y la Liga de los Derechos del Hombre siguen a Oriana Fallaci y a las Editions Plon, de Francia, por su libro La rabia y el orgullo (véase "Escrito desde el odio", HOY, 2002-07-07), los abogados de la defensa plantean su derecho a un "antisemitismo primario", y que la obra "sitúa en un contexto geopolítico e histórico, algunos hechos". Los abogados de las asociaciones antirracistas han respondido diciendo que "se trata de un discurso rabioso, violento, de un maniqueísmo primario (...) que pretende hacer creer que solo hay una civilización buena, la civilización occidental" y que "si uno toma el libro de Oriana Fallaci y pone la palabra "judío" en lugar de la palabra "musulmán", volveríamos a encontrar la literatura de los años treinta (del nazismo)". El tribunal de gran instancia de París dará su fallo sobre la prohibición del libro el 20 de noviembre.
Simultáneamente, cuatro instituciones musulmanas de Francia han entablado un proceso contra Michel Houellebecq, por "insultos racistas" e "incitación al odio religioso". El escritor francés, en declaraciones a la revista Lire, se refirió al Islam como a "la más estúpida de las religiones" (la palabra que empleó, en francés, es grosera y no figura en ningún diccionario sino solo en el lenguaje popular). El acusado, cuya defensa ha tomado el escritor Salman Rushdie, declaró ante el tribunal que "atacar las ideologías o las creencias de alguien no significa atacarlo a él", lo cual, dice Rushdie, "es, sin discusión, uno de los principios básicos de una sociedad libre". Y agrega que "los ciudadanos tienen derecho a quejarse de la discriminación de que son víctima, mas no del desacuerdo, aunque fuera expresado en términos duros, incluso groseros, con sus ideas".
Asombra advertir que para escritores como Houellebecq y Rushdie el pensamiento, la ideología política, el credo religioso, los principios no formen parte de quienes los sustentan. ¿Es preciso ser atacado físicamente para protestar? ¿Defenderían ellos mismos, u otros, a quien osara aplicar públicamente ese término despectivo e insultante al cristianismo, con la excusa de que no están atacando a los cristianos?

l Al anunciar la concesión del Premio Nobel de Literatura al húngaro Imre Kertész, la Academia Sueca resumió, en su obra, "la experiencia frágil del individuo contra la arbitrariedad bárbara de la Historia". En su última novela, Ser sin destino, el personaje -un joven en los campos de concentración nazis- mira inocentemente los hechos, no los comprende, no sabe si son normales, insólitos u oprobiosos. Y se ha elogiado el hecho de que el autor adopte la misma actitud que el personaje: no critica, no condena. La propia Academia lo dice: "La facultad del prisionero para adaptarse a Auschwitz es una expresión del mismo conformismo que regula nuestra vida cotidiana y nuestra vida social". Sí, se parecen. Pero, ¿hay que adaptarse, no cabe rebelarse contra ella, ni condenarla, tal como hicieron personaje y autor frente a los campos de la muerte? Incluso la declaración de Kertész al enterarse del veredicto es vaga: "Es interesante -dijo- que haya recibido ese premio con mi literatura sobre el Holocausto", e incomprensible cuando agrega: "Quizás hay que ver también en ello una lección para los países de Europa del Este".

l Un finlandés ganó, en Helsinki, un concurso internacional de lanzamiento de teléfono celular, al alcanzar la distancia de 65 metros 77 centímetros. Sin causar asombro alguno por ese récord, la noticia hizo que muchos se preguntaran qué interés puede mover a noventa personas a trasladarse a Finlandia y participar en semejante competencia, aunque lo mismo podría decirse del lanzamiento del disco o de la jabalina. La única explicación avanzada hasta ahora ha sido la de que se trata de un entrenamiento para arrojar, lo más lejos posible, el celular del vecino que -en la acera, el restaurante, el aeropuerto, el cine, incluso en un concierto...- importuna a los demás con sus conversaciones a gritos, volviendo pública su vida privada, exhibiendo su pobrísimo pensamiento y lenguaje, sus ñoñerías afectivas y disfrutar así de un mayor tiempo de tranquilidad mientras el propietario va a recuperarlo.

l En la prensa, los discursos parlamentarios y de manifestación callejera, en autobuses, tranvías, tours, cruceros y otras formas de viaje colectivo, la gente se pregunta -con la misma indignación que Cicerón a Catilina- "Hasta cuándo, George Bush". Al oír su nombre la gente hace un gesto de fastidio, no quiere saber más, está harta de sus declaraciones, discursos, consultas u órdenes (según) respecto de sus planes de agresión al mundo. El demógrafo e historiador francés Emmanuel Todd acaba de precisar que Estados Unidos, llamado a asegurar el equilibrio internacional, es el principal factor de desequilibrio. Señala que en este momento no hay problemas estratégicos, en el sentido de que ninguna potencia constituye una amenaza para otras potencias -como lo fueron Alemania y Japón hace 70 años-, y por eso Estados Unidos "se fabrica su miniespectáculo bélico" para mantener una supremacía que va perdiendo, más todavía desde cuando quedó claro que lo que le importa es el petróleo, no la democracia, árabe. Frente a su obsesión de gobernar el planeta, decidir a qué países hay que enviar la ineficacia y amoralidad de sus organismos monetarios, cuáles tienen que derrocar a su propio Gobierno porque él lo pide, a cuáles -Iraq o Colombia- atacar con las armas de cuya posesión acusa a Sadam Hussein..., ha comenzado a abrirse paso, más que un proyecto, una reflexión: ya que el presidente de EEUU es el presidente del mundo, ¿por qué no se nos reconoce a los ciudadanos del mundo el derecho a elegir al presidente de Estados Unidos?
EXPLORED
en Ciudad Quito

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