Quito. 3 jun 2001. El jugador esmeraldeño desarrolla un proyecto en su
tierra, donde no solo lo admiran sino que siguen su ejemplo de calidad
humana.
Dios me ha bendecido. Ahora, debo ver por los otros. Nos encontramos
mañana, diez en punto, en el albergue.¿Ya? Un abrazo.
Al otro lado de la lÃnea, Iván Hurtado. Habla desde su celular, confirma
la cita con HOY y pilotea su Mercedes Benz SLK 300 Kompressor, de viaje
entre Guayaquil y Esmeraldas, sede de su fundación.
Calle Delgadillo, entre Seis de Diciembre y Eloy Alfaro. Diez en punto.
El letrero, al pie de una casa de cemento, anuncia que es esa la
Fundación Iván Hurtado. Desde un patio interior, se escuchan coros
infantiles, repasando sÃlabas de lectura.
Ante la cámara de Paco Salazar, se presenta Ingrid, hermana de Iván y
mano derecha ejecutora del ejemplar proyecto del patrón del área grande
ecuatoriana. "Iván los espera. Pasen, por favor".
En la sala de reuniones, flanqueado por sus padres, Genaro y Rosa, el
defensa aguarda sentado y medio oculto, tras su gracioso sombrero de
pescador. Tras los saludos de rigor, la reunión se instala. "Bueno, pana,
es esto", dice Iván, abriendo los brazos. Todos miran al lÃder de la
retaguardia de Los Tigres de Monterrey. Iván otorga la palabra a su mamá.
-Todo empezó hace años, cuando Iván, cada vez que volvÃa de México, se
amargaba al mirar tanto niño pidiendo caridad. "Mami, hay que hacer algo,
podemos hacerlo. Vaya pensando, mamá. ¿Me oyó?".
Alentado por la convicción de Iván y tras una reunión de panas en Parque
Infantil, Enrique Valdez soltó la idea. "¡Pongámos una fundación, pues
compadre!". Para abril del año pasado, la familia empezó a ejecutar la
voluntad del séptimo de sus nueve hijos. La licencia de Bienestar Social,
se expidió un año más tarde.
-Tenemos 24 niños internos y 27 externos. Reciben alimentación, ropa,
asistencia escolar, médico... Pero sobre todo amor, mucho amor,
interviene Ingrid, tan dulce e ilusionada.
Ahora, tras adquirir la casa y arrancar el programa, el objetivo es
generar empleo desde la carpinterÃa, la artesanÃa y la panaderÃa, agrega
Valdez, quien, acto seguido, entrega una carpeta con la planeación
quinquenal de la fundación.
Iván, apenas ha intervenido. Con miradas elocuentes, va aprobando lo
dicho por los presentes. Sentado imperturbable, como está en su silleta,
pasarÃa por un músico de blues. Al tanto, los coritos de los niños,
ensayando la dulce partitura del abecedario, se oyen cada vez más cerca.
De pronto, la puerta de madera se abre, de par en par.
-¡Buenos dÃas, don Iván!
La frase, marcada en las altisonantes voces de una docena de negritos,
retumbó en el alto tumbado de la casona. Fue cuando el atlético zaguero
ya no pudo contener esa sonrisa que, poco a poco, le desbordó el rostro.
Con los ojos bañados de alguna luz amable, Iván cedió ante el conmovedor
instante. Y con esa voz gruesa y potente, con ese mismo vozarrón con que
ordena y guerrea en la zaga tricolor; levantando el ala del sombrero,
habló.
-¿No se le hace la piel de gallina, compadre? Estos niños estuvieron
abandonados en las calles. MÃrelos ahora. Pero mÃremelos bonito.
Duchados, contentos, con su dentadura limpiecita, creciendo- dice Iván,
mientras con sus pequeños cambia miradas, cargadas de tanto amor, que se
podrÃa tocar.
Una encargada del albergue se dispone a retirar los chicos a sus
habitaciones. Con un gesto, Iván deshace la intención.
-Eso. Que estos niños te digan: ¡Hey, papa Iván! Esto, don Iván.
Juguemos, Bam Bam. MÃrarlos como disfrutan un pan, su pescado; un juego,
un cuento, su chance. A mÃ, eso, me quiebra - descarga gesticulando por
vez primera.
Eso. ¡Como si fuera poco! Una oportunidad. Una tregua. El dormir en una
cama. El tener quien espante al miedo. Eso, de abrazar y ser abrazado. El
pedir la bendición y recibirla. El hacerle una finta a la violencia. El
saber que sà han existido pues los sueños.
Terminada la cita, Iván acompañará un momento a alguno de los equipos
infantiles que auspicia como parte del programa. A bordo del Kompressor,
el zaguero dice que hará todo lo posible por captar apoyos externos para
mantener esta esperanza.
-Cuando yo era niño, familia, daba la vida por un "bolo". Y mis padres me
daban para dos. Pero en ese tiempo, ya habÃa chicos que no tenÃan ni uno.
O que, al terminar los partidos, se quedaban en la calle o durmiendo en
los portales. Ser pelado. Y no poder chuparse un bolo, un helado. Ser un
niño y no tener mamá dónde volver. ¡Qué va!, reclama.
Cuando cumplió 14 años y ya fue seleccionado ecuatoriano de la Sub-16, a
Iván le costó entender que su futuro y la idea de ayudar a sus panitas de
juego, no estaban más en Esmeraldas. El sacrificio, apenas empezaba.
- De la escuela de pelota del Esmeraldas Petrolero, al Club Patria y de
allà al Emelec. Con la selección, entrenaba en Guayaquil de lunes a
viernes, pero, volvÃa a casa los fines de semana. De México, mira, ya son
seis años. Y cada que puedo, Esmeraldas.
-Carajo, Iván... ¡Un niño habita tu corazón guerrero!
-Me costó entender que debÃa dejar mi barrio, mis viejos, mi playa. Pero,
creo que siempre tuve claro que esto habÃa que hacerlo. Y, 13 años ya,
empecé a trabajar en pos de todo lo que me ocurre ahora. SÃ, la fundación
es mi pretexto para, estando lejos, no irme nunca. Esos niños, lo que me
dicen "papá", me anclan a mi paisaje, a mi gente- comenta.
Iván parquea el Kompressor a la buena sombra de un frondoso guabo, a
pocos metros de la canchita. Los niños de la fundación ensayan las
jugadas más acrobáticas y felices. Iván, se regocija en la alegrÃa de su
obra. Cualquiera ¿no? Pues quizá, al menos ellos, ya no serán parte de
las cifras del horror. De ese insolente 58.34%, tasa de mortalidad
infantil en la provincia. Del violento 41.2 % de bembones con
desnutrición crónica. Porque esta es la otra guerra del Bam Bam. Del
guerrero corazón de melao. Del que sale en la tele y en los diarios. Y
¡bacán! se vacila ese auto, de los que salen en las pelÃculas de acción.
Ahà están, a su protección, amor y ejemplo, los pequeños Klinger,
Quiñónez, Bone, Valencia, Cuero, Cortez, Estacio, Castillo, Tenorio.
Zulema, Pedrito, Jairo, Manuel, Zeneida, Nixon, Yesenia, Denisse...
Sonriendo, como en la foto. Empezando a creer que sÃ. Que, camino a la
escuela, el Angel de la Guarda bailotea con ellos. Que callejón adentro,
ya no está el terror. Ni el tarro de goma. Está un libro. Y que, al
acostarse en su litera, esa tibieza inédita que sienten en su piel, capaz
que es Dios, arreglándoles la colcha.
¡Eso, Iván! (Diario Hoy)