ENTRETELONES DE LA GUERRA EN EL GOLFO por Alberto Acosta

Quito 18.02.91. Calouste Gulbenkian, un conocido comerciante
petrolero, trazó con mano firme una línea en rojo sobre el
mapa y abarcó aproximadamente el territorio del antiguo
Imperio Otomano. Nadie habría podido decir a ciencia cierta
cuál fue su real frontera. Con este dibujo, realizado en la
costanera ciudad belga de Ostende en julio de 1928, culminó la
mayor operación petrolera de la historia: las empresas
consolidaron su control sobre los futuros productores de mayor
transcendencia mundial, excepción hecha de Irán y Kuwait, este
último parte de la provincia de Bassora en el fenecido
imperio.

El petróleo encontró durante la primera guerra mundial el
trampolín ideal para su introducción acelerada en el mundo
moderno a través de automóviles, camiones, tanques de guerra,
buques y aviones. Pero la revolución soviética cortó el flujo
de crudo desde los campos de Bakú al mercado internacional. Se
produjo la escasez, y los precios dieron un brinco
espectacular.

Tras una caída de la cotización en los dos primeros años de la
conflagración -de 0,81 dólares por barril en 1914 a 0,64
dólares en 1915 para el crudo de EEUU- su valor se disparó a
casi dos dólares al momento de la firma del armisticio en
Compi_gne en 1918, y alcanzó su nivel más alto con 3,07
dólares en 1920. Este no sería superado hasta la guerra del
Yom Kippur en 1973.

Movidos por el armenio Gulbenkian, propietario del 5 % del
sindicato Turkish Petroleum Company que él ayudó a crear en
1914 con la BP, la Shell y el Deutsche Bank, y que quedó en
suspenso por la guerra franceses e ingleses se dividieron las
posesiones del sultán de Istambul. Para esto utilizaron la
imperial fórmula de los "mandatos". Pero, por una de esas
extrañas fallas geológicas, las reservas quedaron en zona
británica muy cerca de las que el imperio inglés ya
controlaba en Persia. Sir Edward Mackay Edgar no pudo ocultar
su entusiasmo: "La posición británica es inexpugnable. Todos
los campos petrolíferos probables o posibles, fuera de EEUU,
se hallan en manos británicas o bajo manejo o control
británico, o financiados por capital británico. En nuestras
manos tenemos asegurado el porvenir del abastecimiento mundial
de petróleo".

Equidad en la victoria. Fue un golpe duro para los
norteamericanos. Los EEUU, con una producción de 1,2 millones
de barriles diarios en 1920 -casi el 63% de la extracción
mundial- estaban preocupados por sus limitadas reservas. En
especial la Standard de New Jersey que había comprado la mitad
del paquete accionariado de los Nobel en Rusia, confiando en
que pronto fracasaría la revolución bolchevique. Y la
frustrada Standard buscó auxilio en sus hermanas y en otras
empresas menores para conformar un frente de lucha al que
ingresaron la Standard de New York, la Gulf, la Texas, la
Sinclair, la Atlantic y la Mexican. Mister Herbert Hoover,
secretario de Comercio, les dio el espaldarazo oficial al
expresar la posición de su país y de sus empresas: EEUU fue
parte de los aliados en la guerra, los aliados salieron
triunfantes de la misma y por lo tanto todos tienen derecho a
exigir equidad en la distribución de sus frutos.
Resulta inútil recordar que la promesa de independencia del
teniente inglés Lawrence a los árabes -en recompensa por
acabar con el imperio turco- duró casi tanto como su valerosa
lucha. En el tira y afloja de seis años entre los antiguos
compañeros de trinchera comenzó a gestarse la actual cruzada
por el petróleo. Con el Acuerdo de la Línea Roja las empresas
petrollras yanquis alcanzaron su objetivo: participar de las
riquezas petroleras del Oriente Medio. Se creó la Irak
Petroleum con participación de americanos, franceses e
ingleses. El habilidoso Gulbenkian, conocido como "Mister five
per cent", sostuvo su porcentaje amenazando con revelar
incómodos secretos.

Poco más tarde, la Texas, la Standard de California y de New
Jersey con la Socony Vacuum conformaron la Arabian Oil Co.,
Aramco, en una concesión que les diera el rey saudita Ibn Saud
sobre territorios usurpados a los beduinos. Y tal como anunció
"Mister five per cent", que conocía informes de geólogos
alemanes, los descubrimientos fueron grandiosos.

El mercado se inundó y las cotizaciones se hundieron, cayendo
a menos de un dólar por barril. Sir Henry Deterding de la
Royal Dutch Shell, angustiado por la guerra de precios que él
desatara para golpear a los soviéticos que nacionalizaron sus
pertenencias, invitó a sus colegas a una cacería en el
castillo escocés de Achnacarry. La solución fue simple: se
aprobó un mecanismo para fijar los precios del petróleo,
independientemente de su origen, como si el crudo se hubiera
extraído del Golfo de Texas, donde los costos eran mayores.
Así, las hermanas y sus socios pequeños desmontaron los
mecanismos del mercado y estabilizaron un precio oligopólico
que mantuvo barato y seguro el suministro de crudo desde antes
de la segunda guerra mundial.

El Imperio Británico había cedido espacios ante el avance de
EEUU, que en la segunda década del siglo dejó de ser país
deudor para convertirse en principal acreedor. Un par de
pilares de estabilidad aún antes de que el mundo
industrializado capitalista sufriera la imprevista embestida
de la OPEP en 1973, Washington comenzó a estructurar una
estrategia propia que desembocó en la doctrina Nixon del "twin
pillars of stability" para asegurar el flujo del crudo del
Golfo. Los monopolios petroleros ya se habían convertido en un
factor indispensable pero molesto. Franklin D. Roosevelt llegó
a afirmar: "sin ellos no es posible ganar una elección, y con
ellos no se puede gobernar".

Un pilar era el Irán. Su ambicioso Sha quería convertirlo en
una de las diez potencias mundiales antes de finalizar el
siglo, pero terminó en una vorágine de corrupción y represión
ante el embate de las masas fundamentalistas. El otro pilar
aún mantiene su condición de tal: Arabia Saudita. Los dos
países tuvieron libre acceso a casi todo el arsenal bélico de
EEUU. Israel, virtual base aliada de los norteamericanos en la
zona, completa el esquema.

Su imposición en Palestina en 1948, sin duda también vinculada
a la lucha por el petróleo, desestabilizó aún más a los
árabes, maniatados y divididos por los petroleros y sus
gobiernos. A cada guerra con los intrusos y a cada derrota
siguieron nuevas convulsiones. Mientras tanto las empresas
estadounidenses consolidaban su posición y desplazaban a las
europeas del Norte de Africa. Desde los años cincuenta la
flota yanqui incluyó las aguas del Golfo y del Mediterráneo
Oriental en sus frecuentes rondas de vigilancia. Con el
derrocamiento del sha Rezza Palehvi, la defensa del petróleo
tuvo que ser apuntalada. Su sustituto como gendarme regional
fue el Egipto de Anuar Sadat. Con la firma de los acuerdos de
Camp David con Israel, aquel "aseguró la paz" y pudo recibir
créditos norteamericanos por miles de millones de dólares para
fortalecer sus fuerzas armadas, que habían desistido de la
colaboración con los soviéticos Y logró entrar en el
paraíso del FMI y sus negociaciones.

Saddam Hussein, incómodo personaje en el ajedrez regional,
sorprendió al mundo con su ataque al Irán en 1979. Pese a ser
un aliado soviético y visto como mecenas del "terrorismo
internacional", su acción fue avalada por el Pentágono y el
Departamento de Estado. Los Estados Unidos guardaban en la
boca el amargo sabor por todas las armas entregadas al Sha y
que habían quedado en manos de los impredecibles ayatollahs y
no sabían cómo comprar la libertad de las decenas de rehenes
capturados en su embajada de Teherán. Entonces, Hussein se
convirtió en un aliado obligado al que se dotó de equipos y
dólares -provenientes de los ricos emiratos vecinos-, además
de valiosa información sobre el movimiento de las oleadas de
jóvenes fanatizados que, confiados en abrir la puerta del
cielo con la llave -made in Taiwan- que llevaban al cuello,
amenazaban con llegar hasta Bagdad.

Está claro que el desangre de los dos rivales facilitó la
tarea imperial: el control indirecto de las dos terceras
partes de las reservas mundiales que reposan en el Golfo. Por
lo menos hasta que se dieran las condiciones propicias para
establecer un puesto de auxilio inmediato en el mismo lugar.
Con tropas técnicamente solventes y políticamente confiables.
Hoy, sin embargo, nadie parece recordar esta larga historia de
rapiñas. Hasta se ha llegado a justificar el horror de la
guerra. Presley Norton no vacilaba en afirmar en su columna
del miércoles pasado que frente a "las ambiciones desmedidas
de un neo-Hitler no queda otra que derramar sangre para
rescatar el petróleo". Resumen y defensa de la posición
norteamericana, el artículo concluía: "la guerra en sí es una
alternativa ridícula pero dentro de la gama de opciones, es la
única que queda y como motivo para matar al prójimo, la menos
absurda". (C-2)
EXPLORED
en Autor: Alberto Acosta - Ciudad N/D

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