ANDRES STRADIVARIUS, por Luis Alberto Luna Tobar
Quito. 16.02.91. (Opinión). Tardé mucho en saber que se llama
Andrés Zumba. Me impresionaba su figura, el desgarrado sonido
de su viejo violÃn todo remendado, parchado, recompuesto. Me
dolÃan el arco y las cuerdas, por sus nudos. Pero qué
importan esos defectos, si el arte estaba en él.
Interiormente, mirando al violinista y a su violÃn, me salÃa
del alma llamarle Stradivarius. Cuando llegó a saber la
importancia de ese nombre, Andrés le bautizó a su violÃn en el
fuero Ãntimo: "Es el único Stradivarius legÃtimo de estas
tierras". ¿Qué queda del violÃn en el que ahora "suena"
Andrés? Del cabezal del instrumento cuelga una cinta roja:
"para que nadie le haga mal de ojo", dice el artista. Pero sÃ
se lo han hecho. No hay violÃn más agujereado.
Hace algunos meses le encontré en la esquina del Banco Central
de Cuenca. - ¿Qué haces, Andrés? Respondió sin soltar el arco
viejo ni dejar de entrepasarlo tensamente en las más viejas
cuerdas: "Estoy entreteniendo a la plata del banco, para que
no se quede en pocas manos y resbale a otras". Puse un
billete en su bolsillo. Lo cogió y miró. Lo apretó
fuertemente y añadió: "Ya ves, tengo poderes; mi violÃn y mis
tonos son de maravilla". Mirándome con ternura agradecida,
prosiguió: "Somos del gremio, taitito". InsistÃ: ¿"De cuál?
Me respondió: "De cuál va ser... Del gremio de los artistas
amigos".
Me encerré en mi alma y me alejé pensando y musitando una
oración: "Dios mÃo, también Tú eres del gremio de artistas
amigos; qué figuras más bellas has hecho entre tus
pobres".
Cierto dÃa le encontré a mi Stradivarius morlaco en las
vecindades de los hoteles de la calle Gran Colombia. Entonces
me contó la mejor parte de su historia: su nacimiento en San
Juan de Gualaceo, sus aventuras de músico, su éxodo doloroso
por los caminos del arte y por las puntas del alcohol a las
ásperas censuras paternas, su fuga de la casa familiar y su
encuentro y compra de su stradivarius. Le dije a quién
pertenecÃa ese nombre y cómo se reconocÃa su autenticidad. A
Andrés no le interesa la historia. Su violÃn es parte de su
ser, de su vida y eso basta: el ser es lo auténtico. Al
despedirme le pregunté qué música le complace tocar en la
puerta de los hoteles. Con picardÃa me contestó: "La que más
atraiga a los turistas. Con ellos hay que hacer comedias para
que le crean artista. Yo me hago el artista sobre todo para
que no se olviden que soy hombre y tenga hambre"...
Un miércoles de ceniza encontré al violinista cerca de la
catedral. Andrés ya habÃa recibido la ceniza. Una cruz
grande signaba su frente y sus ojos miraban con esperanza a su
violÃn; tanta gente en la iglesia, permitÃa ilusionar muchas
propinas para el artista. Le di un abrazo, diciéndole:
"Andrés, hoy es ceniza, no sacarás tristezas a tu violÃn".
"No, taitito, me contestó; pero tampoco tú sacarás mucha mala
cara del ayuno y abstinencia de hoy". Me reà con ganas y él
prosiguió irónico: ¿"Oyés, los obispos ayunan?... Los músicos
ayunamos toda la vida. Para el pobre todo el calendario es
miércoles de ceniza.
"Trato de celebrar todas mis eucaristÃas con amor muy atento.
Creo en Cristo y siento su Cuerpo y su Sangre en lo más Ãntimo
de mi ser humano y sacerdotal. No quiero entender milagros.
Quiero vivir su realidad presente en la fuerza que da ese
Cuerpo para ser hombre, en el amor que da esa sangre para ser
hermano. Ese dÃa, miércoles de ceniza, la eucaristÃa me
exigió una atención mayor, porque entre las palabras de la
escritura y las caracterÃsticas del rito sacramental, la
imaginación se empeñaba en traerme insistentemente la pregunta
de Andrés: ¿"Los obispos ayunan...?".
El viejo violÃn del artista hambriento, la hidalguÃa señorial
del pobre sonreÃdo y sutil en su inteligencia, sus músicas
siempre iguales pero acentuadas con diferente dedicatoria
según la calidad humana del que se detiene a escucharlas, se
entremezclaban con lo ritual y me decÃan: ¿"Los obispos
ayunan...?" Si "para el pobre todo el calendario es miércoles
de ceniza", no es justo que los que más le hablamos de fe al
pobre y más tomamos su nombre en nuestras prédicas, tal vez
seamos los que menos compartimos con él su hambre. ¿Ayunamos
los obispos...? Tenemos todo, no nos falta nada; ni siquiera
pobres...Perdón, Señor, perdón. (A-4).
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Autor: Luis Alberto Luna - Ciudad N/D
Publicado el 16/Febrero/1991 | 00:00