EL VIEJO MISIONERO. Por María Amparo Lasso

Quito. 07.03.92. Quince años trabajó y vivió Juan Botasso con
los shuaras en la Amazonía. El universo indígena se convirtió,
desde entonces, en el eje de su accionar pastoral. Emprendió
viaje a Ecuador en el 59, estrenando sus 22 años, antes aún de
ser ordenado sacerdote. Entonces, las selvas americanas se
perdían en el borrascoso mito de "lo primitivo, lo salvaje".

Grandes temores se alimentaban de la farsa armada por
expedicionarios y aventureros. Una voluntad romántica,
mesiánica, animaba al misionero. El creyó también venir a
"civilizar". Con buenas intenciones, como tantos, dice. Pero
la confrontación con lo real, sus estudios de antropología, y
una aguda sensibilidad transformaron su actitud frente a este
otro mundo.

Es tremendamente franco y directo y aceleradísimo al hablar.
Las huellas de su dialecto -de la recia gente alpina de la
frontera franco-italiana- marcan los énfasis en su discurso.

Reconoce los desastres provocados por las misiones y cree que
es vital "el derecho a entrar en crisis." Para desechar esa
mentalidad colonizadora. Y también los mitos. Y de ambos
lados... Sus vivencias con los indios le permiten afirmar
ahora, sin tibiezas, que la nueva forma de dominar y corromper
a las etnias es el exceso de atención, de financiamiento.
Porque eso les llueve sin clemencia superando su capacidad de
manejo. Porque eso les sofoca.

Afirmar, también, que es una fantasía eso de que son cuatro
millones o más los indígenas en Ecuador. Que no pasan de un
millón los que se reconocen y proyectan como tales. Que,
además, sus religiones están en crisis. Que es un cuento eso
de que quieren recuperar sus creencias y tienen resuelta su
identidad. Porque los indígenas son, más bien, pueblos
desorientados.

Vive en Ecuador desde hace 33 años, más de los que permaneció
-en tiempos de guerra- en su natal Peveragno, Italia. Salió
del Oriente sin quererlo, pero luego constató que el trabajo
en otros sectores sociales le dio una proyección inmensa.

Porque "hay el peligro de que, al concentrarse en un solo tipo
de ambiente, de orientación, de lucha, la historia vaya
delante de uno."

Como profesor de teología, vivió en Quito la efervescencia
estudiantil de fines de los sesentas. En Cayambe, trabajó con
las comunidades indígenas y fortaleció el trabajo editorial
(Abya-Yala), que le fue creciendo entre las manos, y por el
que es reconocido en círculos intelectuales aquí. Desde hace
un año, dirige el Instituto Superior Salesiano. Ha sido un
trabajo silencioso como el que corresponde al viejo misionero
que dice ser.

Al preguntársele si regresaría a la Amazonía, pronuncia un
ancho sí. Y confiesa cierta nostalgia por los años
transcurridos allá, años de idealismo, de creer que las cosas
pueden cambiar...

Imágenes de guerra

-¿Cómo es esa cultura suya, la montañesa?

-"No somos gente comunicativa; mi gente es de pocas palabras,
muy concreta, y, por la geografía y vicisitudes históricas,
gente que ha sufrido mucha privación. Recuerdo que en mi
infancia -que transcurre durante la guerra- había más pobreza
que en el campo del Ecuador. Muchos migraron porque la vida
era durísima. Esto ha moldeado el carácter de la gente: poco
extrovertida, muy testaruda, muy constante. Y tiene sus
ventajas porque le hace a uno bastante tenaz frente a los
embates de la vida".

-¿La guerra influyó así en usted?

-"Yo agradezco que mi infancia coincidió con los años de la
guerra: fueron años muy duros, pero esas dificultades después
te dan una caparazón para la vida."

-Una madurez anticipada por el conflicto...

-"Sí, pero las condiciones no pueden ser muy exageradas porque
pueden aplastarle a uno, volverle apagado, cínico, fatalista o
desesperado. En mi caso no fue así porque mi familia fue muy
unida, estupenda: seis hermanos, mi padre de 88 años vive aún,
mi madre murió hace poco. Esto te ayuda a capear de la dureza
del momento histórico, no es que hayan sido años de
desesperación sino exactamente al revés: años de esfuerzo,
pero años muy lindos."

-¿Qué imágenes se grabaron de esa época?

-"Algunas, aunque borrosas. La primera en junio del 40: yo no
tenía más de cuatro años. Mi abuelo era ciego y no podía hacer
mayor cosa, así que los hijos le compraron un radio -en la
época cosa rara. Subimos donde él y supe que Mussolini había
declarado la guerra a Francia e Inglaterra. En mi casa eran
muy antifascistas, y la noticia causó revuelo, las mujeres
lloraban, hubo mucha preocupación. Poco tiempo después, vi
salir de mi tierra hacia Rusia a los soldados montañeses,
alpinos. De ellos regresaron poquísimos, casi todos murieron
en Ucrania. Años más tarde, claro, recuerdo la liberación,
cuando llegaron los americanos en el 45. Nosotros no
entendíamos la cosa mayormente, pero teníamos chocolates,
venían en jeeps, eran bonachones y había fiesta y cosas..."

-Y ¿si compara esa generación europea -de la posguerra, de la
reconstrucción- con la de hoy?

-"La de hoy es una generación apagada, que lo tiene todo
hecho, que no ha tenido la emoción de salir a flote de una
situación de desesperanza, y reconstruir. A ella no se le
niega nada: en la primaria, las vacaciones van a pasarlas en
una isla del Pacífico. Es una sensación de saciedad, es
terriblemente triste. Nosotros hemos sufrido más, pero hemos
gozado más."

-Su opción de vida fue temprana...

-"Es difícil establecer un hito. Desde que tengo memoria,
quise hacerlo, era bastante niño, tenía doce años. Ciertas
lecturas me motivaron. La opción se fue desarrollando, tomó
cuerpo. Que me haya hecho salesiano fue más circunstancial,
pude hacerme otra cosa."

-Y comenzó en la mismísima Turín...

-"Allí, sí. En mi pueblo solo se podía hacer la primaria. Por
una casualidad, mi padre se encontró con un salesiano que me
llevó a Turín, y fui a parar en el colegio en la primera casa
que hizo Don Bosco. Eso sí me impactó, cambié de escenario,
una ciudad grande. En la casa central de los salesianos, entré
en un mundo cosmopolita, hasta cierto punto: recuerdo las
expediciones de los misioneros que salían a todo lado, hacia
Asia, América Latina, Africa. Tipos de largas barbas
arreglaban sus cajones, iban para Tailandia, China, Patagonia,
etc.. Esa atmósfera me atraía."

-¿Cuál fue su primera referencia de Ecuador?

-"Recuerdo que en mis primeros días en la casa de Turín, el
Superior de los Salesianos del Ecuador -que era un tal padre
José Corso- nos contó a los niños una noche que venía de un
país lejano donde se podía, en un día, bajar tres mil metros
en tren desde la capital hasta el océano. Recuerdo
perfectamente la situación y la cara de ese hombre que regresó
a Ecuador."

-¿Con qué mentalidad vino?

-"Yo vine aquí con la típica mentalidad de viejo misionero:
vengo a convertir. Cuando fui a Sucúa, en el 63, mi proyecto
era ese. No había el aprecio por la cultura de los pueblos
indígenas, se pensaba que no tenían cultura: "pobrecitos, son
primitivos, salvajes, no tienen la culpa pero ­por favor que
salgan de ahí, estamos en el siglo XX!" Y, en cambio,
nosotros éramos "hombres generosos que dejamos nuestra familia
y venimos acá a sacrificarnos por civilizar a los indios."

-De hecho, la actitud cambió, ¿cómo influyó en usted. el
Concilio Vaticano II, por ejemplo?

-"En los años del Concilio tenía una gran curiosidad de
lecturas, tenía la sensación de que algo se movía. En el 66 me
enviaron a hacer un curso a Roma y tomé antropología. Así fue
que aclaré mucho la película. Empezaron las grandes críticas a
las misiones tradicionales: decían que habíamos destruido
culturas. Mucha gente entró en crisis. En los años anteriores,
Africa había alcanzado su independencia, empezaba en Asia todo
un movimiento, China había entrado en lo que entró, después
llegó Vietnam, los pueblos surgían contra cierta imposición
europea, y había una corriente antropológica fuerte que
revolucionaba las posiciones anteriores."

-¿El ser también antropólogo, no significó una dicotomía: la
rigurosidad científica vs. la fe religiosa?

-"Puede haber una dicotomía, en algunas personas la hubo. Pero
por la trayectoria histórica que me tocó vivir, nunca
identifiqué el tema como dualidad, como ruptura. Nunca dije:
cierro con el pasado y hago el antropólogo. Seguí y sigo
siendo el viejo misionero."

-¿Se registraba esta nueva visión en el resto de misiones acá?

-"Se registraba... con tensiones. Es que hay edades,
experiencias distintas, hay gente que llegaba a la vejez
convencida de que lo que se hacía no solo que era bueno, sino
que era lo único bueno. Muchos no cambiaron, creían que íbamos
al despiole."

-¿Llegó a tener tensiones graves con la jerarquía
eclesiástica?

-Hubo tensiones bastante notables, porque cuando suceden
fenómenos de este tipo tienden a formarse grupos que
presionan. Hubo en los 70 momentos de cierta confrontación
enérgica. Pero lo importante no son las confrontaciones
ideológicas con quienes hacen el mismo trabajo, sino el
trabajo mismo. Porque si se exasperan las diferencias se
vuelve imposible la permanencia de uno y eso es algo sin
sentido."

-La Teología de la Liberación parece cada día más satanizada.

-"Tal vez sorprenda: yo también soy crítico de la Teología de
la Liberación, porque es tremendamente reduccionista respecto
al tema indígena. Reduce al indígena al pobre, y no es solo
eso. Ser indio es ser otro, tener otro esquema del mundo. No
satanizo a la Teología de la Liberación -simpatizo enormente
con mucha de su lucha- pero sobre los indígenas fue pobre,
como es el marxismo. La Teología de la Liberación es urbana,
es de clases sociales. "

-¿Cuál es la etnia que más conoce?

-"Conocer conocer... no sé si me atreva a decir que los
conozco. Pero el único que medianamente conozco es el pueblo
shuar, porque viví con él. Trabajé con los shuar a tiempo
completo; era mucho más joven, daba clase en la primaria (a
los actuales líderes los tuve de muchachitos), comía, dormía
allí. Aprendí mucho, sintonicé mucho con ellos, ­es un pueblo
muy simpático, con un gran sentido del humor, con una alegría
de la vida que a uno le cautiva, eh!"

-¿Qué significa Abya Yala para usted?

-"Yo no vine a hacer aquí la editorial, lo hice como un
segundo trabajo. Nunca fue ni es "mi" trabajo, es un trabajo
más. Al comienzo tenía mis escrúpulos, pensaba que podía ser
un tiempo sustraído al servicio directo con la gente. Pero se
me fue quitando ese temor, porque considero que la información
es vital." (3C)





EXPLORED
en Ciudad N/D

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