El maltrato físico y psicológico que reciben los niños, niñas y adolescentes son el detonante para que opten por huir de sus hogares. La mayoría busca refugio en casa de amigos o parientes; otros encuentran en la calle una forma de vida que generalmente los conduce a las pandillas. En el Ecuador, hay 658 grupos que generalmente se dedican a desarrollar actividades delincuenciales.

Se los castiga con palos, cables...

Según expertos, ocho de cada 10 denuncias de desaparecidos corresponden a niños, niñas y adolescentes que escaparon de sus casas porque eran maltratados física y psicológicamente por sus padres.

En 2004, solo en Guayaquil, el Instituto Nacional del Niño y la Familia (Innfa) recibió 298 denuncias por niños extraviados, mientras que este año, hasta marzo, van 66 casos. Para la trabajadora social María Saavedra, del Departamento de Niños Perdidos del Innfa, ocho de cada 10 menores -catalogados como perdidos- en realidad se fugaron de sus hogares por maltrato familiar o por temor a castigos severos por haber sacado malas notas en las escuelas o colegios.
Para muestra, un botón. El pequeño José (nombre ficticio), de apenas 7 años, fue encontrado, por un patrullero de la Policía, deambulando por las calles de Guayaquil, y fue trasladado al Innfa. Allí se percataron de que presentaba marcas de latigazos en los brazos y de quemaduras de cigarrillos en las piernas.
Las primeras investigaciones determinaron que José se había fugado de su casa, ubicada al sur de la ciudad, por los severos maltratos que recibía de su padre y su madrastra. Actualmente, se encuentra en un albergue a la espera de una familia que lo acoja. Asimismo, se tramita para que las autoridades cedan la custodia de la hermana de José, de 9 años. Los padres, por su parte, justifican su actuación. Ellos indicaron que le pegaron para corregirlo, pues aducen que es malcriado y no hace caso.
Otra experiencia es la de Marlon (nombre ficticio), 7 años: el 17 de marzo pasado, se fugó de su hogar por una golpiza que le dieron sus progenitores por negarse a acudir a un curso vacacional.
El 1.0 de julio fue hallado en el Hogar Infanto Juvenil de Varones en Guayaquil, a donde fue llevado por la Policía. Él quiso volver a su domicilio y, junto a sus padres, al momento, acude a terapias familiares.

Los maltratos más frecuentes

Los castigos extremos que infligen a los menores generalmente son golpes con palos, mangueras, cables, cañas y la plana del machete. Incluso, hay padres que meten a sus hijos de cabeza en los tanques llenos de agua y otros que los dejan encerrados en las casas durante todo el día sin alimentación.
En el sector de Pascuales, se denunció a una madre con trastornos mentales, quien flagelaba a su tres hijos, de 10 años, 6 años y 9 meses de edad, cada uno de padre diferente.
Los niños fueron retirados y el de 6 años fue entregado a su padre biológico, mientras que los otros dos se encuentran en distintos albergues a la espera de ser ubicados en otras familias.
Hay casos de muchachos que permanecen en las calles, quienes fácilmente son reclutados por las pandillas. Es común que estos chicos y chicas sean acogidos por otros ya "callejizados", quienes les enseñan a defenderse y convivir con los peligros de las vías.
La Policía Especializada para los Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapén)registra 658 pandillas en el país. Estos grupos de jóvenes que se dedican a actividades delincuenciales se convierten en el hogar de quienes huyen de casa. (GVL-RGC)

El especialista

"SE BUSCA CREAR NUEVAS EMOCIONES"

"Las pandillas están ligadas a un efecto de la crisis económica que ha reducido las fuentes de trabajo y de identificación colectiva. Frente a ello, estos grupos son una posibilidad de nuevas búsquedas de comunidad y subjetividad, a través de las que se pueden generar colectividades emocionales capaces de responder a la pérdida de referentes totalizadores de la nación o a la pérdida de futuro de las sociedades contemporáneas.
Crean una subcultura que se caracteriza por la emergencia de nuevas valoraciones acerca de la vida en las ciudades, de la vida de la pareja, del amor; se presentan en forma violenta para que la sociedad reconozca la posibilidad de una gestación de valores nuevos que cuestionen los tradicionales, como formas de vinculación social.
Las pandillas son el límite de la sociedad que las incluye y las excluye al mismo tiempo: sus miembros buscan luchar contra el sistema a través de sus actividades y actitudes".
Rafael Polo.
Sociólogo y catedrático que ha realizado trabajos sobre las pandillas.


Hay 658 pandillas en el Ecuador

Personas de entre 8 y 33 años de edad son parte de las agrupaciones. No hay distinción de clases sociales ni de sexo

Los códigos y dinámicas de las pandillas son secretos guardados celosamente por sus miembros, pese a ello, se ha filtrado información que da pistas de la lógica que mueve a estos grupos de jóvenes que, en la mayoría de casos, cometen actos delictivos.
El suboficial Richard Robalino trabaja desde hace 10 años en el tema de las pandillas. Su experiencia le hace deducir el modus operandi, indica que los chicos son reclutados desde los 8 años: "Para convencerles les dan protección en escuelas, les regalan comida o cosas que necesiten para que entren en confianza con la gente del grupo".
Esta idea es ratificada por Byron (nombre no verificado), de los Batos Locos: "Antes venían unos "manes" y me veían las "huevas". Me pegaban y me robaban, pero ahora las cosas son distintas. Me enseñaron a defenderme y sé que tras de mí hay quien me cuide".
Se muestra parco a la hora de responder. Dice que su "corona" (líder de la célula) les pidió cautela porque hay gente que se quiere infiltrar para acabarlos: "Nos tienen envidia". Además revela: "Si alguien se mete con uno de nosotros tendrá que pagar"... Al mismo tiempo, muestra una navaja.
Robalino añade que cuando cumplen 12 ó 13 años entran a un proceso de observación. Los chicos son llevados a paseos y reuniones para, posteriormente, aplicarles pruebas de valor (aguantar golpes, robar, entre otros); cada grupo tiene sus propios rituales.
Pese a estas pruebas, Byron cree que no hacen nada malo: "Nosotros solo buscamos estar entre amigos. Somos una sola familia, nos cuidamos y nos comprendemos y, cuando hay que defendernos, somos bien "machos". Él ingresó a la agrupación hace tres años por invitación de un vecino.
Al momento que un chico es aceptado ya no puede dar marcha atrás, la pandilla es su hogar. Y al más puro estilo militar, en estos grupos hay ascensos.
El "corona" es el jefe de la célula que puede ascender a rey de un capítulo (grupo de células) y, después, al máximo "honor", ser "rey de reyes", es decir, el "jefe de la nación", nombre que se da a la organización, que actualmente está globalizada: existen células alrededor del mundo.
Byron cree que para que uno de los miembros de las células llegue a ganar el respeto de los demás debe demostrar que es arriesgado y que no tiene miedo a nada ni a nadie: "Debe bailar bien, además de ser buen puñete y, al rato de la verdad, debe dar la cara".

Los datos son preocupantes

En la Dirección Nacional de Policía Especializada para Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapén) están registradas 658 pandillas en el Ecuador. Estos grupos organizados de jóvenes cometen actos delictivos, principalmente causan daños en la propiedad pública.
También hay los que se dedican a actividades ilegales como asaltos a mano armada a bancos y gasolineras, robos de autos y violaciones.
Se rumorea que estas organizaciones se financian con el dinero que llega del extranjero, sea de la organización internacional o de los padres migrantes "que compensan su partida con el dinero que envían", deduce Marta Ortega, psicóloga clínica que trabaja en la Dinapén. También ingresa dinero de la venta de los artículos robados.

Se ha estigmatizado a los grupos de jóvenes

Hay muchas personas que califican a los jóvenes como pandilleros "simplemente porque tienen una forma distinta de integración y manejan códigos diferentes a los convencionales de la sociedad", opina Francisco Cevallos, ex director del Foro de la Juventud y consultor de proyectos de jóvenes.
Paúl Cerón, quien vive en Solanda, tiene clara la película: "No porque seamos distintos significa que somos delincuentes". Y añade: "Hay grupos rockers que se dedican a hacer música, eso no es ser pandillero. Lo que pasa es que nos ven con el pelo largo, camisetas negras y tatuajes y creen que somos ladrones".
Lo que sucede, a decir de Glenda D., moradora del sector 2 de de Solanda, en Quito, donde operan cinco pandillas, es que los chicos son estigmatizados. Explica su idea: "Por aquí sí hay grupos de pandilleros que provocan daños en la propiedad pública. Lo malo es que los vecinos creen que todos los jóvenes son dañados y los han puesto en un mismo "saco".
"Las pandillas son una realidad muy cercana para los chicos y chicas que huyen de sus hogares -porque son maltratados- y buscan en las calles un espacio para ser reconocidos y aceptados", concluye Ortega. (RGC-GGS)

El 17,1% de desaparecidos llegarían a las pandillas

La violencia y el maltrato son las principales causas para que los chicos huyan de casa. La mayoría son rescatados; otros buscan ayuda entre los "callejizados"

De los 579 casos de menores desaparecidos, registrados por la Dinapén, desde enero hasta abril de 2005, el 82,9% fueron recuperados. El restante 17,1%, a decir de los especialistas, es propenso a ingresar a las pandillas que operan en el país. La mayoría de chicos y chicas desaparecidos huyen de sus hogares por el maltrato físico y psicológico que reciben.
Un ejemplo, Bolívar Galárraga tiene tres hijos. El mayor de ellos, César, a los 14 años decidió irse de casa por las constantes palizas que le propinaban: A Bolívar, su padre, le enseñó que hay que temerlo: "Lo mismo quise hacer a mis hijos".
Con lágrimas en los ojos, recuerda cuando encontró en el espejo del armario del dormitorio una carta de su primogénito en la que explicaba las razones por las que había huido de su hogar.
"De una busqué ayuda con la Policía, quería encontrarlo". Allí le dijeron que al tercer día lo podían registrar como desaparecido. Otra cosa: "Me pidieron la autorización para, cuando lo encontraran, darle una paliza para que aprendiera a no hacernos sufrir".
César (ahora tiene 23 años) apareció a las dos semanas, su tío lo encontró jalando dedo en la vía a Quevedo. Para resolver el conflicto con su padre tuvo que asistir a terapía, que duró cerca de dos años.
Según la mayor Mery Jiménez, jefe provincial de la Dinapén de Pichincha, la mayoría de desaparecidos responden a la cultura del maltrato en la que nuestra sociedad se desarrolla. En el artículo 67 del Código de la Niñez, se condena “toda conducta, de acción u omisión, que provoque o pueda provocar daño a la integridad o salud física, psicológica o sexual de un niño, niña o adolescente".
Jiménez aduce que la violencia hacia el menor es producto del estrés cotidiano, la migración y la pobreza. "Además, que en las familias no se conoce ni se discute sobre el Código".
Para la uniformada, el abuso es una forma de desquite; constituye un desahogo de la ira reprimida. Por otra parte, la migración ha influido en el aumento de las denuncias de maltrato. Ella piensa que las personas que se quedan al cuidado de los niños los ven como una carga. No obstante, la pobreza "es un detonante mayor de la violencia", aclara.
Para Berenice Cordero, oficial de Políticas Públicas del Unicef, la única manera de evitar el abuso al niño, que impulsa el escape "es aprender a respetar al otro".
Para ella, esta consideración se obtendrá a través de una mejora en la educación (para conocer y valorar al otro) y del acceso al bienestar económico, político, cultural y laboral.
A la policía Marta Ortega, psicóloga clínica de la Dinapén, le preocupa que los adultos descubren los conflictos de sus hijos solo cuando estos huyen.
Ortega advierte que el chico que escapa tiene dos opciones: encontrar la ayuda en la casa de un amigo o un familiar (que es lo más común), o “callejizarse” (buscar la ayuda y la vida de los niños que se desenvuelven en la calle). De hecho, remarca la experta, hay casos en que los chicos desaparecen tres o cuatro meses y nadie se preocupa por ellos.
En el primer caso, la Dinapen ha visto que los menores, a través de la ayuda psicológica, pueden recuperar su seguridad emocional y reinsertarse a sus familias.
En cambio, los que eligen quedarse en las calles y que se unen a las comunidades de menores abandonados pueden ser reclutados con facilidad por las pandillas, porque los chicos solo encuentran, en estos grupos, un poco de seguridad en el peligroso ambiente en que les toca desarrollarse. (GGS-RGC)

PUNTO DE VISTA
La irresponsabilidad es colectiva


El futuro de la patria está en riesgo: muchos niños reciben muy poca atención de las autoridades y, de sus padres, castigos inhumanos. El efecto a largo plazo: nuevos ciudadanos con resentimiento social intenso, vinculación temprana con el delito y una pérdida de capital humano valioso para el desarrollo del Ecuador.
Y lo real es que no hay suficiente debate sobre el tema para hallar las soluciones estructurales a largo plazo. Ciertos medios de comunicación se "encantan" con estos temas, siempre y cuando exista una noticia escandalosa, morbosa y perversa, que pueda atraer audiencias. Luego, los procesos de "remediación" quedan colgados hasta que surga otra noticia o escándalo.
En la agenda nacional de prioridades, ocupa los últimos lugares el maltrato infantil (con la consecuente fuga y crecimiento de pandillas juveniles, en un buen porcentaje).
La Policía acude cuando el delito o la infracción se comete, pero antes los organismos de prevención y auxilio trabajan con pocos recursos, mínimos apoyos estatales y "tapando huecos". O sea, un drama (que según este informe crece proporcionalmente cada año) que no se afronta para garantizar seguridad y confianza, y que se asume solo de forma parcial como un problema judicial y hasta allí llega.
Por tanto, no es extraño que las tareas por mejorar la seguridad ciudadana queden en nada pues el origen del problema sigue siendo una sociedad intolerante, violenta e irresponsable con los niños y jóvenes. (OP)(Blanco y Negro)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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