DEL PATRIMONIO CULTURAL ECUATORIANO Por Alfredo Pareja
Diezcanseco

Quito. 01.03.92. Aquí, como en todas partes, y quizás más, se
cuecen habas. Mas, por razón de la edad que cargo, recibo con
frecuencia originales -o en volúmenes publicados- cuentos,
novelas o ensayos. Confieso que una buena parte de lo
recibido alimenta una caja de cartón, cuyo contenido pasó a
alguna biblioteca de barrio, por si pudieran hallar las
cualidades que yo no supe encontrar, aunque prolijamente las
busqué.

Nunca he tenido, ni ya tengo tiempo, de aprender, loado sea
Dios, el oficio de crítico, ni me he arrogado el papel de
aparentarlo. En realidad, le tengo miedo, proveniente acaso
del pobrísimo nivel de la educación pública (ni gratuita ni
obligatoria, como rezaba el credo liberal), en sus tres
niveles de primaria, secundaria y superior, que tanto limita
en nuestro país el recurso humano capacitado. Por otra
esquina maligna de nuestra realidad social, la codicia de no
pocos publicadores es causa principal de la semiparálisis de
que adolece la cultura nacional en nuestros días. En lo cual
se equivocan, porque son muchos en el Ecuador que prefieren un
libro a un pan.

Por lo antedicho, quisiera expresar alguna cosa, pues me
llegan, de casualidad, trabajos excelentes, como los que paso
a comentar, repito que sin tufos de crítico.

Los cuentos de Aminta Buenaño Rugel

Esta escritora guayaquileña, de buen oficio, me envía en
originales un bello libro de cuentos, con un título tópico que
no me place, ("Un Fulgor en la Oscuridad"), aunque responde al
del primer relato breve de la colección y es bien conducido y
bien terminado, por la precisión de su lenguaje y por otras
cualidades difíciles de lograr en el relato breve. Me
gustaron más estos que enumero: "Intimidades de la Señorita
López o el otro rostro de la luna"; "El extraño éxodo de los
Fortunatos o la invasión que surgió del mar; "El caballero del
sol murió frente al mar una tarde cualquiera"; y "Una fábula
hechizada o donde se cuenta acerca de la extraña enfermedad de
María Aparición y su inexplicable fuga".

Hay en ellos oficio, buen empleo lingüístico, más valores
implícitos que exclamaciones que pudieran señalar ausencias
por las debilidades de una hiperbólica adjetivación, propia de
los principiantes. Es lo que yo creo de estos cuentos de
Aminta Buenaño, que merecieron el segundo premio en el
concurso nacional de "El Universo", (el primero lo obtuvo Raúl
Vallejo, escritor de veras y actual ministro de Educación, y
el tercero otro de reconocida valía, Jorge Velasco Mackenzie).

Importa agregar que el Jurado estuvo integrado por miembros de
insospechable calidad intelectual y literaria: Jorge Dávila
Vázquez, Rafael Díaz Icaza e Ignacio Carvallo Castillo.

Otro libro de Aminta Buenaño fue premiado en el último

concurso bienal por un Jurado con estos miembros, de notable y
reconocida reputación: Pedro Jorge Vera, Edmundo Ribadeneira y
Juan Valdano.

Y ahora, lector, sorpréndase e indígnese: la autora no ha
podido encontrar aún un editor para su premiado y excelente
libro. Lo cual es casi insultante para la literatura nacional
y especialmente para el estímulo que los autores jóvenes deben
recibir.

"La Otra Vestidura", por Jaime Marchán

Trátese de una novela (Ed. Verbum, Madrid, 1991) por cuyo
autor profeso una vieja amistad y estrechos recuerdos de
tareas conjuntas, cuando en el Ministerio de Relaciones, de
1979 a 1980, trabajó conmigo en circunstancias difíciles, pero
estimulantes, acerca de los esfuerzos realizados en el régimen
del gran presidente Jaime Roldós Aguilera por el Grupo Andino.

Ha sido para mí un buen regalo de fin de año. Actualmente,
Marchán es Embajador del Ecuador en Roma. Sus largas
funciones diplomáticas y una brillante experiencia, lo
autorizan para, con fina ironía, y hasta con menos fino
sarcasmo, hacer en una novela una crítica, bien dicho, una
censura de las debilidades de una carrera expuesta a tantas
contradicciones y luchas internas de la inefable burocracia,
que, por cierto, se ven en todos los extensos y
superabundantes compartimentos de nuestro servicio público.

Pero aquel es tan sólo un aspecto que emerge de las páginas de
la novela, en la que, por otra parte, no hace mucho esfuerzo
por disimular la conducta de algún esperpéntico Embajador
político, o de algún otro funcionario que se preocupa más por
el cuello pajarita, la línea del pantalón y los movimientos de
cabeza y de ojos, antes que de los negocios que interesan a
nuestras relaciones internacionales.

Otra vertiente del libro, desarrollada casi desde el comienzo,
hasta el sorpresivo final, es la de una pasión, más sexual que
sensual, más llena de morosidades carnales, que de finísima
calidad erótica. Pero, en fin, se trata de una pasión, y toda
pasión, que no sea para el mal, es respetable. Debe tratarse,
sin duda, de una mujer excepcionalmente bella, y con
atractivos extrañamente seductores, si de modo tan absorbente
sedujo y subyugó al personaje principal de la novela.

El ritmo del relato es bellamente musical (por algo lo
introduce un trozo de la partitura del Adagio para violín y
órgano de Albinoni). Sólo que, a las veces, abunda en
detalles explicatorios innecesarios, que acaso empañan los
valores implícitos que el genero exige, y no corresponden a la
belleza de las imágenes, ni a la corrección linguística, de la
que puede enorgullecerse el autor.

Me parece que estoy siendo severo. No mucho, lo aseguro.

Porque lo que hago es reiterar, una vez más, la amistad y

admiración que tengo durante muchos años por Jaime Marchán, a
quien felicito por su novela con mis dos manos de amigo y
ex-colega.

Desde el Mostrador del Librero

Edgar Freire Rubio me envía su magnífico y utilísimo
libro-memoria de "lo que el país editó desde junio de 1987 a
julio de 1990". Realmente es admirable la labor que realiza
este librero de excelencias nada frecuentes. Digo sólo que el
servicio que presta a la cultura literaria nacional no habrá
de olvidarse. Conozco de él, además, sus dos volúmenes de
tradiciones quiteñas. Honestamente, no sé qué milagros
realiza Edgar Freire para dedicar tantos días y trabajos al
servicio de los libros. A veces pienso que, cuando los vende,
sufre al desprenderse de esos bienes preciosos, que tanto
conmueven su espíritu.

Quiero darle las gracias públicamente. Soy antiguo
beneficiario de la Librería Cima, en la que él dirige, junto a
su propietario -entiendo que en muy mayoritaria porción- don
Luis Carrera.

"Primicias de la Cultura de Quito", Fundación Hallo

El plato fuerte del Patrimonio Cultural, en estos días
recientes. Porque es admirable la obra que desde hace varios
años está realizando, en su Fundación, Wilson Hallo, que ahora
sobresale entre todas con la "Síntesis histórica de la
Comunicación y el Periodismo en el Ecuador", que empieza con
el periódico de nuestro gran Precursor, el indio genial que
tuvo por nombre -omitido por válidas razones el de su raza-
Eugenio de Santa Cruz y Espejo.

Es saludable para el espíritu nacional que se realicen obras
así de excelentes. Agradezco profundamente el envío. Y puedo
pronosticarle, con certeza absoluta, el éxito fecundo en los
nobles propósitos de la Fundación Hallo. (5C)

EXPLORED
en Ciudad N/D

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