Quito. 25 nov 2001. (Editorial) Cambiar un gobierno por otro en el
segundo paÃs más pobre del mundo (y, para colmo, cambiar unos fanáticos
religiosos por otros fanáticos religiosos) ¿será la guerra de largo plazo
para borrar al terrorismo de la faz de la Tierra, anunciada por el
presidente George Bush? Si asà fuera, la tremenda guerra prácticamente
habrÃa terminado esta semana, cuando la fama de guerreros feroces que
tenÃan los talibanes fue arrollada por su huida en desbandada de Kabul y
de una decena de ciudades más. Pero si la anunciada guerra a muerte
contra el terrorismo fuera algo más que lo ocurrido durante las siete
semanas recientes en Afganistán, ¿qué cabrÃa esperar después?
Lo primero serÃa, claro, la captura o muerte de Usama Ben Laden: mientras
no le echen mano, los Estados Unidos sentirán esa sensación de
desconcierto y frustración, que está creciendo a medida que pasan los
dÃas sin que puedan encontrarlo. Y es que, se preguntan, ¿dónde puede
estar escondido un individuo de 1,95 metros de altura, de expresión
inconfundible, al que los servicios secretos occidentales rastrean dÃa y
noche con los más sofisticados artilugios tecnológicos? ¿Dónde está? Y la
respuesta es muy simple: no tienen ni la menor idea.
Algo está muy claro: además de ser un asesino despiadado y un fanático
medieval, Ben Laden es un maestro del escondite y la clandestinidad. Los
americanos lo han buscado por años, inútilmente. Y no solo los
americanos: en 1994, en Sudán, tres pistoleros musulmanes trataron de
matarlo mientras oraba en una mezquita. Hubo una matanza, un auténtico
baño de sangre. Pero Ben Laden salió ileso. Desde entonces, según relata
el diario Al Hayat, de El Cairo, el jefe de Al-Qaida tiene "hasta diez
dobles, para confundir a los que intenten matarlo". La CIA estadounidense
estuvo a punto de cazarlo hace un año, cuando aviones de espionaje lo
ubicaron en un campamento en el norte de Afganistán. Pero, según informa
el Wall Street Journal, de Nueva York, hasta que llegaron los aviones
bombarderos Ben Laden habÃa desaparecido.
Pero incluso si finalmente encontraran a Ben Laden, ¿quedarÃa resuelto el
problema del terrorismo y, por lo tanto, los estadounidenses podrÃan
volver a vivir en paz? Probablemente no. Y es que los miles de
combatientes musulmanes, gran parte de ellos extranjeros, que esta semana
escaparon de Mazar-i-Sharif, Kabul, Kunduz y Jalalabad, seguramente se
esparcirán por el mundo y, en cuanto puedan, volverán al ataque, con más
motivos de rencor que antes. Los talibanes serán un problema menor porque
la mayorÃa de sus 50 mil combatientes son desertores, que tratarán de
hacerse invisibles en el paÃs y adaptarse a la nueva situación. Pero al
menos una minorÃa de ellos esperará el momento de volver a lanzarse a la
pelea.
¿Qué conclusión resulta de todo esto? Pues que después de las
dificultades con que la alianza occidental se está encontrando en
Afganistán, donde ni siquiera el derrocamiento del régimen talibán
garantizará el final de la guerra civil, es altamente improbable que los
estadounidenses se arriesguen a llevar la guerra a Irak, Sudán, LÃbano o
a cualquier otro paÃs del Oriente Medio o del norte de Africa. Menos aún,
por supuesto, a otras regiones del mundo. Entonces, a menos que exista
algún plan luminoso y todavÃa secreto, Afganistán será debut, beneficio y
despedida de la guerra contra el terrorismo, pues, según parece, más
fácil que exterminar a todos los potenciales terroristas del mundo será
que los estadounidenses se acostumbren a vivir con los nervios de punta y
a dormir con un ojo abierto. (Diario Hoy)