En la inauguración -acta de nacimiento- de La Capilla del Hombre, el 30 de noviembre pasado, sentí constantemente la presencia de Benjamín Carrión. Recordé, ante la obra de Guayasamín, que de las tantas que tuvo -abogado, periodista, escritor, diplomático-, la verdadera profesión de Benjamín fue el Ecuador. Le perdonaba al país y a su gente los errores pequeños, los defectos menores, nos decía que exagerábamos cuando le echábamos al país la culpa de todo... Y se iba por América, con la boca llena de Ecuador, de su vocación y su destino de cultura, generosamente orgulloso de ella. Sin haber sido nunca defensor de causas perdidas, defendió, antes de que triunfaran, las causas que iban a triunfar. Con ojo clínico de crítico advirtió, por ejemplo, que en Pablo Palacio, que tenía 24 años cuando en 1927 publicó Un hombre muerto a puntapiés y Débora, había un autor de una literatura casi subterránea: bajó a ella, anduvo por sus túneles, y lo lanzó al continente dedicándole un capítulo de su libro Mapa de América, en 1930. Ese mismo año fue para él, como diría después, "un motivo de orgullo haber elogiado Los que se van, que mereció el anatema de los "bien pensantes". Cuando estos, generalmente mal actuantes, se escandalizaron por el lenguaje al aire libre, insolente -que constituía el "primer grito de independencia" contra el colonialismo verbal-, de ese libro, y más aún por la palabrota en reunión de señoras que significa dar categoría de personajes literarios al cholo y al montuvio. Benjamín exaltaba por donde iba al Grupo de Guayaquil, que proponía en sus libros no solo la lectura de la literatura, sino, sobre todo, una "lectura de la realidad". Cuatro años más tarde, en 1934, en medio de la gritería, aparentemente en defensa de la literatura, de la lengua o del prestigio del país -fue, realmente, en defensa del sistema-, que se levantó contra Huasipungo, de Jorge Icaza, la voz de Benjamín Carrión fue al comienzo la única que defendía el derecho del indio a ser persona aun antes de ser personaje. Desde entonces, de todos los que vinieron y continuaron llegando a la literatura, no hubo nadie que no recibiera de Benjamín el apoyo, el aliento, el empujoncito que a veces falta para seguir adelante, el espaldarazo para hacer mejor las cosas. Y no solo los escritores: "Seguirá para mí siendo un motivo de orgullo -decía- haber tomado sobre mis hombros la causa del gran Guayasamín, cuando muchos de los que le adulan hoy se horrorizaban ante su pintura". O al revés, diría hoy.
Debió ser en 1949: lo vi entrar en el despacho de Carrión, donde le habló del ambicioso proyecto de pintar Huacayñán. Oswaldo no tenía dinero para comprar pinceles, menos aún colores y telas: debía escoger, materialmente, entre la comida y la pintura. En 1952 se exponía, ante el Ecuador y el mundo, la primera de las tres grandes series pintadas por él, que da cuenta no solo de la historia del hombre americano, sino también de la inmovilidad de América. De los 103 cuadros de que consta, solo tres son retratos: el del autor, el de su padre y el de Benjamín: eso significa algo.
Guayasamín es, desde hace tiempo, un referente de nuestra identidad, representante del mestizaje étnico (en el cual no creía) y de la tradición plástica de nuestro pueblo, vuelta ya carne en su historia. Benjamín -que tenía, él sí, un plan o proyecto de nación- decía que nuestras patrias no son, no pueden ser una potencia económica; no son, no quieren ser, no deben ser una potencia militar. Por eso, decía, el Ecuador tiene una vocación de cultura, y ése es su destino, ése tiene que ser el destino de las naciones de nuestra América. Y Guayasamín lo entendió así: creo que ni siquiera se lo planteó ideológicamente: simplemente, sus manos contribuyeron a trazarlo.
Además, Benjamín y Oswaldo, con sus actos -y los actos son a la vida lo que los resultados a la ciencia: la única comprobación posible, porque escribir o pintar es un acto-, fue la negación del dicho popular, más doloroso por frecuente: "A los 20 años incendiario, a los 40 bombero". Ellos, al igual que Raúl Andrade, Alfredo Pareja Diezcanseco, Pedro Jorge Vera..., supieron crecer con la edad (añorando tal vez no haber sido dinamiteros mientras pudieron), en lugar de echarse, ideológicamente, a descansar. Benjamín tenía más de sesenta años cuando en 1959 adhirió hasta su muerte a la causa de Cuba, descubriendo que "José Martí [...] abre -deja abiertas, mejor, para que después entren los elegidos- las puertas que conducen a la segunda independencia, que ha conseguido ya su Isla y que, siguiendo sus pasos, tenemos que conquistar los demás pueblos de América Latina". Y la Revolución Cubana fue para Guayasamín, hasta entonces políticamente inocente, algo como un bautismo ideológico. (Uno de los primeros en enterarse del proyecto de La Capilla... y entusiasmarse con él fue el presidente Fidel Castro, quien advirtió la grandeza que tendría esa exaltación de la historia de América y ese registro de la ira en el mundo, con toda la violencia, la pasión y la ternura de que Guayasamín era capaz, y como una antología viva de sus "tres o cinco mil años, más o menos" de pintura.
Viendo y escuchando al Comandante en el acto de inauguración -y evocando con él a Oswaldo aferrado a sus convicciones sobre el destino de América, y formando parte de él la gloriosa perennidad del arte- recordé un discurso que Fidel pronunció en la entrega de premios del Concurso Internacional de Literatura por sus 70 años, convocado por la Fundación Guayasamín. Habló de la supremacía del arte sobre la historia: dijo que esta ha sido muchas veces adulterada, por lo cual, para saber de un pueblo en un período dado, confiaba más en la novela y en la plástica: señaló que recordamos más a un escritor que a un estadista y si sabemos quién gobernaba un país o un imperio antiguo es, con mucha frecuencia, porque tenemos presente la imagen que de él nos dejó un escultor. (¿Alguien recuerda, en estos días, sin consultar una cronología o un libro de historia, quién gobernaba en Francia en 1802, año del nacimiento de Alejandro Dumas cuyos restos acaban de entrar en el Panteón de Francia? ¿Quién cuando nacieron Victor Hugo y Emile Zola, que allí lo acompañan? ¿Quién era presidente o dictador del Ecuador en 1919, cuando empezaba la vida de Guayasamín?).
En cambio, puedo imaginar, dentro de muchos años, a las multitudes recorriendo la única Capilla erigida no a Dios ni a un Santo sino al Hombre, intuyendo ellas también lo que el poeta alemán Tias escribió, hace dos años, intuyéndola:
¿De qué facetas del pasado y del presente se hará nuestro futuro? / ¿Dónde encontramos apoyo, dónde metas -dónde estaremos mañana?/ En esa búsqueda nos detenemos a 3 000 metros de altura, / aquí donde el anillo del ecuador ciñe la Tierra: Quito. / Aquí un fanal alumbrará un porvenir mejor: / LA CAPILLA DEL HOMBRE./ Una antiquísima pregunta halla respuesta: / cuando nuestro corazón se abra a los "Otros",/ sólo entonces, hombre o mujer, seremos dignos del título de Humanos./ Al terminar nuestro milenio tendremos la suerte increíble de saber que el maestro/ OSWALDO GUAYASAMIN/ uno de los pintores superiores en la historia de la Tierra, / estará en medio de nosotros./ El nos hará donación de esta obra grandiosa./ Quienes en el futuro visiten La Capilla del Hombre, con sus indescriptibles imágenes de todas las edades de la humanidad, no saldrán de allí intactos.
EXPLORED
en Ciudad Quito

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