El sindicato más grande de Italia, CGIL, organizó una conferencia e invitó a algunos académicos a que dieran su opinión sobre varios problemas. Yo hice algunos comentarios improvisados y, claro está, los periódicos solo reportaron parcialmente mis observaciones. Algunas personas me pidieron que aclarara lo que habÃa querido decir y esa es la razón de esta columna.
Asistà a la conferencia un tanto preocupado, como suele suceder casi siempre, cuando una entidad polÃtica quiere pedir a los âintelectualesâ que expresen sus ideas sobre cómo Italia puede avanzar como paÃs. No hay nada que me irrite más (pero, en el fondo también me hace sonreÃr, cuando por fortuna no me piden nada) que ver cuando usan a los intelectuales como âoráculosâ.
Naturalmente, que aún hoy sostengo que un âintelectualâ es alguien que trabaja con su mente y que es lo opuesto a alguien que trabaja con sus brazos. Hasta alguien que lleva las reservaciones de un hotel en una computadora usa su mente, contrario a un escultor, que usa sus manos.
Digamos entonces que un âintelectualâ es alguien que realiza un trabajo creativo en las ciencias o en las artes; e incluimos, por ejemplo, a un granjero que inventa una teorÃa nueva sobre la rotación de las máquinas cortadoras. En resumen, una persona que escribe correctamente un texto de matemáticas en una escuela secundaria, no es un intelectual, necesariamente; pero una persona que escribe ese libro mientras emplea un nuevo y más eficiente método pedagógico, sà lo es.
Ahora que hemos aclarado el asunto, examinemos la antigua Grecia, que nos ofrece tres figuras distintas de intelectuales.
La primera es Ulises, quien en La Iliada asume el papel del âintelectual orgánicoâ de acuerdo con los modelos de los viejos partidos izquierdistas. Agamenón le pregunta a Ulises cómo conquistar Troya y él viene con la idea del famoso âCaballo de Troyaâ y debido a que pertenece a un grupo orgánico, no se preocupa por lo que le pase a los hijos de Priamo. Entonces, justamente como hacen muchos otros intelectuales orgánicos, que entran en crisis y se unen a una comunidad con gurú y todo; o que se van a trabajar a una gigantesca corporación, Ulises empieza a navegar dentro de su mente y a ocuparse de sus propios asuntos.
La segunda figura intelectual de los griegos es Platón. No solo que él tiene sus propias ideas acerca de cómo trabaja el oráculo, sino que los filósofos son los que deberÃan enseñar a gobernar apropiadamente.
El experimento con el dictador de Siracusa no fue un episodio feliz y es mejor estar alertas con los filósofos que tienen modelos o fórmulas concretas para realizar el mejor de los gobiernos. Si tuviéramos que vivir en la isla de UtopÃa, tal y como la concibió Tomas More, o en algún suburbio en expansión diseñado por Charles Fourier, nos hallarÃamos en una situación más incómoda que un moscovita en el reinado de Stalin.
La tercera figura es Aristóteles, quien fue el tutor de Alejandro âel Grandeâ. Por lo que podemos decir, Aristóteles nunca le impartió un consejo preciso sobre lo que deberÃa hacer: si deshacer el nudo gordiano o casarse con Rossana.
En cambio, Aristóteles le enseñó a Alejandro lo que era la polÃtica de manera general, asà como lo que era la ética y cómo se desarrollan las tragedias griegas y cuántos estómagos tienen los rumiantes. No obstante, dejando a un lado el conocimiento que le impartió, no sabemos en qué se beneficio Alejandro con todas estas enseñanzas, aun si Aristóteles no hubiera sido su maestro: quizás hubiera sido suficiente que un amigo le sugiriera que leyera los libros de Aristóteles.
Es por eso que solo hay dos caminos en los que los polÃticos deben permitirse la contribución de los intelectuales.
Uno: Que los verdaderos intelectuales (es decir los que son creativos) deben expresar sus ideas interesantes por escrito y que entonces, los polÃticos se limiten a leer esos trabajos, únicamente.
Dos: Que los polÃticos se den cuenta de que, en ciertos temas, ni ellos ni los intelectuales tienen ideas claras (o que no se sabe lo suficiente), en cuyo caso un buen polÃtico debe solicitar una investigación de mercado.
Eso es todo.
Si un intelectual resulta un miembro de un partido polÃtico y trabaja en su oficina de prensa, pues entonces, no tienen nada que ver con su verdadero rol en la sociedad. Eso es un ejemplo de un ciudadano quien, como cualquier otro, desea poner sus habilidades profesionales al servicio de su grupo, justo como lo hace un masón, que podrÃa trabajar gratuitamente en su tiempo libre para reparar la sede central de su partido.
En un breve artÃculo en el periódico italiano Corriere della Sera, Luciano Canfora, de manera muy afable, me señala que no mencioné a Sócrates. Es correcto. TenÃa en mente un cuarto tipo de intelectual griego, pero ese dÃa no tenÃa tanto tiempo asignado para hablar.
Sócrates lleva a cabo su papel, criticando el lugar donde vive y luego acepta ser sentenciado a morir, porque quiere enseñar a otros la importancia de respetar la Ley. No estoy seguro si él fue uno de ellos o no, pero el intelectual que tengo en mente tiene otro tipo de deber, asumiendo, desde luego, que él sea parte de un grupo. No deberÃa hablar mal de sus enemigos (que es para lo que existe la oficina de prensa), sino que deberÃa hacerlo en contra de los propios miembros del grupo. Tiene que ser como la conciencia crÃtica del grupo. Tiene que molestar constantemente.
De hecho, en los casos más radicales, cuando el grupo asciende al poder mediante una revolución, el molestoso intelectual es el primero en ser fusilado o enviado a la guillotina. No creo que a todos los intelectuales les gustarÃa llegar a ese punto, pero deberÃan aceptar la idea de que el grupo (del que han decidido ser parte) no les quiere mucho. Si el grupo no les quiere mucho o los consciente, entonces resultan peores que los intelectuales orgánicos. Son intelectuales del régimen.
*Umberto Eco es autor de la nueva novela Baudolino, junto con El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault.