Ha pasado casi año y medio desde cuando en agosto de 2000, el director de HOY, Jaime Mantilla, me ofreció la DefensorÃa del Lector en el Diario. No temo recurrir al lugar común: fue un desafÃo interesante para una vocación periodÃstica que anda ya por los cuarenta y pico de años.
Le agradezco en sumo grado la oportunidad de contribuir con mis escasas luces a este propósito.
El Defensor del Lector es un cargo cuestionado y discutido pero, eso creo, necesario en el periodismo. Originado en Suecia, donde un funcionario del gobierno representaba al público en sus reclamos al Estado, el Ombudsmen, como se le llamó entonces, pasó en los Estados Unidos a recibir las quejas de los lectores a los diarios y cadenas de televisión, a detectar él mismo los errores cometidos por el medio, y a criticarlos. El primer Ombudsmen apareció en 1967 en el Louisville Times y el Courier-Journal, cuyo director ejecutivo Norman Isaacs habÃa tomado la idea de un artÃculo de H. A. Raskin aparecido el 11 de junio de ese año, en el New York Times. Desde entonces, más de 500 periódicos en los Estados Unidos mantienen en su nómina a un periodista con estas funciones. En Hispanoamérica no son extraños, y en los diarios El PaÃs, de España y de Colombia, entre otros, el Defensor del Lector es una presencia incómoda pero importante y necesaria.
Han sido, pues, dieciséis meses de labor semanal, que ha incluido revisar, editar y publicar en la columna Buzón las cartas de los lectores, y escribir todos los sábados una columna en la que me he ocupado, quizá sin muchos aciertos, de comentar algunas de esas cartas, cuando se refieren a errores de información del Diario, o a criticar cuanto en esa información he hallado incorrecto y he creÃdo necesario criticar. Sin mala intención, a ratos más en broma que en serio pues el humor ayuda a no herir demasiado la susceptibilidad de quienes ejercemos este âmaldito oficioâ, que solemos ser bastante sensibles a los juicios adversos.
DecÃa que es incómoda la situación del Defensor del Lector en un medio de comunicación. Es una especie de abogado del Diablo que debe situarse en frente y no precisamente detrás de la Dirección, de los editores y de los periodistas. Y mucho menos al lado. Su trabajo es el del aguijón, no el del incensario. Aunque en algunos momentos la defensa de los intereses del público puede llegar a limitar con la defensa del Diario, pues no siempre sus informaciones son bien interpretadas por el lector corriente y alguna de esas malas interpretaciones pueden dar origen a confusión en otros lectores. El defensor ha de discernir, entonces, la mejor manera de criticar lo criticable y aclarar, si es del caso, cualquier dato, información o comentario que haya sido mal interpretado, aunque esa aclaración implique una cierta âdefensaâ del Diario.
Sin embargo, como Defensor he tenido la oportunidad de confirmar que una parte importante de los errores de información que se cometen en el periodismo actual, se debe a la precariedad de los espacios informativos. Si en alguna parte tiene significado la vieja expresión de que âlos árboles no dejan ver el bosqueâ, es en el tipo de periodismo que estamos practicando, sobre todo en el Ecuado, en donde parece hacerse fuerte la creencia de que en realidad âla gente no leeâ. El exceso de noticias -que ya han sido escuchadas en la radio y vistas en la televisión- conspira contra una de las fortalezas que la prensa escrita tiene: su permanencia y la posibilidad de que el acercamiento del lector sea no solamente más cuidadoso sino también posible de repetir y analizar, cosa imposible en los otros medios por su carácter efÃmero, y porque la avalancha de notas diversas impide la concentración en las verdaderamente importantes. A la noticia polÃtica sigue una de farándula y al comentario sobre economÃa le sucede otro deportivo. Ahà se pierde la capacidad de concentración y discernimiento por parte del oyente o televidente, cosa que no ocurre al enfrentarse a la página escrita, necesaria y fortunosamente menos efÃmera, aunque siga siendo cierto también que âun periódico es lectura de hoy y basura de mañanaâ. Pero su vida, en todo caso, se cuenta en horas o en dÃas, no en fracciones de segundo.
¡Hasta aquà llegamos!
Debo decir, por otra parte, que extrañaré a los lectores que han seguido estas columnas con quizás inmerecida atención. De ellos, de sus observaciones, comentarios, reclamos y sugerencias, he aprendido mucho en estos meses. La perspicacia de muchos de ellos me ha permitido ver lo que mis propios ojos y sentidos no percibieron; su talento me ha guiado muchas veces por caminos no descubiertos; su interés me ha servido para aclarar dudas y resolver inquietudes. A todos ellos, muchas gracias.
Extrañaré también las respuestas a mis ocasionales crÃticas a los editorialistas. Extrañaré la erudición para âdefenderse del defensorâ, de Carlos Jijón; las oportunas sugerencias de Simón Pachano; los comentarios lúcidos e irónicos de Galo Ayora, quien si bien no es colaborador del Diario bien podrÃa serlo por su extensa cultura y agudeza intelectual; en fin. Y extrañaré la disciplina impuesta pero bien recibida de leer de cabo a rabo el periódico diario, para pergeñar con alguna claridad conceptual, no siempre conseguida, este comentario semanal.