CUANDO EL DEMONIO ERA SOCIO DE LOS CRISTIANOS Por Alberto
Acosta

Quito. 17.03.91. Reza Pahlevi, el último sha de Persia, soñaba
en grande. Había resuelto ubicar a su país en el quinto lugar
de las potencias industrializadas al finalizar el siglo. Para
el efecto contaba con un tratado de alianza bilateral con los
EEUU, que los obligaba a intervenir en caso de una agresión
por parte de un "país comunista" o "teledirigido por los
comunistas". El tratado le facilitaba la compra de todo tipo
de armas imperiales.

Pero su sueño de reconstruir una gran civilización persa
occidentalizada terminó en una colosal pesadilla. Cuando menos
lo esperaba, un "demonio" religioso que nada tenía que ver con
el cuco del comunismo acabó con el trono del pavo real. Desde
el exilio, un líder chiíta agitó a las masas y las orientó
hacia el Islam integrista. El ejército del sha, uno de los más
poderosos del mundo, no pudo detener el avance de la
revolución teledirigida desde París por una figura casi
mitológica: el ayatollah Ruhollha Jomeini. Su lucha, que se
inició en los años 50, alcanzó su apoteosis el día de su
regreso a Teherán, el 1 de febrero de 1979.

La sorpresa de sus aliados yanquis no pudo ser mayor.
Derrotado el sha, rápidamente se enfriaron las relaciones con
la Casa Blanca, morada del principal sostén de Pahlevi. Y el
punto más candente se registró el 4 de noviembre del mismo
año: una multitud de estudiantes asaltó la embajada
norteamericana. Con los rehenes se condicionaba la
repatriación del sha, refugiado en Nueva York, la devolución
de su fortuna depositada en el exterior y la liberación de los
recursos persas congelados en bancos norteamericanos: casi 25
mil millones de dólares.

Ambición y miedo provocan la guerra

La superpotencia de occidente se encontró acorralada. Por un
lado tenía que actuar para liberar a sus ciudadanos y
demostrar su poderío. Por otro, los impredecibles ayatollahs
amenazaban a la región con el moderno arsenal heredado y
presionaban a los países industrializados con el bloqueo
petrolero. Washington, que se hallaba procesando los momentos
más amargos del síndrome de Vietnam, redobló la búsqueda de un
suplente para su gendarme persa y comenzó a organizar su
"fuerza de desplazamiento rápido".

Con los tratados de Camp David apareció un magnífico
candidato: el presidente egipcio Anuar el Sadat. Y sus tropas
se portaron a la altura del encargo con notables actuaciones
de gendarmería: sostuvieron al sultán Quabus de Omán, ayudaron
a enfrentar una insurrección en Zaire, en Marruecos lucharon
contra el Frente Polisario. El 6 de octubre de 1981, Sadat
cayó acribillado por las balas del integrismo islámico

La palabra de Jomeini, montada en los poderosos tanques
yanquis, podía ser fácilmente exportada. Los viejos problemas
territoriales entre Irán e Irak aparecieron prontamente. Y las
tradicionales diferencias políticas, los temores religiosos y
los cálculos ambiciosos del gobierno iraquí, presidido por
Saddam Hussein, arrastraron a los dos países a la guerra.
Bagdad invadió a su vecino el 22 de septiembre de 1980.
Confiado en su superioridad bélica esperaba derrotar pronto a
los desorganizados y desmantelados ejércitos de Jomeini. La
ambición y el miedo fueron los detonantes.

El avance inicial de Hussein fue aplastante. Pero una gran
movilización popular y el fanatismo religioso contrarrestaron
la sorpresa y la superioridad militar. Y la guerra se complicó
para el Irak.

Poco a poco cambió el desequilibrio que favorecía a Hussein y
los persas tomaron la iniciativa, ahondando el temor de los
países árabes, particularmente de los ricos emires.

La protección de Saddam era insuficiente. "He was our son of a
bitch"

La situación era difícil. Las oleadas de jóvenes fanatizados
amenazaban a los soldados profesionales de Bagdad. Los
soviéticos asestaron otro duro golpe a la vulnerabilidad
iraquí al detener los suministros oficiales de armas.

Hussein se vio obligado a comprar armas y tecnología en China,
Europa, Egipto, Brasil, Argentina, Corea del Norte y del Sur
-casi 30 países en total- mientras desarrollaba su propia
industria bélica. Sus importaciones de equipos militares, de
conformidad con datos del gobierno norteamericano, se
acercaron a casi 46 mil millones de dólares de 1982 a 1989:
cerca de 28 mil millones de dólares entre 1982 y 1985, y 18
mil millones de dólares entre 1986 y 1989. Según otros
analistas el monto total de las compras habría sido de
alrededor de 80 mil millones de dólares. Así este país se
convirtió en uno de los principales compradores de armamento
en el mundo.

Las masivas transferencias de petrodólares de los jeques del
vecindario -Kuwait y Arabia Saudit- financiaban la campaña
para que los iraquíes les libren de las hordas de Jomeini. Una
dura represión, en especial contra comunistas, cristianos
asirios, kurdos y chiítas iraquíes -que hoy se sublevan
contra Hussein-, aseguró el frente interno. Saddam sustentó su
poder personal en la promoción de sus mejores oficiales y en
la fuerza de su selecta Guardia Republicana.

Sin embargo, en la precariedad del momento se sucedieron
decisiones sorprendentes. El 10 junio de 1982, cuando la
avalancha iraní entraba en su territorio, Hussein propuso un
alto al fuego para atacar a Israel, que había invadido al
Líbano cuatro días antes Escondió gran parte de sus mejores
aviones en Jordania y Arabia Saudita. Poco después, Tarik Aziz
viajó al Cairo para restablecer las relaciones deterioradas
desde los tratados de Camp David. Y, curiosamente, hasta de
sus archienemigos sionistas habría recibido algún apoyo para
su guerra contra Teherán, como sostienen Judith Miller y
Laurie Mylroie.

Presionado por la ofensiva iraní sobre Bassora, Hussein
recurrió a las armas químicas, que tan buenos resultados le
darían en 1988 para exterminar kurdos. Con ello detuvo el
entusiasmo de los jóvenes persas que se atropellaban en su
carrera por conquistar el cielo.

En medio de esta interminable y confusa guerra, que concluiría
el octavo día del octavo mes de 1988, los países occidentales
se alinearon junto a Irak, hasta entonces considerado como uno
de los principales socios soviéticos y una base segura para el
"terrorismo internacional". Pero la fuerza de las
circunstancias y la necesidad de los intereses alteraron el
marco de referencia. Saddam se convirtió en "el ángel
exterminador de occidente contra el fundamentalismo iraní",
como cuenta José Antonio Gimbernat.

Y Geoffrey Kemp, uno de los asesores del presidente Ronald
Reagan, fue categórico al explicar las razones, tal vez
inconsciente de que parodiaba a Teddy Roosevelt cuando éste se
refirió a uno de sus dictadores centroamericanos: "No es que
queramos que Irak gane la guerra, pero tampoco queremos que la
pierda. Nosotros no somos inocentes. Sabemos que él (Hussein)
es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta".

El pragmatismo justifica todo

Ya en 1979 los norteamericanos cortejaban a Hussein. Carter
buscaba su ayuda para conseguir la salida de los 52 rehenes en
Irán y salvar su reelección. Un negocio que concluyó el día en
que Reagan asumió el poder -el 20 de enero de 1981- tras el
estruendoso fracaso de un comando yanqui de rescate en el
desierto persa. Los vínculos con occidente mejoraron con el
establecimiento del "eje Bagdad-Riad", luego del derrocamiento
del sha.

Las relaciones diplomáticas, rotas desde la guerra de los seis
días con Israel, se restablecieron. Las circunstancias
imponían el pragmatismo. Ya en 1980, el asesor para Asuntos de
Seguridad Nacional de Carter Zbignew Brzezinski aseguró que su
país "no veía ninguna incompatibilidad básica de intereses
entre Washington y Bagdad". Hasta parecía que también Hussein
podía encontrar trabajo en la gendarmería yanqui.

La presencia de buques norteamericanos era una garantía para
Irak cuando su enemigo comenzó a torpedear a los petroleros
kuwaitíes y sauditas, que sacaban el crudo destinado a proveer
las divisas necesarias para sostener a las fuerzas armadas y
al régimen de Bagdad. Sauditas y turcos le facilitaron el
transporte del hidrocarburo a través de sendos oleoductos,
luego de que fuera bloqueado el que tenía por Siria. La CIA le
proporcionó vitales informaciones obtenidas por sus satélites
sobre el movimiento de las tropas iraníes. El gobierno
norteamericano le concedió créditos por cientos de millones de
dólares -sólo en 1987 recibió préstamos por 1.045 millones de
dólares del Commodiy Credit Corporation del Departamento de
Agricultura- para financiar cuantiosos embarques de alimentos,
a más de la posibilidad de adquirir equipos de compleja
tecnología y computadoras. Los egipcios también ayudaron con
un puente aéreo que aprovisionaba a las tropas iraquíes.

Y las empresas europeas no se hicieron extrañar. Los franceses
desarrollaron estrechos vínculos con Irak, llegando a vender
unos 12 mil millones de dólares en armas de 1981 a 1988 e
incluso construyeron la central nuclear de Osirak, cerca de la
capital iraquí, que fuera destruida por los israelíes en una
audaz operación el 7 de junio de 1981. Los alemanes estuvieron
activos: casi todas sus grandes compañías -de la A a la Z, más
de 70 compañias- participaron en el desarrollo de la industria
de guerra, incluidas las plantas de armas químicas y los
bunkers de mando, además del entrenamiento de los pilotos
árabes. Los austríacos vendieron ultramodernos cañones de 155
milímetros y los italianos proporcionaron una flota de tanques
y aviones inflables... Los ingleses se especializaron en la
fabricación de refugios subterráneos. Tampoco estuvieron
ausentes los belgas y los holandeses. El gran negocio
justificaba el apoyo a Hussein y explica la actual
desesperación de las empresas occidentales por intervenir en
la reconstrucción del Kuwait y del Irak, en cuya destrucción
tuvieron una activa participación sus fuerzas armadas...

Las armas fluían de todas partes, tanto de las naciones
capitalistas como de los países "socialistas", a la cabeza la
Unión Soviética: el mayor proveedor de Hussein con unos 22 mil
millones de dólares. Para las economías "socialistas" la venta
de equipo bélico al Irak se convirtió en una importante fuente
de divisas.

Y el pragmatismo cristalizó los intereses imperiales con los
negocios millonarios en medio de un cinismo ilimitado. En
1986, el propio presidente Reagan reconoció que había
autorizado la entrega de armas al Irán -el famoso Irangate-
para conseguir recursos destinados a financiar a la contra
nicaragYense. Con el dinero de los "diablos" iraníes se pagaba
a los mercenarios que enfrentaban al "demonio" latino de
Managua: el sandinismo. Ese mismo y maravilloso pragmatismo
explica la diabólica mutación de Hussein: primero peligroso
amigo de Moscú, luego valioso aliado de occidente, hoy
paranoico satán al que, después de haber "liberado" al Kuwait,
quiere destruir la petrocruzada, encabezada por los EEUU.
Cruzada santificada por resoluciones del Consejo de Seguridad
de las Naciones Unidas, en donde en realidad se adoptaron
resoluciones norteamericanas, como afirmó el propio secretario
general de la ONU, Javier Pérez de Cuellar...

Los atropellos cometidos por "el demonio de Bagdad" que ahora
se difunden por los cuatro vientos, se mantuvieron en la
oscuridad mientras era socio de los cristianos: la utilización
de gas contra iraníes y kurdos, los reportes sobre continuas
violaciones a los derechos humanos entregados año a año por
Amnesty International, por ejemplo. Hoy, sin embargo, por
similares razones se oculta otras violaciones denunciados por
organizaciones como la Asociación pro Derechos Humanos de
España: los crímenes del sirio Hafez el Assad -un nuevo
"ángel" occidental- y la ocupación del Líbano por las fuerzas
de Damasco; la represión y las ejecuciones extrajudiciales con
que Israel -elevado a la categoría de "ejemplo de
responsabilidad internacional" por no haber respondido
directamente los ataques misilísticos de Hussein- oprime desde
hace décadas a los palestinos en su propio territorio en
contra de las resoluciones de las Naciones Unidas; las
continuas masacres de kurdos en Turquía, que prestó sus
aeropuertos para que aviones yanquis bombardeen Irak.

Y la ironía podría ser mayúscula. Un profesor de historia del
Medio Oriente de la Universidad de Chicago, frente al escaso
apoyo que recibiría la actual sublevación chiíta, cree que si
Washington retoma su antigua fobia contra el fundamentalismo
chiíta (Diario Hoy del 11.3. 1991), "ciertamente somos (los
Estados Unidos) capaces de reconciliarnos con Saddam si ello
sirve a nuestros intereses". (C-2).
EXPLORED
en Autor: Alberto Acosta - Ciudad N/D

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