Un Nuevo Caballo De Troya

Quito. 19.11.91. (Editorial) La leyenda cuenta que cuando el
príncipe troyano Paris raptó a la bella Helena, esposa de
Menelao, rey de Esparta, se desató una guerra de casi diez
años. Cuyo fin fue posible gracias a una célebre estratagema:
los griegos alzaron el larguísimo sitio a la ciudad dejando
como regalo un gran caballo de madera, en cuyo vientre
asechaban soldados, encargados -al amparo de la noche y de la
borrachera troyana- de abrir la puerte de la urbe y permitir
el ansiado ingreso de los helénicos.

Y, desde entonces, no solo que se recuerda a este equino
famoso, sino que trampas similares se han utilizado en
repetidas ocasiones, y no únicamente en el campo militar. Por
ejemplo, en estos últimos años hemos visto como, aprovechando
de un novedoso pretexto, se reforman varias leyes y se
instrumentan otros tantos cambios, cuya realización se buscaba
infructuosamente desde hace rato. Introducidas en el vientre
de un sobredimensionado Pacto Andino -convertido en un nuevo
Caballo de Troya-, una tras otra se cristalizan las
transformaciones: las leyes de la maquila, del trabajo
compartido y de las zonas francas, el fin de los subsidios, al
tiempo que e avanza (al menos sicológicamente) en el camino de
la privatización de las empresas estatales... Llegando, por
fin, a cristalizarse uno de los anhelos más esperados: las
reformas al Código del Trabajo.

!Eh! aquí, por fin, la solución de las soluciones.

Con estas reformas -respaldadas por una opinión pública
adecuadamente preparada- se quiere "modernizar el trabajo, con
miras a impulsar la productividad para que el Ecuador pueda
responder el desafío de la apertura de los mercados, que en su
primera fase arrancará con la zona andina de libre comercio".
Y esta moderna leyenda nos asegura que con estas reformas se
abrirá la puerta de la modernización y del progreso,
debilitando simultáneamente a las fuerzas retardatarias,
aferradas al pasado.

Sin embargo, la terca realidad contradice esta suposición. Si
se considera que los salarios representan un 10% o aún menos
de los costos totales de producción de las empresas en el
Ecuador, podemos convenir que el real problema que impide el
incremento de la productividad no radica en el aspecto
laboral. Además, los ingresos de los trabajadores no han sido
la causa de la inflación, sino por el contrario el pilar para
aguantar la crisis: las remuneraciones de los empleados en el
PIB han perdido sistemáticamente su participación: de 30,2 %
en 1981 se redujeron a 12,7% en 1990 (según cifras del Banco
Central del Ecuador). Y, medido en dólares, el salario mínimo
vital ha caído de 160, -en 1980 a 36,- en 1991.

Por lo que, si de productividad se trata, se precisan otras
reformas que deberían empezar por constituir un sector
empresarial moderno. Puesto que, como acertadamente dice
Oswaldo Dávila, "los vínculos con las metrópolis y la falta de
una burguesía nacional auténtica, reemplazada por un
criollismo desarraigado, no permitieron que se desarrollara el
sentido empresarial schumpeteriano".

Además, "la solución de las soluciones" puede generar nuevas
conflictividades y una mayor fragilidad del sector laboral y
aún de la sociedad, en tanto se instaura un capitalismo cada
vez más desenfrenado. Capitalismo al que ciertas personas,
como el doctor Blasco Peñaherrera Padilla, aprovechando de la
actual euforia económica del neoliberalismo y del alboroto
político del neoconservadorismo, pretenden desconocerlo y
hasta rebautizarlo como un fementido "sociopopulismo".

Lo cierto es que la propaganda de las reformas laborales no
deja de ser en gran medida otra leyenda que no oculta su
objetivo final: garantizar mayores tasas de explotación y
acumulación que faciliten nuestra reinserción en el mercado
mundial, dentro de la lógica y de los intereses
transnacionales. Al igual que lo que sucedió con Troya, cuya
presencia era la que amenazaba las rutas comerciales micénicas
y no los legendarios cuernos del rey Menelao. (4A)