Quito. 27.11.91. (Editorial) El presidente Borja tenÃa razón
para enfurecerse con el embajador norteamericano: las crÃticas
de Lambert ponen al gobierno en una posición incómoda, pues
quién más, sino el régimen, es el responsable de una
conducción ambigua de la economÃa, criticada duramente por el
diplomático.
La apreciación de Lambert es exacta: Borja y su partido
llegaron al gobierno como opositores del modelo neoliberal de
Febres Cordero y con la promesa de hacer un gobierno
socialdemócrata. La realidad histórica les jugó una mala
pasada: no es la hora de la socialdemocracia sino del
neoliberalismo. Borja ha ido cediendo poco a poco y su
gobierno, sin mucho convencimiento, ha dado pasos que en
agosto de 1988 habrÃan sido inimaginables.
Pero las crÃticas de Lambert van más allá: al diplomático le
preocupa -¿o molesta?- que el Ecuador se haya quedado a la
zaga del resto de América Latina en la formación de consensos
para la reforma liberal de la economÃa.
Sobre el punto caben algunas consideraciones. HabrÃa que
preguntarse en qué paÃses de América Latina la reforma
económica se ha dado sobre consensos. Si se examina la
historia de la región en los últimos años, se llegará a la
conclusión de que la reforma ha sido impuesta casi a
garrotazos. Piénsese en ÂChile!, Bolivia, Venezuela, ahora
mismo en el Perú, en Brasil y Argentina. Cada gobierno que
llega al poder cumple con un ritual: el paquetazo económico.
El Caracazo -con más de 200 muertos- es el momento más extremo
de este proceso. Que luego se haya ido aceptando como
inevitable la reforma liberal, porque en buena medida se ha
cerrado en el imaginario colectivo la posibilidad de
alternativas, es muy diferente a señalar que la reforma se
asienta en consensos.
Esto no quiere decir, por su puesto, que la reforma no sea
necesaria, y que las crÃticas, por ejemplo, al
"neoimperialismo" -como decÃa en un programa radial un furioso
militante de la flecha verde- puedan llevarnos a negar su
necesidad. El problema que se plantea -y que preocupa al señor
Lambert y a los EEUU- es el ritmo, la velocidad y la
profundidad de la reforma en el Ecuador. Todo ello depende -a
mi juicio- de al menos dos cosas: la gravedad de la crisis
económica -el Ecuador no ha llegado a los extremos de Bolivia
y Perú, por ejemplo, y ello podrÃa ser tomado como una
demostración de buena conducción polÃtica, o al menos de una
no tan mala- y del contexto social y polÃtico. Que no se haya
profundizado la crisis como en otros paÃses, quiere decir que
el modelo anterior tuvo fallas pero no fue un desastre. Y lo
segundo: ¿conviene acelerar la reforma, con todo el peligro de
convulsiones sociales y violentos desajustes polÃticos, en
nombre de un futuro -del cual, es verdad, los ecuatorianos no
estamos convencidos- mejor gracias a la promesa neoliberal? En
eso -señor Lambert- somos todavÃa tradicionales, casi
primitivos; algo nos detiene y nos vuelve temerosos y
desconfiados frente al futuro (quizá sea por eso que dice
Mircea Eliade de las sociedades arcaicas: tienen una cierta
valoración metafÃsica de la existencia humana, que les cierra
al tiempo profano, continuo). Nos cuesta romper con el pasado;
no somos un paÃs moderno; no hemos hecho del cambio y la
innovación un modo esquizofrénico de ser. ¿Cómo juzgar el
ritmo de nuestra reforma y modernización económicas al margen
de este contexto cultural? Imposible prescindirlo, imposible
desconocerlo. Solo a los ojos de un extranjero -de un ser
extraño- puede resultar secundario. Por lo demás, algo nos
debe quedar: al menos hay que conservar un espacio para
definir nosotros mismos, y de la mejor manera, el ritmo de
nuestra propia reforma.
Por último, hay precisiones conceptuales hechas por Lambert
-empresa privada vs. libre empresa; Estado y subsidios;
aranceles-empresa privada-consumidor, entre otras-
perfectamente pertinentes. Es una profundización conceptual
que impide asumir cierta ideologÃa económica solo desde sus
ventajas, y no globalmente, es decir, también desde sus
riesgos y desafÃos. (4A)