EL MENSAJE. Por Jorge Ortiz GarcÃa
Quito. 26.11.91. (Editorial) Dicen, quienes lo conocieron
bien, que el embajador Richard Holwill no tenÃa a la prudencia
entre sus virtudes relevantes y, aunque se cuidaba, era
susceptible de permitir que las palabras se le fueran más allá
de los conceptos. Tal vez eso fue lo que ocurrió en sus
famosas declaraciones al término de su misión en el Ecuador,
efectuadas en un momento y en unas circunstancias que se
asemejaron más a un ex-abrupto que a un plan deliberado. Tal
vez. Pero, por cierto, ese no es el caso del embajador Paul
Lambert.
Lambert es, nuevamente según dicen quienes lo conocen bien, un
diplomático prudente, en quien resultan impensables los
desatinos y los desates de lengua. No es, tampoco, un hombre
de iniciativas temerarias, que se lanzarÃa por su cuenta y
riesgo a hacer comentarios polémicos, por error de cálculo
polÃtico o por afán de protagonismo personal. Por lo tanto,
cabrÃa pensar que si estos dÃas está en las primeras páginas
de los diarios no es precisamente por un súbito exceso de
entusiasmo al dar un discurso ante la Cámara de Comercio
Ecuatoriano-Norteamericana, en Guayaquil, el jueves último.
Más aún, ese dÃa los funcionarios de prensa de la embajada
norteamericana, en Quito, estaban sumamente agitados
distribuyendo copias del discurso de Lambert, notoriamente
interesados en que versiones originales -y no simplemente
resúmenes periodÃsticos- llegaran a la mayor cantidad posible
de gente. Sumada la personalidad del embajador norteamericano
a los ajetreos de sus diplomáticos se obtiene la conclusión,
altamente probable, de que precisas instrucciones del
Departamento de Estado, en Washington, estaban por detrás de
las observaciones, recomendaciones y crÃticas del embajador
Lambert. El gobierno de los Estados Unidos quiso, por su
intermedio, enviarle un mensaje al Ecuador: de eso caben, muy
pocas dudas.
Claro, siempre es más fácil -y más simple- reaccionar a un
mensaje tan directo con acusaciones sobre intromisión e
injerencia que hacer una sincera autocrÃtica para identificar
los errores cometidos y las omisiones incurridas. Siempre es
más cómodo, en efecto, quedarse en la forma que llegar al
fondo. Sin embargo, ¿no serÃa más provechoso para el Ecuador
recoger positivamente los comentarios del embajador Lambert,
para extraer de ellos todo lo que sea útil y aplicarlo en
beneficio del paÃs, en vez de descartarlo todo, de plano y sin
excepciones, en base a usadÃsimas proclamas sobre soberanÃa y
autodeterminación?
Es cierto que el Ecuador está apenas comenzando a debatir
temas que otros paÃses ya han resuelto: aquÃ, la apertura de
la economÃa y su adecuación a las nuevas realidades
internacionales ha empezado lenta y vacilantemente, detenida
por rigideces ideológicas, prejuicios dogmáticos y la
oposición militante de sectores radicales. La consecuencia es
obvia: este es un paÃs que no interesa a la inversión
extranjera, por la falta de garantÃas, la inestabilidad
económica, el avance de la corrupción y las enormes trabas
burocráticas. Lamentablemente, el Ecuador sà requiere de la
inversión extranjera, pues no tiene internamente los recursos
para financiar su desarrollo y alcanzar mejores niveles de
vida para su población.
En definitiva, el mensaje enviado al Ecuador fue claro y
rotundo: los Estados Unidos (pues fue el paÃs el que envió el
mensaje, y no solamente su embajador, que hasta podrÃa irse
pronto) no están dispuestos a invertir en este paÃs mientras
sea una plaza insegura y desconfiable, por la existencia de un
Estado obeso y acaparador, por el avance incontenible de la
corrupción y de la impunidad y, en fin, por la permanencia de
una legislación que estimula los conflictos y la mediocridad
en vez de alentar la producción y el esfuerzo. Y, por
supuesto, los demás paÃses desarrollados piensan exactamente
lo mismo del Ecuador. La alternativa es, entonces, una sola:
o el Ecuador recibe el mensaje y lo asimila, con talento y
sentido de la oportunidad, o se agota en denuestos contra el
imperialismo y se sigue hundiendo en el tercermundismo. (4A)
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Publicado el 26/Noviembre/1991 | 00:00