EL EMBAJADOR HA HABLAD. Por Benjamín Ortiz Brennan
Quito. 25.11.91. (Editorial) Si al poderoso primer ministro de
Israel, Isaac Shamir -1,65 de estatura, cejas espesas y orejas
grandes, según la ficha policial exhibida por los sirios en la
cumbre de Madrid- Estados Unidos sentó muy a su pesar con los
palestinos, podría decirse que el tirón de orejas que ha dado
el embajador Paul Lambert al Ecuador no resulta insólito en
estos tiempos de poder único. Sin embargo, el presidente
Rodrigo Borja, también hombre de cejas espesas, ha reaccionado
ante la injerencia con la indignación que supo disimular el ex
guerrillero judío.
Lambert, antiguo compañero de George Bush, tiene la cercanía
al gobernante norteamericano que solo puede dar la juventud
compartida. En su misión en Quito es conocido por la
parquedad. Hombre de pocas palabras, en plena madurez ha
debido enfrentar el aprendizaje de un idioma extranjero. De
tiempo en tiempo suele hacer salidas ante la opinión pública,
como la de la semana pasada en la Cámara Ecuatoriano-Americana
de Guayaquil, en las cuales su voz adquiere el peso y gravedad
del poder que representa.
A diferencia de lo que suele ser la contienda política
interna, en que la oposición ataca al gobierno y el gobierno
se queja de la oposición, el embajador -¿será de escribir el
cargo con mayúscula?- ha dejado a la sociedad ecuatoriana en
conjunto con los cueros al sol, para que contemple sin
protección alguna su propia y desgarrada desnudez.
Quizá pudiéramos protestar por la intervención en asuntos
internos que significa haber puesto por mano ajena las cosas
propias a la intemperie, aferrándonos a la diplomacia de las
formas externas que obliga a los silencios públicos y acepta
las órdenes a puerta cerrada. ¿Pero tendría sentido aquello
cuando Estados Unidos monitorea la marcha del mundo, desde lo
que ocurre en la desaparecida Unión Soviética hasta el golpe
de Estado en Haití y, por supuesto, el Ecuador? Más bien, con
toda la incomodidad de que un extranjero haya exhibido la
lista de miserias nacionales, deberíamos reflexionar sobre el
sentido del mensaje.
Ecuador, desde la óptica norteamericana, es un país rezagado y
marginal que se ha quedado fuera de la gran fiesta del mercado
global, en la que danzan desde el patilludo y frívolo Menem de
Argentina hasta el calvo y estudioso Salinas de Gortari de
México. Es un país ambivalente frente al capital extranjero.
Está entre que sí y entre que no, lo cual lo notan los
inversionistas, según Lambert, quien reveló una historia
triste: en una reunión de promoción de inversiones en América
latina, celebrada en Nueva Orleans, mientras colas de
interesados aguardaban en las oficinas de México, Argentina,
Bolivia, Costa Rica y Chile, solo dos personas visitaron la
del Ecuador: un inversionista arrepentido y un personaje
descalificado. Añádase a ello la advertencia del "Travel
Advisory" del Departamento de Estado que recomienda a hombres
de negocios de EEUU no venir a la "Isla de paz" para discutir
sus problemas con las contrapartes ecuatorianas, porque
algunos han ido a dar a la cárcel, por maniobras de extorsión
de los "businessmen" locales.
Sea exagerado o no, se haya o no generalizado algunos casos
-la mayoría de ecuatorianos no somos de esa ralea- el hecho es
que tal es la imagen del Ecuador en Estados Unidos. Añádese a
ello la corrupción, la incapacidad de llegar a consensos y la
búsqueda de privilegios de parte de empresarios "privados" -no
necesariamente "libres"- y de trabajadores que "abandonan los
asuntos de trabajo para atender la lucha de clases" que
denuncia el embajador, sin pelo alguno en la lengua.
Podríamos en respuesta hacer una lista de las penurias
norteamericanas, pero aquí no se trata de ganar un concurso.
El hecho es que el Ecuador -como sociedad no como gobierno
para no ir al inútil regateo político- está mal parado. Y más
allá de la imagen y de la santa indignación presidencial, bien
valdría preguntarnos: ¿es verdadero o falso lo que el
embajador ha dicho de nosotros? (4A)
Quito. 25.11.91. (Editorial) Si al poderoso primer ministro de
Israel, Isaac Shamir -1,65 de estatura, cejas espesas y orejas
grandes, según la ficha policial exhibida por los sirios en la
cumbre de Madrid- Estados Unidos sentó muy a su pesar con los
palestinos, podría decirse que el tirón de orejas que ha dado
el embajador Paul Lambert al Ecuador no resulta insólito en
estos tiempos de poder único. Sin embargo, el presidente
Rodrigo Borja, también hombre de cejas espesas, ha reaccionado
ante la injerencia con la indignación que supo disimular el ex
guerrillero judío.
Lambert, antiguo compañero de George Bush, tiene la cercanía
al gobernante norteamericano que solo puede dar la juventud
compartida. En su misión en Quito es conocido por la
parquedad. Hombre de pocas palabras, en plena madurez ha
debido enfrentar el aprendizaje de un idioma extranjero. De
tiempo en tiempo suele hacer salidas ante la opinión pública,
como la de la semana pasada en la Cámara Ecuatoriano-Americana
de Guayaquil, en las cuales su voz adquiere el peso y gravedad
del poder que representa.
A diferencia de lo que suele ser la contienda política
interna, en que la oposición ataca al gobierno y el gobierno
se queja de la oposición, el embajador -¿será de escribir el
cargo con mayúscula?- ha dejado a la sociedad ecuatoriana en
conjunto con los cueros al sol, para que contemple sin
protección alguna su propia y desgarrada desnudez.
Quizá pudiéramos protestar por la intervención en asuntos
internos que significa haber puesto por mano ajena las cosas
propias a la intemperie, aferrándonos a la diplomacia de las
formas externas que obliga a los silencios públicos y acepta
las órdenes a puerta cerrada. ¿Pero tendría sentido aquello
cuando Estados Unidos monitorea la marcha del mundo, desde lo
que ocurre en la desaparecida Unión Soviética hasta el golpe
de Estado en Haití y, por supuesto, el Ecuador? Más bien, con
toda la incomodidad de que un extranjero haya exhibido la
lista de miserias nacionales, deberíamos reflexionar sobre el
sentido del mensaje.
Ecuador, desde la óptica norteamericana, es un país rezagado y
marginal que se ha quedado fuera de la gran fiesta del mercado
global, en la que danzan desde el patilludo y frívolo Menem de
Argentina hasta el calvo y estudioso Salinas de Gortari de
México. Es un país ambivalente frente al capital extranjero.
Está entre que sí y entre que no, lo cual lo notan los
inversionistas, según Lambert, quien reveló una historia
triste: en una reunión de promoción de inversiones en América
latina, celebrada en Nueva Orleans, mientras colas de
interesados aguardaban en las oficinas de México, Argentina,
Bolivia, Costa Rica y Chile, solo dos personas visitaron la
del Ecuador: un inversionista arrepentido y un personaje
descalificado. Añádase a ello la advertencia del "Travel
Advisory" del Departamento de Estado que recomienda a hombres
de negocios de EEUU no venir a la "Isla de paz" para discutir
sus problemas con las contrapartes ecuatorianas, porque
algunos han ido a dar a la cárcel, por maniobras de extorsión
de los "businessmen" locales.
Sea exagerado o no, se haya o no generalizado algunos casos
-la mayoría de ecuatorianos no somos de esa ralea- el hecho es
que tal es la imagen del Ecuador en Estados Unidos. Añádese a
ello la corrupción, la incapacidad de llegar a consensos y la
búsqueda de privilegios de parte de empresarios "privados" -no
necesariamente "libres"- y de trabajadores que "abandonan los
asuntos de trabajo para atender la lucha de clases" que
denuncia el embajador, sin pelo alguno en la lengua.
Podríamos en respuesta hacer una lista de las penurias
norteamericanas, pero aquí no se trata de ganar un concurso.
El hecho es que el Ecuador -como sociedad no como gobierno
para no ir al inútil regateo político- está mal parado. Y más
allá de la imagen y de la santa indignación presidencial, bien
valdría preguntarnos: ¿es verdadero o falso lo que el
embajador ha dicho de nosotros? (4A)
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