La Paz. 19. 04. 90. (Opinión). Los colores del nuevo
presidente brasilero, antes de tener la oportunidad de brillar
con esplendor, han empezado a menguar. Lo han acusado de
"Fascista", "Ceausescu", "Mussolini tercermundista".
El Presidente recién electo encontró un país que, por su
dimensión, las riquezas que encierra y las muestras que ha dado
de voluntad modernista, debería formar parte ya de ese "club"
exclusivo de naciones punta en la escena internacional y que se
mantiene sin embargo agarrotado, trabado por la mayor deuda
externa del mundo y las tradicionales corrupciones y políticas
desarrollistas equivocadas.
La burocracia estatal es enorme. Las promesas de privatización
no parecen concretarse demasiado, al menos en las primeras
disposiciones del nuevo Presidente.
Los esfuerzos mayores de Collor de Mello y su ministra de
Economía se han dirigido al corte de la inflación, que alcanzó un
80% antes de la toma de posesión; si se corta el suministro de
dinero se corta de paso la inflación, es la filosofía elemental
de los dos.
Ahora los electores de Collor de Mello lo acusan de traidor. Los
sindicatos y la extrema izquierda organizan protestas por el
descenso real del nivel de vida. Existe la posibilidad de que el
desempleo se generalice y que la economía del gigante surameriano
entre en recesión.
Fernando Collor de Mello es el primer presidente brasilero por
elecciones populares en mucho tiempo. Precisamente por eso no
puede emplear métodos cesaristas. Ante la avalancha de
protestas, ha preferido dejar en suspenso algunas medidas que
pretendía implantar de inmediato y enviar los decretos al
Congreso para que se conviertan en leyes. (A-4)