PROCESO DE APRENDIZAJELAS DESCONOCIDAS LITERATURAS ORALES
INDíGENAS Por Abelardo Moncayo Andrade

Quito. 09.06.91. De cada visita a Quito me llevo agradables
impresiones que alimentan más tarde mi nostalgia y la hacen
placentera. Una de ellas, esta vez, ha sido la de conocer a
Luis de la Torre, un indio imnbabureño -orgullosamente indio,
desde las inmaculadas alpargatas de cabuya hasta la brillante
y grata negrura de la trenza-- que se encuentra empeñado,
desde su posición de funcionario del ministerio de Educación,
en impulsar un programa de educación bilingYe que puede llegar
a ser un ejemplo para programas semejantes en todo el
Continente, por encontrarse basado en un criterio estricto y
justo de respeto a la cultura indígena.

Lo conocí gracias a su generosa decisión de participar con una
ponencia en el IX Simposio Internacional de la Asociación de
Literaturas Indígenas Latinoamericanas (junio 4 al 7 ), que
sesionó este año en Quito, en los locales de la Casa de la
Cultura Ecuatoriana. Llamo generosa a esta decisión porque mi
primer contacto con él fue apenas unos días antes de la
inauguración de tal Simposio. Fue a verme al hotel, y lo
recibí junto con Richard Luxton, el presidente de la
Asociación, cuya reacción frente a la personalidad de Luis de
la Torre fue tan favorable como la mía. Tranquilo, señorial,
seguro de sí mismo, era don Luis -el "don" se lo añado yo, en
señal de respeto y afecto, pero anotando que él ni lo utiliza
ni lo necesita-- un admirable ejemplo de serenidad y paz
intelectual, que subrayaba con sus gestos amplios y lentos,
tras de los que me pareció percibir, arbitrariamente, siglos
enteros de paciencia.

Hablamos, claro está, en español, pues ni Luxton ni yo
hablamos quichua. Mencionó de la Torre, luego de habernos
informado sobre el programa de educación indígena, su interés
en coleccionar la literatura oral quichua que aún se conserva
entre los campesinos ecuatorianos, los trabajos que sobre este
tema había realizado hasta el momento. Pronto, la discusión
se transformó, como ocurre siempre que nos reunimos los
investigadores de la cultura y la literatura, en un mutuo
intercambio de informaciones y teorías: en un mini-simposio,
para decirlo en otros términos. La conclusión, de elegante
lógica e indiscutible realismo, fue que sabíamos todos muy
poco sobre las características que tienen las culturas
indígenas orales y que era urgente el estudiarlas a fin de
preservarlas para las generaciones venideras, que de otro modo
se verán privadas de una experiencia invalorable. Nombres para
las nuevas experienciasA esta misión -si así quiere
llamársela-- estamos dedicados todos los miembros de la
Asociación de Literaturas Indígenas Latinoamericanas, cada
cual en su campo. Los enfoques varían, lo mismo que los
temas: lo que nunca varía es la curiosidad inapagable con que
nos enfrentamos a nuestra propia, confesada ignorancia, para
disminuirla un poco cada día. Se han abierto, ante nuestros
ojos deslumbrados --los míos más que los de los demás,
seguramente, pues mi ignorancia es mucho más extensa y mucho
más variada que la de muchos de mis colegas-- los complejos y
abstrusos laberintos del pensamiento maya, las escandalizadas
reacciones de los españoles frene a la sexualidad libre y
alegre de los indios, los conocimientos modernos de los
astrónomos, médicos y arquitectos aztecas, mayas e incas.

Hemos explorado, gracias a las presentaciones que se han hecho
en los ocho simposios anteriores, la evolución de la cultura
india a través de la Colonia y la época republicana,
estudiando el proceso dual de desarrollo de las culturas
mestizas y las otras, recalcitrantemente indias, que han
continuado por su propio camino con asombrosa vitalidad. Desde
el primer momento en que echaron pie a tierra los españoles y
entraron en contacto con los indios --lo sabemos ahora-- , su
cultura inició un proceso de cambio que en América continúa
todavía, y la de los aborígenes también. Los hijos de español
e india recibieron la herencia cultural de sus progenitores;
los criollos que nacieron más tarde, cuando arribaron a las
colonias las mujeres españolas, estuvieron también sujetos a
la doble influencia de lo nativo y de lo hispánico. Nuevos
vocablos, provenientes de los idiomas nativos, se introdujeron
en el habla diaria, y luego en el lenguaje, por la necesidad
de encontrar nombres para las nuevas experiencias, las nuevas
plantas, las costumbres nuevas. Y con los vocablos, que
traían en su entraña una manera de mirar el mundo que no era
igual a la española, introdujeron en la vida diaria de las
colonias modos de hacer las cosas, y de hablar sobre ellas,
que pronto hicieron diferentes de los peninsulares a los
habitantes nacidos en las tierras conquistadas.

Esta diferenciación se hace manifiesta en las diversas
pronunciaciones dialectales americanas, además de en los
nombres y, ocasionalmente, en las formas gramaticales. En el
Ecuador, por ejemplo, la fricación de la r fuerte en la Sierra
(que no es fenómeno exclusivo de la región, parece tener
origen indio; la forma característica de suavizar el
imperativo (dame haciendo, por hazme), ya Piedad Larrea Borja
demostró que provenía del quichua, y que mostraba a un tiempo
una manera de sentir y una correspondiente manera de decir.
Para un quiteño, hay una clara diferencia afectiva en el uso
de hijo, niño, y guagua, siendo guagua, sin duda, la manera
más tierna de referirse a un hijo o en general a un niño.

El sol es algo másFrutas, árboles, pájaros, reciben a partir
de la Conquista nombres nativos y entrañables. A las comidas
típicas naturalmente corresponden también nombres que acaban
por transformarse en hitos sentimentales, a más de
gastronómicos. Locro, humitas, chicha, mote, chirimoya,
chugchucara, son palabras que entran con dulce fuerza en el
vocabulario de la nostalgia de los ecuatorianos emigrados. El
trino de las aves extranjeras tiene que compararse con el de
las nativas, al modo de lo que hace el Padre Juan de Velasco.,
al comparar el trino del huiracchuro quiteño con el del
europeo ruiseñor.

La conclusión a que he llegado personalmente, gracias a mi
asistencia a éste y a otros simposios semejantes, es que
resulta indispensable estudiar la cultura ecuatoriana, y las
culturas semejantes, desde un punto de vista no racista, con
miras a establecer las verdaderas condiciones de su desarrollo
y los puntos de confluencia que existen entre las diversas
culturas de las que se origina la cultura contemporánea. La
cultura mestiza no lo es por las razas que en ella
intervienen: lo es por la influencia que sobre las personas
que viven dentro de ellas tiene la sociedad de que son parte.
Sentimos, si se me permite la expresión, mestizamente; miramos
el paisaje y nos sabemos parte de él y de todos los que nos
precedieron; se apoya en nuestros hombros el sol de mediodía,
con su mano de amigo, y en nuestro interior nos damos cuenta
de que es algo más que un simple fenómeno natural el que
estamos experimentando: es el Sol, con mayúscula, el viejo
dios andino, que ha llegado a unirse, en conjunción armónica,
con el Dios que nos dieron nuestros antepasados
españoles.

Espero que Luis de la Torre continúe, con el mismo entusiasmo,
sus esfuerzos a favor de la educación bilingYe, y que en los
momentos en que le deja libre ese trabajo siga coleccionando
materiales sobre la cultura de los indios ecuatorianos, que
tendrá una enorme utilidad para todos sus compatriotas. (2C).

EXPLORED
en Ciudad N/D

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