Quito. 9 dic 2001. (Editorial) La XI Cumbre Latinoamericana que se
celebró en Lima, y que concluyó el 24 de noviembre pasado, tiene por
primera vez al pie de la foto de rigor de los jefes de Estado y de
Gobierno, una leyenda nueva: todos han sido elegidos democráticamente.
Por primera vez, Fidel Castro no acudió personalmente.
Comentando el hecho, el Jefe de Gobierno de España, José MarÃa Aznar,
dijo: "Estoy contento de estar entre demócratas. Siempre he expresado que
mi deseo para Cuba es que tenga la misma democracia que los demás paÃses.
La ausencia de Fidel Castro no me parece lo más relevante de esta
cumbre". América Latina de México a Patagonia cuenta hoy con gobiernos
elegidos democráticamente. Es un bien, aunque la democracia no ha traÃdo
la justicia social que pregonan sus Constituciones. Vivimos en
democracias formales, bastante lejos de la justicia social que debe
asegurar el pan y la enseñanza para todos, salvaguardar la salud y
eliminar el desempleo. En el Documento final de la Cumbre se afirma:
"Renovamos nuestro compromiso de combatir la pobreza y la exclusión
social, promoviendo, entre otras acciones, niveles de empleo productivos
con remuneraciones dignas, asà como el acceso de las personas más pobres
a la educación gratuita, a los servicios públicos de salud y vivienda, lo
que permitirá contribuir a fortalecer el pleno ejercicio y vigencia de
los derechos humanos, la institucionalidad democrática y la justicia
social. En este contexto, reiteramos la necesidad de incrementar los
flujos de recursos financieros y la asistencia y cooperación
internacional en la lucha contra la pobreza".
Estos temas, ya rutinarios en estas Cumbres, tienen su interés al enfocar
a algunos de los que los firman. En concreto, quisiera que nos fijásemos
en el presidente de la Rúa, de Argentina, y Hugo Chávez, de Venezuela.
Ambos tienen entre sus manos, por elección popular, el destino de
relevantes paÃses. Los dos viven conflictos delicados, muy complejos, de
difÃcil solución. La crisis social y económica de Argentina está
señalando el fracaso de las polÃticas económicas que han seguido: las
ultranacionalistas que aplicaron con el peronismo y las crisis del
neoliberalismo después.
Hablar de Hugo Chávez es tratar de comprender a un presidente
constitucional muy peculiar. Llegó al poder ungido de promesas que
anhelaba su pueblo y antes de los tres años, si hoy se diesen elecciones
en su paÃs, 72,28% no votarÃan por él. Más aún, desengañados, están
contra él. El caudillismo de tipo populista que emplea en su gobierno,
los continuos enfrentamientos con las fuerzas productivas y sociales, nos
recuerdan una verdad sabida: las promesas electorales deben estar
respaldadas por estudios serios y programas concretos, ejecutados con
rigor. Se escribe en la prensa de Caracas que Chávez, el de la intentona
militar, hoy debe vigilar los cuarteles para que no se le subleven y
mantener a raya a los desencantados que buscan ya las causales para
desalojarlo rápidamente de la presidencia.
Dentro de un año, estaremos nosotros barajando los nombres de los
presidenciables. En carne propia, sabemos que el populismo tiene corto
aliento. Y una polÃtica ecónomica sin exigencias éticas, que luche contra
la corrupción, basada en estudios realistas, lleva al fracaso y a la
quiebra.
Además, debe llegarse con una mayorÃa estable en el Congreso. En las
fotos de los asistentes a la Cumbre, más allá de las sonrisas del
instante, aparecen rostros preocupados. Los de personas que sienten que
el poder de nuestras democracias presidencialistas se quema rápidamente.
¡Qué llamados a la precaución nos da la foto!
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