Quito. 08 ene 99. Con la implantación del euro comenzó una
nueva era para los 113 millones de trabajadores de los once
países europeos que adoptarán en 1999 la nueva moneda única.
Una etapa positiva para algunos y conflictiva para muchos
otros. Los defensores del euro ven en la nueva moneda un
bálsamo milagroso para el mercado laboral, mientras que los
opositores temen que la unificación de las políticas
económicas nacionales genere fuertes tensiones.
Un primer análisis indicaría que los tipos de cambio de las
divisas, las tasas de interés y la inflación, como también los
costos laborales y la productividad, elementos indispensables
para mantener el nivel de ocupación, permanecerán en el mismo
nivel que antes.

Y, a corto plazo, la fijación de las cotizaciones de las
monedas con respecto del euro ya originó un aporte positivo.
Al contrario de lo que ocurrió al principio de la década de
los noventa, un dólar débil no podría ya desatar una carrera
devaluatoria en Europa. En tanto, la peseta y la lira fijaron
una cotización estable frente al marco alemán y dejaron de
influir en los flujos comerciales.

Cerca de 60 % de las exportaciones de los países que adoptarán
el euro dejará de estar bajo la espada de Damocles de una
turbulencia cambiaria, afirmó el jefe de economía política del
Dresdner Bank, Klaus Friedrich.

El debate candente sobre los criterios de estabilidad de
Maastricht estuvo regido, especialmente en Alemania, por el
temor a una moneda europea débil.

Sin embargo, el panorama monetario para 1999 propone un nuevo
horizonte: el euro podría convertirse en una divisa fuerte en
relación al dólar estadunidense para las exportaciones y, por
consiguiente, para el mercado laboral de la Unión Europea.

Esto se vería confirmado si se cumple el pronóstico de que
Estados Unidos sufrirá en 1999 un déficit en la balanza de
comercio exterior de unos 300 mil millones de dólares. Los
once países que implantarán el euro, en cambio, prevén un
superavit de 100 mil millones.

Por otra parte, los bancos centrales nacionales depositarán
una parte de sus reservas de divisas en euros, por lo que
actuarán como demanda impulsora de la cotización de la moneda
única europea.

Según estimaciones del Commerzbank, cerca de 20 % de las
reservas monetarias mundiales serán confiadas al euro.
Actualmente, las preferencias se dividen entre el dólar
estadunidense, en 60 %, el marco alemán, en 14, y el yen, en 6
%.

El mercado de trabajo deberá en tanto adaptarse a nuevas
reglas.

En caso de que la productividad laboral caiga en tendencias
negativas o al menos en las no planificadas, ninguno de los
once países podrá devaluar su moneda para poder competir con
las demás naciones productoras.

Este recurso fue utilizado a comienzo de los 90 por Italia,
España y Gran Bretaña para enfrentar a un marco alemán fuerte.
Aquellas regiones con baja productividad perderán en un futuro
de forma automática su capacidad para competir en el mercado.
Por ello, políticos, sindicatos y empleadores deberán adoptar
la nueva política europea.

El sistema de estabilizar los ingresos y el nivel de ocupación
mediante las exportaciones y en perjuicio de los países
vecinos ya no podrá seguir rigiendo en la Unión Europea.

Festejo español

Ciento treinta años después de su creación como "unidad
monetaria de las Españas", la peseta cotizó el jueves 30 por
última vez en los mercados financieros como moneda
independiente e inició así la cuenta atrás para su
desaparición total, ya que a partir del 1 de enero pasó a ser
una fracción del euro.

Con el escueto mensaje en el tablón de anuncios de "último día
con cotizaciones en pesetas", la Bolsa de Madrid despidió a la
divisa nacional española, que el viernes fue sustituida por el
euro como la moneda del sistema monetario del país.

El lunes 4 las operaciones de los mercados ya se realizaron en
euros, cuya creación es "el hecho político más importante"
registrado en Europa en los últimos veinte años, según el
ministro español de Economía y Hacienda, Rodrigo Rato.

En lo sucesivo, cuando se produzca una crisis finaciera
internacional "tendremos que tener la misma opinión los
finlandeses y los españoles", dijo el ministro en una
entrevista publicada por el diario "El Mundo".

Pero aunque los pasos hacia la Unión Económica y Monetaria
(UEM) eran más que sabidos, llegado el momento de ceder la
soberanía monetaria al Banco Central Europeo (BCE), los
españoles dan un nostálgico adiós a la moneda que presidió los
últimos 130 años de su historia.

Según indicaron fuentes financieras, no será fácil para los
consumidores adaptarse de inmediato a operaciones concretas
que implican el comienzo del proceso de desaparición de la
moneda nacional, como, por ejemplo, que para cambiar pesetas
en otra divisa extranjera habrá que convertirlas antes en
euros.

En el ámbito de ese proceso, que se espera que dure a lo sumo
tres años, el Banco de España realizó el martes 29 la última
subasta como máximo responsable de la política monetaria,
antes de que el BCE asuma esa responsabilidad y, como era de
esperar, mantuvo el precio oficial del dinero en el 3 %.

La peseta nació en 1868 como una de las decisiones más
importantes del Gobierno Provisional que entonces forzó, al
calor de la revolución liberal, el exilio de la Reina Isabel
II de España.

El entonces ministro de Hacienda, Laureano Figuerola, la
declaró como "unidad monetaria de las Españas".

Aunque hoy fue la última jornada para especular con la peseta
en los mercados financieros, la moneda española seguirá
circulando y será de uso legal --como las otras diez de la
Unión Europea-- hasta el 2002, cuando definitivamente se
convierta en un recuerdo y en una pieza de museo.

Hoy, con una peseta no se compra nada en España, ni siquiera
un caramelo, tal como sucedía hasta hace algunos años y, en
realidad, para consumo de bolsillo la unidad monetaria ha sido
hace tiempo reemplazada por su múltiplo más famoso, el "duro",
que vale cinco pesetas.

Un "duro" cuesta, precisamente, una pastilla de chicle y lo
mismo costaba viajar en el metropolitano de Madrid hace unos
25 años.

Desde que nació, la peseta ha sido la moneda oficial pese a
los avatares históricos, los cambios de monarquía a república,
las guerras civiles, y la dictadura de Franco.

El oro, la plata, el cobre, el aluminio y el níquel han sido
los soportes metálicos de la peseta, cuyo nombre deriva del
catalán "pesa", que significa pieza.

Su acuñación en 1966 en cobre llevó a que popularmente se la
denominara la "rubia", apelativo sustituido años después por
el de "pela", aunque este se utiliza con más frecuencia cuando
se pretende resaltar el precio abusivo de algo.

Las "rubias" pasaron a la historia de la numismática el año
pasado, cuando el Gobierno decidió dejarlas sin valor y
sustituirlas por otras monedas mucho más pequeñas y de color
de aluminio.

Vehículo de leyendas y dogmas y soporte de la efigie de reyes,
la peseta tuvo, cuando valía algo, fracciones que también
fueron objeto de la imaginación popular. Así, la "perra gorda"
distinguía la de diez céntimos y la "perra chica", la de uno.

Desde 1982 y con motivo de la celebración en España del
Campeonato Mundial de Fútbol, el Gobierno decidió que las
ilustraciones de la moneda podrían hacer referencia, por
primera vez, a grandes acontecimientos, y no llevar siempre
motivos institucionales. (Texto tomado de Tiempos del Mundo)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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