Quito. 18.02.95. "Yo le digo a la mujer: disculpe mija pero, si
no muero en esta guerra, en tres años más me jubilo. Y entonces
me compraré una camionetita para llevarle de paseo a Quito y ver
la mitad del mundo y otros lugares que nunca hemos visto.

Disculpe mija, pero si ahora me mandan al frente no me importa
morir, aunque pensaré en usted y en nuestras tres hijas. Eso sí,
esté segura que usted no tendrá vergüenza de ser viuda de este
soldado", nos iba contando en el camino el sargento Samaniego
que, cerca de Machala, nos pidió que le lleváramos a su cuartel.

Oirle nos subió la moral a Roque y a mí, que estábamos siendo
derrotados brutalmente en nuestra batalla contra la tecnología al
no lograr mandar nuestros despachos desde El Oro al HOY por la
vía del modem, un arma demasiado sofisticada para dos conscriptos
del periodismo tercermundista.

Lo que, en cambio, nos mantiene con la moral en alto es el
comportamiento de mi Niva, ese jeep que hasta ahora ha recorrido
cerca de mil kilómetros a paso de vencedores, sin exclamar una
queja, sin expresar un reclamo y ha saltado con nosotros de
emoción ante el deslumbrante paisaje que nos acompañó en todo el
trayecto desde Riobamba a Huaquillas, viaje que no hizo sino
reafirmar la convicción de que en un país tan estúpidamente bello
y contrastado vale la pena vivir todo lo poco que nos puede
restar de vida.

Machala está tranquila. Vive su ritmo más o menos normalmente,
aunque con el comercio disminuido. Es como si la gente ya
estuviera acostumbrada a la emergencia y los periódicos
simulacros de ataque que se han hecho en los distintos barrios
mantuvieran a la población segura.

"Es que el problema no es solo de los uniformados, sino también
del civil. Todos debemos mantener una unidad monolítica (que
ojalá durara siempre) para sacar al país adelante", nos dice el
general Joffre Lima, jefe de la Defensa Civil de la ciudad.

Y nos dice que uno de los objetivos que se propuso el Ejército el
garantizar el normal desarrollo de las actividades, a fin de que
los costos económicos y sociales sean de la menor magnitud
posible. Después (macizo, duro y confiado el general) nos da
cuenta de las generosas donaciones que las Fuerzas Armadas han
recibido sobre todo del sector bananero, que inclusive ha
destinado para ellas cien sucres por cada caja de fruta que
exporta. Y de un último cargamento de medicinas que los
ecuatorianos residentes en Miami enviaron.

Medicinas. Es esa una palabra clave. Y es que las condiciones
en que los combatientes están en sus trincheras son realmente
duras, en este invierno inclemente y en esa selva impenetrable.
"Su hogar es la trinchera y su habitat el lodo, la lluvia, el
calor insoportable en el día y el frío más inclemente en la
noche".

Y yo, aterrado, le pregunto si también habrá culebras. Que las
hay, y muy venenosas, me dice el general Lima que me pasa a
hablar después de las tarántulas y los alacranes seguramente para
con eso hacerme desistir de mi remoto pedido de que me dejara ir
a la línea de fuego.

Las enfermedades de la piel son quizás las que más afectan a los
combatientes. Por eso se han agotado en el mercado los
repelentes, hasta el extremo que un ingeniero químico de la
Universidad local los está fabricando industrialmente.

Después nos habla de lo que significa permanecer bajo la lluvia
que cae incesante durante el día y la noche, sin posibilidad de
mudarse de uniforme. De ahí que las afecciones al pulmón sean
otras de las plagas de aquellos que nos defienden en los lugares
de avanzada.

Pero si los militares sufren, los civiles les acompañan también
con sus propios tormentos. En Huaquillas, por ejemplo, vimos
-entre absortos y emocionados- cómo las familias de los
comerciantes (que son casi todas) impedidos de intercambiar sus
productos con sus vecinos de Aguas Verdes, cocinan los alimentos
en ollas comunes, barrio a barrio. En la ciudadela Rumiñahui (lo
de ciudadela es un eufemismo con que se encubre el suburbio) 135
personas comparten el alimento que les reparte la Defensa Civil.

Y, en una enorme olla calentada con leña, van echando lo que les
han dado ese día: conchas, papas, cebollas, arroz, aceite. Para
el postre, se guardan trozos de panela.

Matilde de Córdoba -la dirigente- nos cuenta que los maridos, los
convivientes, andan por aquí y por allá buscando en qué ganarse
unos sucres, pero no lo consiguen.

Hay también el grupo madres solteras. Y niños, muchos niños.
Julio Cabrera, por ejemplo, con sus diez años de edad, se dedica
a vender cangrejos "pero como en esta época nadie tiene plata
para comprármelos, no logro llevar a mi mamá nada", dice sin
perder su sonrisa pícara. A su testimonio se suma Wilson Macas,
de doce años, que vende tabacos, "pero como ahora nadie fuma ni
hay bailes porque estamos en guerra, mis cigarrillos se están es
secando".

Para Carmelina Cabrera, en cambio el problema principal es otro:
tener alguna noticia de su hijo que fue alistado hace un mes
tiene miedo, porque dice que ha oído rumores de que está en el
monte...

Las mujeres están firmes: vamos a aguantar aquí, dicen.
"Estaremos defendiendo la frontera hasta el final, aunque sea
para pasarles un vaso de agua a los soldados que nos acompañan en
Huaquillas".

Después, cuando nos despedimos, Matilde nos da la mano y nos dice
que quiere enviar un mensaje al gobierno: que se acuerde de
Huaquillas, donde hay niños que están enfermos y hay hospitales
que carecen de toda medicina.

Cuando trepamos al Niva para emprender el regreso a Machala, el
arranque no reacciona. Abro el capot. Doy tres golpes en uno de
los bornes de la batería. Y todo queda solucionado.

Ahora, que voy a poner punto final a esta nota, mi duda es: ¿Cómo
la hago llegar al Diario por el tal modem que tengo que instalar
en mi computadora? Izo mi bandera de perdedor y prefiero pensar
que mañana estaré lejos, más lejos. Demasiado lejos...

ALRDEDOR DE LAS OLLAS POPULARES

En las poblaciones limítrofes que viven del comercio fronterizo,
el conflicto ha traído una paralización total de las actividades.
Esto es particularmente evidente en Huaquillas, cuyos 25.000
residentes fijos han sido seriamente afectados. "Como no hay
comercio, no se tiene para nada, ni siquiera para la comida", nos
ha manifestado una madre de familia.

Esto ha dado lugar a que la población espontáneamente primero, y
más tarde gracias a la acción de Consejo Cantonal y de la Defensa
Civil, se haya organizado alrededor de ollas populares
comunitarias.

Actualmente existen 30 ollas comunitarias en todo Huaquillas en
las ciudadelas y cooperativas de la ciudad, tales como Unión y
Progreso, Brisas de Mar, Marta Bucaram, 18 de Noviembre, Milton
Reyes, Unión Lojana y Rumiñahui.

Alrededor de 4.000 personas, especialmente mujeres y niños,
reciben algún tipo de alimento por este mecanismo, lo cual, al
menos temporalmente, ha permitido sortear la dramática situación
que están atravesando los vecinos del lugar. En esta acción han
colaborado la Defensa Civil, el Infa y el Ori; también se ha
recibido apoyo de los municipios de El Empalme, Pucará y Lame.
El apoyo del Frente Militar, según el presidente del Consejo, no
ha sido suficiente, y para los comedores se ha dado poca ayuda.

Algunas de las madres entrevistadas de la ciudadela Rumiñahui han
señalado, en todo caso, que los comedores han sido de gran ayuda.
"Según las listas que les presentamos nos dan lo que tienen";
"Comemos lo que hay"; "No tenemos para qué quejarnos". Han
insistido que los comedores y ollas populares deben mantenerse
porque no se sabe cuánto va a durar el conflicto y que, incluso,
una vez solucionado, han de pasar siquiera tres meses para que se
normalice todo, lo cual hará que, si no continúan los comedores,
la gente se quede en el aire. (5B)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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