Quito. 5 jul 97. Luego de cuatro días de crucifixión en la
Plaza Grande, los activistas del Seguro Social Campesino
acordaron con el Gobierno suspender el paro y la toma de
carreteras anunciados para el 8 y 9 de julio.

Los campesinos Jorge Loor, Julio González y Alejandro Baque se
alternaron, desde el martes, en dos cruces construidas por
ellos mismos, en protesta por el recorte del presupuesto del
IESS, en 70 por ciento.

Ayer, durante una hora, se crucificaron los diputados de
Pachakutik Miguel López y Lupe Ruiz, como medida de presión
para que Fabián Alarcón recibiera a los agricultores. Al final
se acordó, además, que el Ministerio de Finanzas otorgase 20
mil millones de sucres al Seguro Campesino, y que se
conformase una comisión que analizará alternativas de
autofinaciamiento de la entidad.

SURREALISMO CON CRUCES EN QUITO

La comezón atormentaba la nariz de Jorge Loor. Quiso rascarse,
pero sus manos y brazos estaban atados a la cruz desde hacía
una hora, frente al Palacio de Gobierno. La nariz se movía y
el rostro de Jorge se transformó en una mueca graciosa y
terrible. La angustia se apoderó de Jorge, presidente de la
Confederación Unica Nacional de Afiliados al Seguro Social
Campesino.

Cuando Jorge y sus compañeros del Seguro Campesino del IESS
planificaban la crucifixión de dos militantes en la Plaza
Grande para llamar la atención del presidente Fabián Alarcón,
tenían en mente otro tipo de dificultades.

Mientras Rodrigo Collahuaso y Alejandro Baque serruchaban y
cepillaban la madera de eucalipto en la Casa Campesina de La
Tola Baja (centro de Quito), los compañeros del Seguro ya
vislumbraban el escándalo. Quizá la Policía Metropolitana los
obligaría a retirarse de la Plaza. A lo mejor, el Ejército los
apresaría por alterar la paz pública. O los sacerdotes de la
Curia calificarían de sacrilegio imitar el sufrimiento que
soportó Jesús hace dos mil años en el Gólgota, antes de morir.
El relajo de las beatas y del periodismo estaba previsto
durante los cuatro días que pretendían quedarse en dos cruces
de cuatro metros de largo por dos de ancho, siete centímetros
de espesor y 175 mil sucres de gastos, cada una.

Pero no. La primera dificultad de Jorge, una vez crucificado
en la mañana del martes, fue encontrar la manera de rascarse
la nariz. Por supuesto, la crucifixión de Jorge y de Julio
González (46 años, dirigente campesino de Ingupy, noroccidente
de Pichincha) no era igual a la que sufrió Jesús. No hubo
clavos que destrozaran astrálagos o muñecas. Ni coronas de
espinas que penetraran en los parietales. A lo mucho,
sombreros de paja toquilla. Tampoco desgarramientos de
trapecios, ya que los activistas estaban apoyados en una
pequeña tarima adherida a la cruz. Nadie iba a morir ni a
derramar agua de su costado.

Así que Jorge podía pedir que le soltaran las amarras y
rascarse.

Pero no se hubiera visto bien ante tantas personas que, a los
60 minutos de protesta, aliviara su picasón. Había que hacer
un sacrificio para que la gente, la prensa y el Gobierno
captara que la protesta de los campesinos del Seguro Social,
que perdió el 70 por ciento de las asignaciones estatales, era
justa. Sin esos recursos, los campesinos ya no tendrán
dispensarios médicos ni los beneficios que brinda el IESS. Por
eso escogieron la pasión de Cristo, el sacrificio más grande
que hubo en el mundo, para simbolizar su rechazo.

Jorge intentaba frotar su nariz con el brazo, pero apenas
aliviaba la picadura. Desde su posición, contemplaba a los
turistas que entraban a Carondelet y le tomaban fotos. A
medida que pasaban las horas, su cuerpo sufría los dolores de
un crucificado. Las venas de los brazos recibían, cada vez,
menos sangre. Su mano izquierda se insensibilizó.

Y la picasón se propagó por todo su cuerpo. La cruz latina, la
misma en que los romanos ejecutaban a los criminales políticos
al inicio de nuestra Era, empezaba a ser incómoda mientras el
sol se ocultaba en el Pichincha.

SANDIAS DE PAJATOQUILLA

Jorge Loor, nacido en 1943, ya estaba acostumbrado al esfuerzo
físico. Agricultor de toda la vida, se dedica al cultivo de
cacao y plátano en San José de las Peñas (Rocafuerte, Manabí),
donde vive junto a su madre y su hermana. Actualmente está por
vender en Quito su primera cosecha de sandías. Es afiliado al
Seguro Campesino desde 1979, y es presidente de la
Confederación desde 1993. Sus bienes, además de su tierra, son
tres sombreros de pajatoquilla. Uno está en Manabí. Otro, en
la sede de la Confederación. Otro, en Quito.

Como buen montubio, nunca está descubierto. Ni siquiera en la
cruz.

La lluvia cayó a las 22h00. Los sombreros de Jorge y Julio no
fueron suficiente protección, así que los campesinos que los
cuidaban los recubrieron de plástico. En los jardines de la
Plaza Grande, nueve agricultores vigilaban que la crucifixión
se desarrollara sin perturbaciones y estaban atentos ante
cualquier emergencia o represalia.

Pero el frío fue más poderoso que los bíceps. Jorge y Julio
abandonaron la cruz a las 23h00 y se retiraron a dormir en La
Tola, para volver a las 05h00 del miércoles. La historia fue
igual hasta la madrugada del jueves. Alejandro Baque
(dirigente manabita) subió a la cruz para que Jorge coordinara
las negociaciones con el Gobierno y pudiera declarar a la
prensa sus reivindicaciones. Alejandro y Julio permanecieron
inmóviles hasta el viernes.

BANGLADESH Y LUPE

Ayer, a las 10h30, la alfombra roja se extendió en el balcón
externo de Carondelet para recibir a Amsa Amin, el embajador
del paupérrimo e islámico Bangladesh.

En la Plaza, al mismo tiempo, los campesinos de Jorge Loor
prepararon un acto simbólico con música, banderas y juegos
artificiales. La banda presidencial de los Granaderos de
Tarqui tenía un mano a mano con la guitarra y los versos
malvados de Héctor Chávez. Ellos tenían trombones y trompetas.
El, un altavoz e insultos.

Alejandro y Julio fueron reemplazados por los diputados de
Pachakutik Lupe Ruiz (alterna, Chimborazo) y Miguel López
(Azuay). Ambos estuvieron una hora bajo un sol vertical e
implacable. Lupe no aguantó el calor y tuvo que quitarse, a
los 10 minutos de colgada, los zapatos y cubrirse los pies con
la propuesta de refinanciamiento de los campesinos.

Entonces surgió la imagen surrealista de la banda de
Granaderos de 1824 tocando el himno de Bangladesh (parecía una
marcha de Haydn) mientras un bus de la ruta La Tola-Pintado
derramaba su smog en los pulmones del embajador asiático que
contemplaba, al frente suyo, a dos legisladores ecuatorianos
crucificados, un cantante popular entonando, con un gallo
eterno, que Alarcón no es otra cosa que un alcahuete de
Bucaram y decenas de gringos que filmaban los pies nilón de
Lupe. ¡Hasta se subieron en la cruz para tomarse fotos junto a
ella! Faltaba la firma de Dalí. Afuera, Jorge Loor esperaba
que Fabián Alarcón lo recibiera.

Por la tarde, ya no había crucificados. Tampoco guitarristas
ni alfombras rojas. Solamente estaban Jorge Loor y sus
campesinos, que recogían sus cruces para marcharse de la
Plaza. El presidente Alarcón prometió a Jorge la entrega de 20
mil millones de sucres al Seguro Campesino, y una reunión, el
jueves 10 de julio, para analizar las peticiones de los
agricultores. Mientras Jorge regresaba a La Tola con su cruz,
su sombrero y la promesa de Alarcón, pensaba en que los
verdaderos crucificados, aquellos que arrastran el viacrucis
cotidiano, eran cada uno de los ecuatorianos. (DIARIO HOY) (P.
8-A)
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