La información acerca de la posibilidad de que, aproximadamente, 60 de los actuales parlamentarios opten por la reelección, parece preocupar a algunos, que temen que, por esta razón, el Congreso entre en crisis de funcionamiento, en especial, las comisiones legislativas, que corren el riesgo de quedar inoperantes, pues ellas solamente pueden funcionar con diputados principales. Probablemente, lo que voy a manifestar llame la atención o cause desagrado a más de uno, pero debo confesar que no comparto esa preocupación; por el contrario, la mera posibilidad de que se produzca esa cuasi vacancia ocasiona que me invada un cierto estado de tranquilidad.
Nunca consideré saludable para la paz social del Ecuador la innovación que trajo la nueva Constitución, cuando estableció que el Congreso sesionara ordinaria y permanentemente, con tan solo dos recesos al año, de un mes cada uno; recesos que, con mucha frecuencia, son empleados en atender períodos de sesiones extraordinarias, lo que, en la realidad, determina que el pueblo ecuatoriano deba padecer a su Parlamento casi todo el año corrido. Es probable que ese sistema dé resultados positivos en otras democracias más maduras que la ecuatoriana, pero en nuestra patria, como se temía, esa experiencia no ha demostrado ser satisfactoria. Por el contrario, ha sido causa de que el país viviera permanentemente convulsionado y de sobresalto en sobresalto, por la eterna y controversial brega que todos los días se libra al interior del palacio legislativo, inspirada más por los conflictos de intereses que por el sano debate y por la búsqueda de solución a los problemas nacionales. Se alega siempre, por parte de los entendidos (?), que el seno del Congreso es el lugar ideal para que desfoguen las pasiones políticas. Es probable que así sea, pero el desfogue debe ser circunstancial, no puede ser de todos los días, porque eso convierte al cuerpo legislativo en una locomotora a vapor, cuyo caldero está permanentemente al borde del estallido fatal.
Por otra parte, la seguridad de que va a tener obligado descanso la vorágine legisladora, culpable de la hemorragia legalista que nos lanza leyes todos los días, es también causa de un reparador solaz. En el Ecuador existe la falaz convicción de que faltan leyes, y que, en la medida que se expidan nuevos textos legales, la situación va a cambiar, para mejorar. Tamaño error; en este país sobran leyes, en su mayoría mal hechas, que traban el funcionamiento de las instituciones y crean incertidumbre sobre los verdaderos derechos y obligaciones de los ciudadanos. Basta citar un ejemplo de estos excesos legislativos: En 1992 se expidió un nuevo Código de Menores, que recogió los principios y conceptos de la reciente convención internacional sobre los derechos del niño. Unos cuantos “especialistas” han convencido a algunos legisladores de que ese Código ya está obsoleto y que es necesario expedir otro, con otro nombre, y en eso se encuentran. Es de esperar que la cuerda opinión de quienes consideran que bastan unas reformas al Código actual, se imponga y nos evite un nuevo dispendio legalista.
No sabemos cuánto durará esta vacancia; pero, por lo pronto, disfrutémosla.
EXPLORED
en Autor: Enrique Valle - [email protected] Ciudad Quito

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