Quito. 27 may 2000. (Opinión) El frío y la quietud de la mañana
del Viernes Santo son interrumpidos por el presuroso caminar de un
joven esbelto y moreno que, con un curioso paquete bajo el brazo,
busca con ansiedad la puerta de ingreso a la iglesia de la Santa
Faz, ubicada a pocas cuadras de la plaza de toros de la ciudad de
Riobamba.

Su apresurado ingreso al recinto religioso contrasta con la
sombría quietud del templo. Es que hoy más que nunca el joven
requiere alimentar su fe para afirmar la fuerza de voluntad y la
decisión necesarias para enfrentar la terrible prueba a la que se
someterá pocas horas más tarde.

Con lentitud ceremonial desempaca un traje de seda verde bordado
en plata, que muestra un larga costura al costado derecho de la
cintura.

El sacerdote cumple con el pedido y, entre sorprendido y
consternado, bendice el vistoso vestido de torero. "¿Para qué lo
necesitas?", pregunta. "Soy banderillero y esta tarde reaparezco",
contesta Eduardo Cevallos, sin ocultar su nerviosismo.

Sintiéndose fortalecido, el torero dobla cuidadosamente el traje,
lo coloca bajo el brazo y abandona la iglesia.

Ya en la pequeña habitación del hotel, Eduardo descansa aguardando
el momento de ceñirse las coloridas prendas, su mirada fija en un
punto de la pared denuncia la intensidad de las emociones y la
profundidad de sus pensamientos.

"Esta tarde vuelvo a ser torero", se dice llevándose primero su
mano derecha a la espalda y luego al pecho, para sentir las
horribles cicatrices que dejaron las gravísimas heridas que sufrió
al ser corneado por un toro durante la pasada Feria de Quito.

Luego de haber librado una dramática batalla por su vida, tras
meses de terribles dolores y lenta recuperación, Eduardo Cevallos
se viste de torero nuevamente.

Muy joven, Eduardo había decidido ser torero. Empieza a asistir a
tentaderos, y a finales de los años ochenta, cotrariando a sus
progenitores, que anhelaban otro futuro para su hijo, Eduardo
viaja a Colombia para tratar de forjarse como novillero.

Las escasas oportunidades y la poca suerte terminan
desencantándolo y decide convertirse en banderillero.

En 1994 comienza su periplo por la mayoría de plazas de provincia,
tratando de asimilar los secretos técnicos del toreo de capa y de
la colocación de banderillas.

El duro aprendizaje se extendió por dos años y, tras un intento
fallido por obtener la calificación de profesional, en 1996
consigue su meta en la plaza de Cayambe.

En la Feria de Quito de 1997 se ve obligado, montera en mano, a
recibir una cerrada ovación del público tras prender un estupendo
par de banderillas. En adelante el desarrollo de su carrera fue
meteórico.

En las temporadas de 1998 y 1999 demuestra progresos profesionales
y suma más de cien festejos toreados al convertirse en el
subalterno de confianza de varios matadores de toros nacionales.

La práctica de su profesión le permite sostener a sus tres
pequeños hijos y contar con un pequeño patrimonio.
Paradójicamente, el año de su consolidación como uno de los
mejores banderilleros ecuatorianos, se vio cara a cara con la
muerte.

La herida más grave que se ha visto en Quito

"La de Eduardo Cevallos es la herida más grave que se ha
producido en la Plaza de Toros Quito", dice el doctor Guillermo
Acosta, jefe de los servicios médicos de la plaza capitalina,
quien junto a otros facultativos atendió al banderillero en la
enfermería de la plaza. Posteriormente lo intervino
quirúrgicamente en una clínica de la ciudad.

Sucedió el 5 de diciembre durante la lidia del tercer toro,
Guindaleto, de Santa Coloma, que hiere a Eduardo Cevallos cuando
tropieza luego de colocar un par de banderillas.

Los aficionados aún recuerdan sobrecogidos la imagen del pitón
derecho del toro ingresando en el cuerpo del torero caído. En la
enfermería de la plaza se confirmó la gravedad de la herida.
El asta el animal destrozó la parte inferior derecha de la espalda
de Cevallos, se abrió paso hasta tocar la arteria cava y dañar uno
de sus riñones.

Por la extensión y la gravedad de las lesiones, el banderillero
fue sometido a dos operaciones, para reparar los daños y
extirparle el riñón derecho.

El proceso de recuperación fue lento y plagado de sufrimientos
Eduardo Cevallos, de atlético porte, llegó a perder 60 libras de
peso y en más de una ocasión temió por su vida.

A base de constancia y esfuerzo, este humilde joven logró
sobreponerse primero y reestablecerse completamente después, para,
en un ejemplo de tenacidad, recuperar su salud, y lo que es más
importante, recuperar su profesión, su forma de vida.

El susto

La tarde del domingo 5 de diciembre salió acompañando la
cuadrilla del nacional Carlos Yánez.

El tercero de la tarde, Guindaleto, de la ganadería Santa Coloma,
le profirió una cornada en la espalda, a la altura de la cintura,
cuando Cevallos tropezó tras prender un par de banderillas en el
morrillo del animal.

El cirujano cardiovascular, Wéllington Sandoval Córdova,
intervino quirúrgicamente al joven subalterno, uego de que
ingresara a la enfermería de la Plaza de Toros Quito.

La operación duró tres horas y media. El paciente presentaba una
lesión en la vena cava del tamaño de la cabeza de un alfiler. (XP)

Las escuelas taurinas tienen ya tres siglos

Resulta difícil precisar el origen de la enseñanza taurina. Se
sabe que en el siglo XVIII la adquisición en los conocimientos
básicos para lidiar un toro bravo se concentraba en la tradición
oral presente, en el intercambio de experiencias entre toreros u
observando la labor de diestros veteranos.

Con la irrupción de Pepe - Hillo en la fiesta de los toros y la
promulgación de su Tauromaquia, se encauza el aprendizaje y llegan
a establecerse las primeras escuelas. Más tarde, en 1830, el rey
Fernando VII crea la Escuela Taurina de Sevilla y nombra director
de la escuela al matador de toros Manuel Arjona, hermano del
celebre Cúchares.

A la escuela sevillana se le sumarían establecimientos semejantes
en diversas ciudades españolas, alcanzan especial importancia las
de Madrid, Valladolid y Zamora, centros promovidos y administrados
por ex matadores de toros.

Sin embargo, dentro los esfuerzos realizados por tratar de
formalizar la enseñanza taurina, fueron las fiestas populares y
las capeas las que a la postre prevalecieron como el eje del
aprendizaje del oficio de torero.

En las últimas décadas del siglo XX resurgen las escuelas taurinas
como opción válida para la formación de nuevos espadas; en 1981 la
Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Madrid decretan la
creación de la Escuela de Tauromaquia de Madrid, cuyos propósitos
fueron la promoción de la fiesta de los toros, impartir enseñanzas
teóricas y prácticas relacionadas con las diversas suertes del
toreo, y la búsqueda de nuevos valores.

A la par de la Escuela de Madrid, se multiplicarían en los países
taurinos los centros de instrucción para toreros.

En el Ecuador la creación y funcionamiento de escuelas taurinas se
debió en forma especial a la afición de profesionales retirados
del toreo activo.

LLevados por su entusiasmo y gran voluntad, trataron de canalizar
las inquietudes taurinas de jóvenes becerristas, en esa lógica se
abrieron varias escuelas de efímera existencia. Hoy las cosas han
cambiado. (DIARIO HOY) (P. 6-B)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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