Quito. 20 abr 2001. El uniformado de capucha negra no tiembla y apunta
con su fusil ametralladora a la casa que tiene la imagen del Che Guevara
en la fachada. Transcurren las 22:00 y el hombre no se inmuta, pese a que
el sudor recorre sus espesas cejas, cerca de los ojos verdes.

Sus botas suenan en el piso de cemento y él camina de prisa hacia dos
guardias que se encuentran junto a la puerta del lugar. Otros 44 hombres,
cubiertos el rostro y vestidos con camuflaje, siguen al uniformado. Se
despliegan por el lugar, una amplia sala con mesas rojas y una tarima,
donde seis mujeres de licras negras y largos cabellos castaños practican
un paso de baile al son de una cumbia.

En dos minutos los hombres revisan bajo las mesas y al interior de las
habitaciones del extremo posterior.

El armado de los ojos verdes grita: ¡no hay nadie!, refiriéndose a la
ausencia de clientes, y los hombres abordan dos camiones y a 60 km/h se
dirigen al centro de Nueva Loja.

La vivienda con el rostro del Che es un concurrido centro de diversión
vespertino en las afueras de Nueva Loja, a 100 metros del Comando de la
Policía de Sucumbíos, un cuartel de seis construcciones prefabricadas y
sin garitas; el centro de diversión es visitado por jóvenes colombianos,
algunos integrantes del guerrillero Frente 48 de las FARC que controla
territorios en el vecino departamento de Putumayo. Eso comentan los 44
encapuchados, militares ecuatorianos del Grupo de las Fuerzas Especiales
del Ejército. Los militares bromean a bordo de los camiones, pero ríen
poco y sin verse a los ojos. Ellos llevan la insignia de héroes de
guerra; estuvieron en la primera línea de combate durante el conflicto de
1995 con el Perú. En Nueva Loja la afluencia de colombianos es alta:
desde el 2000, guerrilleros y paramilitares han sido detenidos, vestidos
de civil. Ellos han protagonizado tiroteos y vindictas. Por seguridad, en
la operación de patrullaje en Sucumbíos, los hombres de Fuerzas
Especiales se llaman por su apellido. Al salir del cuartel se persignan
pero al llegar a cualquier bar, discoteca o centro donde pudieran
encontrar a hombres de los grupos armados de Colombia, los militares
apuntan a la gente con sus armas y lanzan una mirada desafiante.

A las 22:30 los boinas rojas, como en el Ejército denominan a las Fuerzas
Especiales, se esparcen en el centro de la ciudad, donde no existe luz,
pero las casas se iluminan con velas colocadas en la cornisa de las
ventanas. La gente distingue a los hombres como integrantes del "24 Rayo"
y con rapidez hace lo que ellos exigen.

El jefe del escuadrón camina por la calle Jorge Ariasco acompañado por 10
militares. La Ariasco es una vía adoquinada, con los vehículos
transitando en doble dirección; está llena de salones hechos de madera,
con amplios portales; allí los hombres beben cerveza. Los militares
revisan en cada salón y no encuentran irregularidades. Otras dos
patrullas tampoco detectan delincuentes en las avenidas Quito y Amazonas,
paralelas a la Ariasco que cruzan Lago Agrio de sur a norte. A las 23:30,
los militares se reúnen en el norte de la urbe; abordan las dos Chevrolet
verdes que llegaron hace tres meses al Batallón de las Fuerzas Especiales
y se dirigen hacia el este. Los 44 hombres aprovechan la oscuridad e
ingresan con rapidez a una construcción, ubicada al costado oriental de
una vía asfaltada. No hay luz, pero el interior de la edificación está
iluminado con un generador de electricidad. La música tropical se va de
repente. Las mujeres de escotados vestidos y pantalones de licra rojos y
negros no se asustan, saludan a los militares. Su acento es colombiano y
costeño. Ellas, unas 30 trabajadoras sexuales, no se levantan de las
sillas plásticas que cercan a una amplia pista iluminada con luces de
neón violeta.

Un corpulento militar, sin bajar para nada el moderno fusil, se detiene
sobre la pista de baldosa negra y grita: ¡los varones tienen que ponerse
de pie y apegarse a la pared!

Los aludidos levantan las manos y acatan la orden de inmediato. La
mayoría de los que visitan el "Tropicana ", como se llama el sitio, es de
Colombia. Ellos presentan su cédula blanca con la fotografía en blanco y
negro y luego seis militares les palpan las piernas, cintura, tronco y
brazos. Ninguno porta armas de fuego.

Por una ruta alterna, como las otras que toma la cuadrilla para realizar
el patrullaje, los militares llegan a la vía que conduce de Nueva Loja a
Colombia. El calor en el cajón del camión es sofocante. Son las 00:00 del
jueves 19 de abril y los uniformados saben que han llegado a la
fronteriza población de General Farfán, a 30 km al noroccidente de Nueva
Loja. Cada uno tiene equipos de combate. Llevan armas HK (de menor
calibre comparadas con los FAL, utilizados por la guerrilla colombiana),
pistolas y machetes sujetos a la cintura y un chaleco donde guardan un
cuchillo, un visor nocturno, una linterna, granadas y cartuchos con 400
balas. Los soldados se ponen tensos, se encuentran a 5 km del puente
internacional donde el lunes pasado un grupo armado colombiano robó seis
camionetas ecuatorianas. Los pobladores se inquietan y los militares
empiezan a transitar a paso rápido y con sus armas apuntando a los
extremos de la vía, el malecón del río San Miguel. Esa ruta está rodeada
por casas de concreto, que en la planta baja tienen locales sin ventanas
donde se ofrece cerveza y aguardiente. Los salones son desde hace un año
escenarios de asesinatos y ajustes de cuentas de los grupos armados
colombianos. En La Punta, al igual que en Nueva Loja, la gente agradece a
la patrulla por la operación. Muchos confiesan su miedo pero aseguran que
no les ocurrirá nada porque no han hecho daño a nadie. Los militares se
sienten satisfechos. El patrullaje concluye sin enfrentamientos. ¡A
descansar!, gritan y se alejan al cuartel.

Una carencia de servicios

La ciudad desguarnecida * Nueva Loja es una capital sin edificaciones
altas, con vías asfaltadas, adoquinadas y lastradas. Cada día padece dos
racionamientos de luz (de 02:00 a 06:30 y de 18:30 a 23:30) y tiene un
frágil sistema de comunicación, porque al mediodía y por la tarde es
frecuente que los teléfonos colapsen y que las tres oficinas que ofrecen
el servicio de Internet se queden sin clientes.

Un puente peligroso * La gente comenta que tras la apertura del puente
internacional, el pasado septiembre, quedó desprotegida. Las camionetas
que transportaban a los colombianos que por ahí ingresaban, se fueron al
puente. Y los lancheros se quedaron sin trabajo; ahora los 40 botes con
motor fuera de borda que laboraban en el lugar se encuentran estacionados
y empolvados en el desembarcadero del río, sujetos con cuerdas a las
varillas de acero enclavadas en la orilla.

El recelo de los soldados * La mayoría de los soldados paracaidistas de
elite del Ejército se encuentra más de tres años en el Batallón 24 Rayo,
cuando la ley militar dice que deben permanecer dos. Explican que los
relevos no se realizan porque en el Ejército muchos no se animan a ir a
Sucumbíos. El batallón se halla en la población de Santa Cecilia, en las
afueras de Lago Agrio, y ocupa una extensa zona selvática para los
entrenamientos cotidianos.

El encuentro fronterizo acabó * Ayer, en Nueva Loja, finalizó un
encuentro sobre las secuelas de la militarización en la frontera.
Participaron delegados de la Iglesia y de un sinnúmero de ONG de Ecuador
y Colombia.

Una de las conclusiones del encuentro es que mientras no se solucionen
los problemas estructurales de las poblaciones fronterizas (pobreza,
educación, salud) será imposible impedir la infiltración de los grupos
armados. (Texto tomado de El Comercio)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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