Amelia Ribadeneira
Quito. 23 abr 2001. Mojados, sudorosos y enlodados se detuvieron al pie
de una cabaña de madera corroída por el paso del tiempo y el agua. A sus
espaldas se imponía la selva espesa, mientras que ante sus ojos las aguas
cafés del río Napo les anunciaban lo que será su próximo reto para la
supervivencia. Los soldados de la Legión Francesa caminaron un día antes
desde el pozo Yupa, en el interior de la selva agreste de Francisco de
Orellana o Coca, la capital de la provincia más joven del país, hasta la
pequeña playa donde los cinco habitantes de la única casa los miraban con
curiosidad.
Su base, punto de llegada y partida, estaba a 15 minutos, en el puerto
marítimo de la Brigada de Selva 19 Napo, la nueva sede de la Cuarta
División del Ejército Amazonas en el Oriente.
Eran 24 hombres vestidos de camuflaje que llegaron a Ecuador hace más de
dos semanas para perfeccionar sus técnicas de guerra en la selva
amazónica. Su comandante fue el teniente Ramón Vaca, instructor de la
Escuela de Selva Coca, del Ejército ecuatoriano.Desde hace tres años, 500
militares extranjeros se han entrenado en la Amazonia, según el coronel
Marcelo Bravo, director de la Escuela de Selva.
La Legión Francesa, que nació para defender el imperio galo, está
compuesta por ciudadanos de varios países del mundo que se preparan para
una guerra o para intervenir en conflictos como los que ocurren en África
o en los Balcanes.
Para los militares foráneos el Ejército ecuatoriano tiene mucho
prestigio, sobre todo, después que el país ganó la guerra a Perú en 1995.
Esta es la principal razón por la cual vienen los legionarios a conocer
la preparación de los soldados nacionales.
En la tibia playa, los militares seguían en pie a pesar de haber caminado
cinco kilómetros cuadrados y de llevar once días en pruebas de combate.
En su ruta tuvieron que evitar que un pantano los tragara vivos: se
hundieron hasta el cuello, algunos tragaron la tierra putrefacta amarga,
pero salieron paso a paso, agarrados de las ramas que colgaban de los
árboles y ayudándose mutuamente.
La excursión que empezó a las cuatro de la mañana terminó en la noche.
Los hombres cansados, con sus cuerpos entumecidos después de haber pasado
la mitad del día en las aguas pantanosas, optaron por la opción de
refugiarse bajo los árboles y dormir desnudos -algunos- y otros con su
parada de reserva dentro una cobija térmica.
Con la salida del alba los hombres tomaron el camino de regreso. El agua
y el calor de la zona no fueron suficientes para despintar sus rostros
pintados de café, verde y negro, lo que les permite confundirse entre la
vegetación de la selva.A su llegada a la playa, los legionarios robustos
y de ojos claros tuvieron diez minutos para lograr descansar y luego
comer. "La ración para todo el día", dijo el teniente Vaca. Los
extranjeros no perdieron tiempo y con sus enormes manos abrieron la
liviana funda café, cargada con 1 200 calorías (arroz, carnes blanca o
roja, pastel...).
Sentados sobre troncos de árboles o en el suelo húmedo por la lluvia de
la víspera comían y reían sobre las peripecias que tuvieron que pasar
hasta merecer ese descanso. El teniente Denimd, jefe del tercer grupo,
segunda sección, contaba risueño que usaban el mismo traje con el que
salieron a entrenar desde su llegada al país, a finales de marzo. Denimd
nació en Vietnam en 1963. Su madre murió en la guerra y su padre fue
algún soldado estadounidense que nunca conoció. Durante sus primeros años
de vida estuvo en un orfanato hasta que unos franceses lo adoptaron. "Son
cosas de la guerra", dijo y después sonríó.
Los 10 minutos de reposo terminaron y los soldados estaban dispuestos
para otra lección. El sargento Antonio Yatata les enseñó a construir las
balsas con las que navegarían desde ese punto hasta el puerto de la
Brigada. El profesor fue un soldado que nació en una de las comunidades
indígenas de la zona; la incorporación de estos ecuatorianos es visto
como un acierto del Ejército, pues han contribuido con sus conocimientos.
Yatata explicó despacio a los legionarios cómo fabricar la pequeña balsa;
después de cada frase el suboficial Jaime Massut González debía traducir
a sus compañeros las palabras del militar ecuatoriano.
Antes de construir la nave casera, los extranjeros tuvieron que cruzar el
río atados a una cuerda: los dos mejores nadadores del grupo y el
instructor Vaca pasaron el afluente de unos 200 metros de ancho para
conseguir enlazar la soga a un árbol y facilitar el arribo de sus
compañeros. Al grito de "Dios perdona, el hombre a veces, la selva
nunca", los soldados nadaron de pie sujetados a la cuerda por la cintura,
mientras cargaban con sus maletas y fusiles.
Entonces empezó una de las pruebas más duras del día: en seis grupos de
cuatro armaron las balsas siguiendo las instrucciones del sargento Yatata
y se lanzaron río arriba. Sobre las naves de hoja y madera liviana iban
el equipaje y las armas, mientras en las esquinas se colocaron los
soldados para empujar el bote con sus manos y piernas. Cada vez que un
helicóptero sobrevolaba la zona, debían ocultar sus cabezas dentro del
agua hasta que el ruido de la aeronave desapareciera.
Nadaron durante tres horas hasta el puerto de la Brigada; para entonces
la tarde estaba completamente oscura y las primeras ráfagas de lluvia
cayeron, pero el entrenamiento no paró.
La siguiente prueba fue lanzarse desde el puente de 15 metros de altura
que se levanta sobre el río Napo y une a las parroquias del Coca.
Desde la Brigada viajaron dos minutos en una camioneta hasta el camino de
metal donde los esperaba con tranquilidad el coronel Bravo.
Bajo su mando, los soldados -equipados con chalecos salvavidas- cruzaron
los brazos, juntaron las piernas y cayeron de pie al fondo del afluente,
después de gritar "selva" o "tigres".Como el ejemplo es la mejor
enseñanza, según el teniente Vaca, los primeros en lanzarse al río fueron
tres militares pertenecientes a la escuela ecuatoriana. Para un eventual
rescate, que no fue necesario, en los alrededores patrullaban dos lanchas
con hombres rana del Ejército.Una vez en el río, los militares nadaron
otros 15 minutos hasta la base. Los primeros en llegar recordaron que en
la Guyana Francesa, al norte de Brasil, solamente han saltado de puentes
de hasta cinco metros de altura. Su preparación también fue en la selva,
pero comprobaron que la Amazonia ecuatoriana es más dura para el
entrenamiento.
La noche del día doce empezó a caer, los rostros de los soldados estaban
pálidos y ojerosos. Sabían que no habría descanso y que con sus ropas
mojadas tenían que internarse nuevamente en la selva. Un helicóptero
debía recogerlos en el puerto militar para dejarlos en un punto muerto de
la zona, pero un aguacero cayó con fuerza e impidió el vuelo. La única
alternativa fue cargar sus maletas en la espalda e ingresar a pie para
terminar el entrenamiento. (Texto tomado de El Comercio)