âCreo firmemente, señores, que todos cuantos estamos aquà y cuantos pertenecemos a esta generación infortunada, podemos jactarnos de haber visto la última guerra civil en Colombia. A nuestros nietos, a los que vengan a la vida después de este ciclo de horrores, y a quienes costará trabajo comprender el género de insania que nos llevó tantas veces a la matanza entre hermanos, podremos contarles, cuando ya seamos viejos, cómo y por qué somos los últimos representantes del fanatismo polÃtico intransigente y cruel...â. Quien escribió estas palabras no fue ciertamente el nuevo presidente de Colombia Ãlvaro Uribe, quien ha ofrecido la guerra para alcanzar la paz; pero tampoco Andrés Pastrana, Ernesto Samper o César Gaviria. En realidad, ningún presidente ni lÃder colombiano de la última mitad del siglo pasado. Ni siquiera don Jorge Eliécer Gaitán. Fue don Rafael Uribe Uribe, caudillo liberal, polÃtico y soldado, al concluir tres guerras civiles que ensangrentaron el final del siglo XIX y que terminaron en la de los âMil DÃasâ, en un discurso que debió pronunciar pero no pudo, en Barranquilla en 1902.
Hace cuatro años, Andrés Pastrana fue el hombre de la emoción colectiva. Su foto, con Manuel Marulanda, âTirofijoâ fue definitiva: expresó exactamente lo que querÃan los colombianos: la paz, después de una guerra civil, ahora, de más o menos medio siglo. También la audacia de buscar soluciones y de encontrarlas. Hoy, Alvaro Uribe, con un discurso radicalmente diferente, es el hombre intérprete de la emoción colectiva colombiana. ¿Asà son de efÃmeras y de cambiantes las emociones colectivas?
Quizás el problema en Colombia vaya más allá de las expectativas ciudadanas que siempre son puntuales. Andrés Pastrana apareció como el hombre del Stablishment capaz de lograr lo que ningún presidente habÃa podido hacer desde la década de los 60. Nadie en ese momento, ni sus más fuertes y radicales opositores, señalaron lo que hoy cualquier sabelotodo polÃtico proclama con indignación: que era simplemente imposible llegar a un acuerdo de paz con las FARC; que era una locura tomar en serio a âTirofijoâ, porque entre otras cosas las FARC habÃan descubierto la mina de la financiación de su guerra en el narcotráfico.
Desde su meteórica campaña, Alvaro Uribe es ahora quien suscita la emoción colectiva como un dÃa Pastrana. Solo que a través de la guerra. Una especie de guerra justa. El problema es que la mayorÃa de los colombianos no quieren pelear en esa guerra. Por ello, hace algún tiempo, Miguel Ãngel Bastenier, escribÃa en âEl PaÃsâ que hoy no se podÃa hablar de una guerra civil en Colombia. Entre las FF.AA., las FARC y el ELN, más Autodefensas incluidas, la mayorÃa de la población sufre pero no actúa en esa guerra. Por esto y por otros motivos, la guerra del Uribe contemporáneo, será una guerra que nunca termine, por más presiones que haya para que la gente participe.
En un libro notable, Marco Palacio mostraba que la legitimidad en Colombia siempre habÃa sido elusiva y que la sombra de la violencia fue permanente en todo el siglo XX. Que el problema, antes que militar era polÃtico. Porque no se ha entendido, las palabras de Uribe siguen vigentes. Las otras, son emociones colectivas que pasan y se van.