Guayaquil. 07.05.95. 35 millones de muertos, 28 millones de
inválidos.. Y estas son únicamente las cifras de la hecatombe
demográfica que produjo la mayor contienda bélica de la
historia. A ella hay que sumar el imperio de terror, que se
prolongó por muchas décadas, como resultado del desarrollo de
las armas nucleares; la desconfianza, las persecuciones, la
enemistad profunda que escindió al mundo entero, como fruto de
la bipolaridad que resultó de la guerra caliente, que devino
"fría" casi de inmediato.

Y los enfrentamientos posteriores, si bien nunca alcanzaron
nivel de conflagración generalizada, fueron una especie de
tercer guerra mundial, combatida por interpuesta persona en
distintas partes del mundo, Pregúnteles a los coreanos, a los
vietnamitas, a los hombres de Etiopía, de Eritrea o del medio
oriente.

Uno no sabía si estas confrontaciones eran parte de la segunda
guerra mundial, que no terminó nunca, o de la tercera guerra
mundial que ya había comenzado.

Hoy al cumplirse cincuenta años del final oficial de la
guerra, SEMANA se consagra a mirar algunos puntos menos
conocidos de ese fenómeno, dejando de lado las batallas y las
incidencias puramente bélicas de la guerra.

El armisticio con que terminó la primera guerra mundial (11 de
noviembre de 1918) fue, en más de un sentido, el instrumento que
dio inicio a la segunda.

Aunque Alemania había sido derrotada en toda la línea, había
sido demostrado que su potencial económico y bélico era al
menos igual que Francia e Inglaterra sumadas.

En la práctica, la primera guerra mundial fue una extraña
suerte de empantanamiento de fuerzas (la guerra de
trincheras), que sólo se rompió cuando intervinieron los
Estados Unidos en la contienda y cuando Rusia salió de ella,
como resultado de la revolución bolchevique. Vistas desde esta
óptica, las cuantiosas reparaciones económicas y las estrictas
limitaciones militares que se impusieron a Berlín como
resultado del Tratado de Versalles fueron un intento por
establecer el equilibrio europeo, devolviendo a París y
Londres la hegemonía que su perezosa industria, acostumbrada a
la subvención de las baratísimas materias primas de las
colonias, no había sabido defender.

Pero fue un fracaso.

Todo el período de entre dos guerras, como se llamaría
posteriormente, estuvo dominado por la distorsionada visión
occidental de un inminente peligro bolchevique, y la
consiguiente tolerancia frente al aparecimiento del fascismo
en Europa. La pavorosa crisis mundial de 1929-32, que estuvo a punto de
desbancar el sistema capitalista mundial, hizo creer que la
expansión comunista por todo el viejo mundo sólo era una
cuestión de tiempo.

Frente a este peligro, las potencias occidentales tuvieron una
gran tolerancia para el fascismo, que surgía y se asentaba
sólidamente en Alemania, Italia y Japón, y aceptaron a Hitler
y Mussolini como incómodos aliados en el combate contra
Stalin.

Con la misma miopía, Moscú vio el surgimiento de estas
doctrinas totalitarias como una manifestación más del sistema
capitalista, y no distinguió las diferencias esenciales que
ellas con la estructura de las democracias burguesas de
occidente.

GUERRAS INTERMEDIAS

Los resultados de la primera mundial alteraron profundamente
el mapa de Europa, y varios enfrentamientos armados se
produjeron en diversas zonas del continente; pero la primera
guerra digna de tal nombre se dio en el Asia, donde Japón
invadió China en 1931. Las potencias occidentales, y muy
especialmente los Estados Unidos, vieron con beneplácito esta
intervención nipona, ya que estimaron que era la única manera
de contener la avalancha comunista en el lejano oriente.

Tampoco hubo ninguna reacción cuando la Italia fascista
invadió en 1935 Abisinia (Etiopía), pese al dramático llamado
que hiciera en la Sociedad de Naciones el emperador Haile
Selassie, quien advirtió del peligro que pronto caería sobre
occidente.

La guerra civil española (1936-39) sirvió como campo de prueba
para las nuevas armas alemanas, y el empleo masivo de la
aviación contra poblaciones civiles fue el anuncio de que
había surgido una nueva etapa en las máquinas de guerra (ver
páginas 10 y 11 de esta misma entrega).

Las potencias occidentales malinterpretaron la contienda
española, y la vieron como el choque, entre dos
totalitarismos: el extremo derecho fascista y la extrema
izquierda bolchevique.

ANTECEDENTES INMEDIATOS

Hitler había consolidado su poder. Su agresiva política de
convicción nacionalista logró el apoyo mayoritario de los
pueblos arios (supuestamente superiores), y fue sin demasiada
resistencia como pudo ocupar Austria el 11 de marzo de 1938,
anexándola como Provincias Orientales apenas dos días más
tarde.

Casi de inmediato planteó sus reclamaciones sobre la región de
los Sudetes checoslovacos, de población mayoritariamente
germana, y occidente inclinó una vez más la cabeza en la
Conferencia de Munich (30 de septiembre de 1938), a la que
asistieron Inglaterra (Chamberlain y Halifax), Francia
(Daladier y Bonnet), Alemania (Hitler y Ribbentrop) e Italia
(Mussolini y Ciano). Checoslovaquia, el país cuya suerte se
estaba debatiendo, ni siquiera fue invitada a la conferencia.

Para marzo de 1939, la anexión de toda Checoslovaquia había
sido perfeccionada.

Inglaterra y Francia creyeron que Hitler se orientaría ahora
contra la URSS.

En realidad, allí mismo Hitler dio órdenes de preparar la
invasión de Polonia, cifrada como Plan Weiss (Blanco).

La segunda guerra mundial estaba por estallar.

ADOLF HITLER

Existe una perniciosa tendencia a tratar de explicar la
segunda guerra mundial como resultado de las aberraciones
psíquicas del gobernante alemán Adolf Hitler.

Que Hitler era una persona desequilibrada parece más allá de
toda duda; pero ciertamente el psicoanálisis de su
personalidad quizá explique la forma alucinante que tomaron
algunas acciones nazis, pero no aclara el porqué logró el casi
mágico influjo que consiguió en uno de los países más cultos
del mundo, y cómo logró arrastrar tras su delirio a millones
de hombres, que no dudaron en ofrendar su vida por el Führer.

Nacido en una remota provincia austriaca, Adolf Hitler pensó
originalmente dedicarse a la arquitectura o las artes
plásticas (para las cuales estaba medianamente dotado), pero
fue arrastrado por el vendaval de la primera guerra mundial,
que lo llevó a filas.

Sin mayores distinciones, pero sin deshonra, terminó la
contienda con el rango de cabo y, al reincorporarse a la vida
civil, descubrió una cualidad que había utilizado muy poco en
el ejército: su oratoria impactaba en las multitudes.

Al analizar hoy sus discursos, resulta difícil comprender este
influjo, pues su voz era más bien un tanto aflautada y su
gesticulación excesivamente teatral; pero tales eran los usos
retóricos de aquellos tiempos.

Pronto fue asimilado por un naciente movimiento de extrema
derecha, que proclamaba como causal de la derrota militar los
movimientos populares de 1918, eximiendo al ejército de toda
responsabilidad en el desastre.

Cuando se organizó el Partido Nacional-Socialista de los
trabajadores Alemanes, las grandes oligarquías berlinesas
vieron en estos nazis (por la sigla alemana del nombre del
partido, NSDAP) la única fuerza que podía frenar el avance de
los bolcheviques, organizados en la llamada Liga
Espartaquista, y de los social-demócratas. Cuando Hitler
publicó su libro-manifiesto. Mi Lucha, las clases dominantes
alemanas vieron en su enfermiso antisemitismo una resonancia
más de sus luchas internas por el poder económico, y pronto la
alianza de los grandes capitales con esta agresiva fuerza
paramilitar se consolidó.

Por su lado, el poderoso estamento militar germano no las
tenía todas consigo, pero encontró en Hitler a una fuerza
política capaz de cometer y desviar las presiones obreras
hacia temas nacionalistas, desviándolas de sus reclamos
socializantes. Los militares decidieron soportarlo por un
tiempo.

El tiempo se prolongó. El crecimiento de los nazis fue
impetuoso, arrasaron con todos sus opositores, y Hitler se
consolidó como el unipersonal autócrata de un movimiento que
había proclamado Ein Volk, Ein Reich, Ein Fúhrer (Un solo
pueblo; un solo Estado; un solo líder).

La burguesía es siempre timorata, y las primeras acciones de
Hitler le parecieron escandalosamente riesgosas; pero, cuando
su desconocimiento del Tratado de Versalles, su militarización
acelerada y sus primeras victorias militares parecieron darle
la razón, también las clases dominantes cayeron bajo el
influjo maléfico de esta figura mefistofélica.

Fue sólo muy tarde, hacia julio de 1944, cuando los militares
profesionales comprendieron que Hitler llevaba a la nación
hacia el abismo; pero para entonces los nazis ya se habían
constituido en partido único, sin opositores, y habían
conformado un ejército paralelo (las SS), una policía política
omnipresente (la tristemente célebre Gestapo) y un régimen de
ultranacionalismo paranoico, que los condujo indefectiblemente
a la derrota.

De modo que las responsabilidades y atrocidades de la segunda
guerra mundial no pueden achacarse a un solo hombre, sino al
conjunto de un anormal sistema estatal, que produjo una
excesiva concentración del capital en poquísimas manos, una
militarización abierta de toda la vida social, en medio de una
crisis tan acentuada, que sólo se veían soluciones mágicas
producidas por un mesías.

Adolf Hitler no es más que el hijo legítimo de esa
confabulación de fuerzas.

LOS PROTAGONISTAS

La guerra es la menos equitativa de las acciones humanas. Sólo
se ven los extremos. En la una punta, las masas anónimas, que
aportan su coraje y su sangre. Y en el otro lado, los
generales que comandan a esos hombres y diseñan esa guerra. Lo
del medio desaparece. Olvidados quedan los cancilleres, los
coroneles, los industriales, los inventores, los periodistas,
los espías... y todo el numeroso contingente intermediario de
la guerra.

Como es lógico, la segunda guerra mundial produjo la mayor
concentración de poder y carisma de la historia.

La lista de quienes protagonizaron la contienda podría ser
enorme...

Eisenhower y McArthur; Montgomery y Rommel; Yamamoto y Zhúkov
fueron solamente seis nombres de los más de mil generales que
surgieron a la palestra pública como resultado de la guerra.

En el otro extremo, unos innominados Kamikaze japoneses, que
ofrendaban su vida sin posibilidad ninguna de retorno, o un
soldado soviético que cubrió con su cuerpo un nido de
ametralladoras que impedía el avance de sus compañeros; una
niña holandesa que sólo dejó un diario para contar su vida, o
un prisionero checo que habló de unas montañas que cantan.

Seres humanos, limitados a elegir entre el heroísmo y la
deshonra. Anteriormente nos hemos referido a Adolf Hitler, la
mente maligna que imaginó el holocausto. Aquí esbozaremos, en
gruesas pinceladas, las vidas de otros cuatro protagonistas de
la guerra: Roosevelt y Stalin; Churchill y De Gaulle.

Churchill, el último león

Cerca ya del final de las hostilidades, cuando se puso en
claro que el mundo de posguerra quedaría dividido en dos
grandes bloques, encabezados por Washington y Moscú, Sir
Winston Leonard Spencer Churchill, Primer Ministro de la Gran
Bretaña, dijo que "no había sido nombrado primer ministro para
presidir el entierro del Imperio Británico".

Tenía razón. De hecho, él había conseguido salvar algo más que
la dignidad inglesa.

Pero mucho menos que el Imperio.

Inglaterra, que inició la contienda como la mayor fuerza
europea que podía oponerse a Hitler, la concluía como una
potencia significativa, claramente ubicada en el tercer lugar
del equilibrio del terror; pero mucho menos que una
superpotencia, calificativo que se reservaba sólo para los
grandes contradictores de la posguerra: Estados Unidos y la
Unión Soviética.

En los momentos más obscuros de su historia cuando Francia
había caído y Luftwaffe bombardeaba Londres a diario, quizá el
destino del mundo hubiese sido otro si Churchill no hubiera
estado a la cabeza del Imperio.

Su voluntad de hierro y su palabra precisa sostuvieron no solo
a su nación, sino a todos los pueblo sometidos, que escuchaban

su voz a través de la British Broadcasting Corporation, la
célebre BBC de Londres. A Churchill le debemos las mejores
frases definitorias de los distintos momentos de la guerra.

Fue él quien rindió homenaje a lo heroicos pilotos de la Royal
Air Force diciendo que "nunca, en el curso de los
enfrentamientos humanos, tantos le debieron tanto a tan
pocos". También fue él quien anunció la intervención aliada en
el norte de Europa, aclarando que "no es el principio del fin.
Es el fin del principio".

Y fue él también quien dijo la frase definitoria de la
siguiente etapa, la de guerra fría, cuando afirmó "una cortina
de hierro ha caído sobre Europa".

Roosevelt: "Ese hombre"

Elegido cuatro veces Presidente de los Estados Unidos (caso
único en la historia), Franklin Roosevelt era inválido.

Demostración palpable del poder de la mente para superar las
limitaciones del cuerpo, Roosevelt había quedado atado a una
silla de ruedas como resultado de una parálisis infantil.

Recibió un país al borde de la disolución, debido a la gran
crisis económica de los años 29-32, y fue capaz de salir
adelante con la propuesta de un New Deal (Nuevo Acuerdo)

EL ECUADOR Y LA GUERRA

En un sondeo de opinión pública efectuado a comienzos de los
años 80, sólo el 6% de los ecuatorianos declararon saber que
su país había tenido "alguna participación" en la segunda
guerra mundial. Menos del 1% identificó las áreas en que la
guerra había tenido incidencia en la vida nacional. De Quito a
Berlín hay 10,150 kilómetros en línea recta; pero el impacto
de la conflagración no fue por eso menos sensible en el
Ecuador, aunque de modos indirectos en su mayor parte.

GUERRA EN SUDAMERICA

Durante la década de los años 30, la penetración alemana fue
sustancial en América del Sur.

En Perú, las exportaciones a Alemania eran únicamente el 22%
del total, mientras Inglaterra adquiría el 62% de la
producción peruana exportable.

Apenas un año más tarde, Inglaterra había reducido su
participación al 40%; pero Alemania recibía ya el 33%.

Las exportaciones germanas al Brasil fueron de sólo 48
millones de marcos en 1932, pero se elevaron a 133 millones en
1936. Para el primer semestre de 1937, Berlín se había
convertido en el primer cliente del Brasil (36 millones de
dólares, frente a sólo 32.5 de los Estados Unidos). Una línea
aérea alemana, el "Service Aéro-Cóndor", operaba en 39
aeropuertos cariocas.

Igual ocurrió en todo el continente, con clara presencia nazi
en Argentina y el sur de Chile.

Según Alfredo Pareja Diezcanseco, el trasfondo de la agresión
peruana al Ecuador estuvo constituido por el proyecto nazi de
instalación de varios estados subalternos en el continente y,
aunque los vínculos directos nunca han sido probados, Perú
mantuvo una ambigua situación de "neutralidad" hasta luego de
la invasión al Ecuador, y solo modificó su postura a raíz del
ataque japonés a Pearl Harbor (dic. 7 de 1941), seguramente
para congraciarse con Estados Unidos y conseguir su respaldo
para el Protocolo de Río de Janeiro, firmado en enero del año
siguiente.

Sin embargo, la más notoria acción bélica en territorio
sudamericano tuvo lugar frente a la rada de Montevideo, cuando
el acorazado alemán de bolsillo, el Graf Spee, se inmoló
apenas al salir de las aguas territoriales uruguayas el 17 de
diciembre de 1939.

EL "MOSQUITO"

Una curiosa contribución ecuatoriana al esfuerzo bélico aliado
estuvo constituida por el palo de balsa, que sirvió para la
construcción de un caza bimotor inglés de gran celebridad
durante la resistencia de la Royal Air Force.

Del Mosquito, como se bautizó esa aeronave, se construyeron un
total de 7,785 aparatos, y sus prestaciones fueron muy
apreciadas.

A 7930 metros de altitud, el avión podía lograr velocidades de
656 km/h (inalcanzable para los cazas alemanes o italianos), y
su velocidad normal de crucero excedía los 400 km/h. Con una
autonomía de 2,400 kilómetros, el Mosquito podía llegar de
Londres a Berlín (935 km en línea recta), descargar sus 1,814
kg de bombas y regresar a su base sin ser detenido.

BASES Y SUBMARINOS

Siempre se ha comentado, pero sin confirmación documental, que
hubo varios submarinos del Eje que repostaron en aguas
ecuatorianas, y concretamente se ha mencionado a la hermosa
bahía de Ayangue, a la sazón despoblada, como el sitio donde
se establecían los contactos.

Por esos rumores, y como base para la defensa del Pacífico
Central y del Canal de Panamá, los Estados Unidos instalaron
dos bases aeronavales en territorio ecuatoriano. Una en
Salinas, donde hoy se encuentra la Escuela de Aviación, y otra
en la isla Seymour, en el archipiélago de Galápagos.

Aunque las instalaciones fueron usadas constantemente para el
patrullaje aeronaval de la región, no se conoce de combates
que mantuvieran las fuerzas norteamericanas en aguas
territoriales o en el espacio aéreo de nuestro país.

Cabe anotar que la base de Salinas se instaló mediante un
convenio bilateral suscrito por ambos países, mas las
instalaciones insulares se construyeron como un acto
unilateral del gobierno norteamericano.

NAZIS EN EL ECUADOR

En el Ecuador existió un relativamente poderoso movimiento
nacional-socialista.

Los periódicos anti-fascistas La Defensa (dirigido por el
coronel Filemón Borja) y el Anti-Nazi (dirigido por Raymond
Mériguet) denunciaron oportunamente esta presencia, que llegó
a los extremos de tener reuniones paramilitares en la
denominada Casa Alemana de Quito y en la hacienda del señor
Heinz Schulte, ubicada en la zona del Batán de la capital.

En esas reuniones se conformaron secciones de las
organizaciones nazis de jóvenes, Hitlerjugend, y de mujeres,
N- S Frauenschaft, se izó el emblema de la swástika, se
realizaron entrenamientos militares y de diversos modos se
trabajó por el progreso de las ideas nacionalsocialistas en el
Ecuador.

Los capitales alemanes se habían infiltrado en áreas
estratégicas de la economía (incluso en la aviación comercial,
con aviones trimotores Junker, que podían adecuarse para
desempeñar misiones militares).

Tratando de congraciarse tardíamente con los Estados Unidos,
el gobierno ecuatoriano de Arroyo del Río expulsó, sin mucha
revisión de casos, a buena parte de los residentes alemanes en
el Ecuador, conminándolos a elegir entre un campo de detención
en Estados Unidos o su "repatriación" a Alemania.

Se cometieron graves y bochornosos excesos, pues no pocos
hombres de negocios aprovecharon la ocasión para deshacerse de
la competencia de honrados ciudadanos alemanes, que se vieron
obligados a vender sus propiedades "a precio de huevo".

Una de las victimas de esos excesos, que llegó a la
extradición del país, fue el actual Presidente del Congreso
Nacional, Dr. Heinz Moeller, quien era a la época un niño de
pocos años.

En el otro extremo del espectro, es interesante hacer notar
que el movimiento anti-totalitario en el Ecuador fue el
primero (y único) en presentar una sugerencia muy valiosa y
extremadamente sutil.

En su manifiesto del 11 de diciembre de 1941 (mes y medio
antes del Protocolo de Río), el entonces llamado Movimiento
Popular Antitotalitario del Ecuador hacía notar que "nuestra
estratégica posición, con las islas Galápagos cercanas al
Canal de Panamá, nos coloca en la situación de los pueblos
condenados a caer en la órbita demoníaca del Eje, si antes la
conciencia y la responsabilidad de los ecuatorianos no se
oponen".

Con suma delicadeza, el señor Mériguet (ciudadano francés,
afincado en el Ecuador desde 1936) sugería que esa situación
de las Galápagos podían servir como interesante base de
diálogo para negociar un apoyo norteamericano frente a la
situación en la frontera sur.

La Cancillería, que se aprestaba a firmar al Protocolo, no
prestó oídos. (SEMANA, SUPLEMENTO DE DIARIO EXPRESO N§ 42.
PP.1-7)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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