Quito. 26 abr 97. La ambulancia No. 5 de la Cruz Roja se
estacionó frente a la entrada a la sala de emergencias del
Hospital "Eugenio Espejo", en Quito. Dos camilleros bajaron a
José Intriago, un interno del ex Penal García Moreno que sangraba
a borbotones por una herida de navaja en su brazo derecho.

Los camilleros golpearon la puerta, cerrada por dos candados
"Viro" fundidos a una gruesa cadena. Los gritos de dolor eran
sobrecogedores y escondían el ruido de la sirena. Pero el guardia
de la puerta no se conmovió y señaló a los camilleros un letrero:
"Estamos en paro. Las emergencias llévelas al Militar". Los
camilleros, por vigésima octava vez desde que empezó el paro de
la salud, se alzaron con José y arrancaron en la ambulancia.

El ex ministro de Salud, Jorge Bracho, explica que la crisis de
la salud pública empezó en 1967, cuando se creó el Ministerio de
Salud Pública, que sustituyó a las Juntas de Asistencia Pública,
que estaban encargadas, desde 1904, de atender a los pobres.

Aquellas Juntas, cuenta Bracho, eran dueñas de grandes haciendas
que mantenían los hospitales funcionando en forma eficiente. Por
ejemplo, la hacienda de Machachi producía cuatro mil litros de
leche diarios. Y la de Pesillo (Cayambe), 100 mil quintales de
trigo al año. Todos esos bienes los heredó el Ministerio, que
apenas recibía el uno por ciento del presupuesto del Estado.

En 1972, el presidente Guillermo Rodríguez Lara ("Bombita")
consideró que el Ministerio no debía manejar haciendas y decretó
que las tierras pasaran a ser propiedad del IERAC y de los
militares. Pero, a cambio de la leche y el trigo, "Bombita"
decidió entregar el 10 por ciento del presupuesto general del
Estado al Ministerio. "Bombita" creyó que, de esa manera la salud
estaría asegurada. Desde entonces, el camino se volvió escabroso
y cuesta arriba.

Infierno en las salas de emergencias

Si José Intriago hubiera entrado a emergencias, ¿qué se hubiera
hecho? Las camas de emergencia del Espejo son de ginecología,
compradas hace diez años y totalmente parchadas con cinta
"masking". José hubiera tenido que abrir las piernas en el lecho
y aguantar el olor del alcohol mezclado con el de la esponja
podrida.

Una radiografía del brazo no habría podido ser realizada porque
los equipos no funcionan. El taller de reparaciones apenas
consiste en una sala llena de tubos oxidados. Tampoco hay un
tensiómetro para medir la presión del paciente. Para suturar la
herida, no se utiliza hilo quirúrgico sino hilo de ropa. Al final
de la curación, el médico le hubiera dado una palmadita de
aliento en la espalda y hubiera ordenado su traslado al ex Penal.

Bracho explica que, con el paulatino recorte del presupuesto a
la salud, se crearon enormes déficit en los hospitales. Los
presidentes se olvidaron que los centros de salud también
envejecen. Los equipos se dañan y hay que repararlos y
sustituirlos. Mientras menos dinero había, menos equipos se
compraban. Ahora no existe dinero ni para guantes quirúrgicos.

Y, con cada cambio de Gobierno, se reinventaba el Ministerio. Si
un cardiólogo era ministro, su enfoque se dirigía hacia las
ambulancias. Si un pediatra era el jefe, todo apuntaba hacia las
vacunas. Los planes jamás tuvieron continuidad. Y la atención
empeoró hasta niveles infrahumanos, como ocurre en el Espejo y
en los 125 centros de salud de todo el país.

La cogestión no se aplicó

Algún día se habló de cogestión, es decir, que los pacientes
paguen una parte de sus consultas. Pero los pocos experimentos
han fracasado, como en el Baca Ortiz (Quito), donde fue
boicoteado por los sindicatos.

Además, los mecanismos para su aplicación nunca estuvieron
claros. Bracho asegura que las trabajadoras sociales jamás han
podido determinar, con justicia, cuánto debería pagar cada
persona que, como José Intriago, ingresa sin documentos a
emergencias.

En fin, la historia de la salud ha sido similar a una canción de
Víctor Manuel: la mejor defensa, ante la llegada de un
accidentado como José, es cruzar los brazos y pasar de largo.

Pero José Intriago se salvó de morir desangrado. Los camilleros
de la Cruz Roja lo metieron a la sala de emergencias del Militar
sin hacer caso de los reclamos de un médico que preguntaba
"¿quién pagará la cuenta"? A lo lejos del pasillo, solamente se
veía los correteos de los camilleros y las marca "Fila" de los
zapatos gastados de José.

Nos olvidamos del médico familiar

La figura del médico de familia, bonachón, que conoce de memoria
la historia de la familia a la que atiende con su infaltable
maletín, casi ha desaparecido del Ecuador. Ahora, los estudiantes
de Medicina se aventuran a una especialidad determinada. Todos
quieren ser expertos en hígado o páncreas, pero nadie quiere irse
a las comunidades rurales a brindar atención a los campesinos.

El ex director del Hospital de Niños Baca Ortiz (Quito), Gonzalo
Mantilla (administración de Rodrigo Borja) considera que, si
existieran más médicos familiares, los problemas de atención
médica del país estarían solucionados en 90 por ciento, sobre
todo en el campo.

Por supuesto, no se trata de un médico tipo "show de Bill Cosby"
que sea infalible y haga chistes, pero sí de una persona
capacitada en medicina general y que diagnostique en forma eficaz
los casos cotidianos. Su consultorio es básico: un pequeño
laboratorio para exámenes, un aparato de rayos "X", una camilla,
medicinas y los instrumentos de siempre. De esa manera, no solo
que se ampliaría la cobertura, sino que bajarían los costos de
la atención.

No obstante, primero es necesario que las universidades redefinan
el tipo de profesionales que desean formar. Y que el Gobierno
desarrolle la atención básica, tan poco atendida en los últimos
diez años. (DIARIO HOY) (P. 7-A)
EXPLORED
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