LA EXPOSICION DE LA FACULTAD DE ARTES. Por Lenín Oña
Quito. 29.09.92. Ni los participantes ecuatorianos en el
certamen azuayo ni los del capitalino ofrecieron lo que brinda
el universitario.
Una satisfactoria novedad: la decisión institucional de
establecer a partir de 1993 el curso de maestría en pintura,
de dos años de duración.
Año a año la Facultad de Artes de la Universidad Central abre
la exposición anual de los graduados de su Escuela de Artes
Plásticas. Varias circunstancias determinan la necesidad de
prestar atención a este acto que, de un tiempo a esta parte,
se ha convertido en uno de los más significativos dentro de su
género con que cuenta el país. Con casi un cuarto de siglo de
existencia la Facultad y la Escuela han recorrido un camino
ascendente, desde los normales altibajos de la etapa inicial
hasta la última, que ya presenta síntomas de consolidación.
Las evidencias más claras de estos se manifiestan en los
resultados que se han ido logrando, es decir, en la calidad de
los artistas que han pasado por sus talleres y aulas y en el
número creciente de ex-alumnos que al perseverar y afianzar su
trabajo se hacen merecedores a que se les incorpore con
honores en la militancia del arte. Sin pecar de estéril sería
aún prematuro establecer listados de tales falanges. Todos
los que las integran, casi sin exclusión, enfrentan búsquedas
particulares, puestas la mira en el propósito de
individualizar los lenguajes y calar en los contenidos de las
obras.
Ninguna institución de la naturaleza de la que está en
referencia puede garantizar que todos, ni siquiera un buen
número de sus pupilos alcancen a coronar la práctica
creativo-profesional con los lauros de la consagración, que
mucho tienen de aleatorio y casi siempre de polémico. Pero
sería erróneo eludir la prueba tangible del éxito en la
formación de los artistas, que se refleja en las obras que
producen, cuando estas consiguen gravitar en el panorama al
menos local con caracteres propios, sólidos y legítimos. Esto
es, cuando logran alterar con signo positivo ese panorama.
A guisa de ejemplo cabe mencionar unos cuantos nombres de
artistas formados en la Facultad de Artes, que por derecho
propio hay que incluirlos en la nómina de los que vienen
aportando a la renovación del arte nacional, y en los que es
dable fincar expectativas de superación y trascendencia
creativa. Para decirlo de una vez, y sin que ello excluya a
ningún otro que puede acreditar valores que ya se les
reconoce: Marcelo Aguirre y Pablo Barriga en la pintura,
Gabriel García y Jesús Cobo en la escultura, Hernán Cueva en
el grabado.
UNA MUESTRA DE GRADUADOS
Para apreciar en su real importancia las exposiciones de la
Facultad de Artes se tiene que explicar su función y sus
proyecciones. En tal sentido es obvio constatar que las obras
que se exhiben en ellas no son, ni pueden ser, otra cosa que
la consecuencia del ciclo de aprendizaje -cinco años- de
oficios específicos que comenzando por lo artesanal y técnico
derivan en lo creativo, experimental e individual. Semejante
proceso implica, como también es lógico, variadas respuestas
ante las ineludibles influencias que los criterios y
orientaciones de los maestros provocan en los estudiantes.
Lo sustancial de la interacción que se suscita entre el anhelo
de exponer y conquistar un espacio propio, a veces muy
temprano y hasta apresurado, pero casi siempre encomiable, de
los aprendices y el conocimiento, experiencia y gustos de los
profesores, se revela en la libertad con que aquellos asumen
sus responsabilidades ante lo que hacen. Y no cuenta solo
este factor, sino, además, la iniciativa personal de cada
estudiante, que cada vez tiene más acceso a la información
(libros, revistas, salones, galerías, viajes, museos, etc.) y
las consiguientes motivaciones que apoyan su afán de
diferenciarse, aparte de las experiencias vitales con que se
identifican y a las que replican según su leal saber y
entender.
Lo que se ha expuesto y se ha visto en los últimos años denota
una clara tendencia a actualizar los mensajes estéticos,
difusos si se quiere, controversiales en todas las latitudes,
pero cambiantes y briosos. De ahí que o deba extrañar que se
comparta el ímpetu que arrastra al mundo entero. Así, no
tiene nada de criticable el formato grande que los pintores en
ciernes escogen para sus obras. Si sus pares, los escultores,
tuvieran las mismas posibilidades materiales de seguro que
también lo preferirían.
En la magnitud dimensional se plasma, de alguna manera, la
necesidad de expresarse en tono mayor, como para no pasar
inadvertidos en un mundo donde, para bien y para mal, cual más
cual menos, todos procuran lucir rotundos en sus afirmaciones.
El punto de vista del vendedor y del veedor de arte,
preocupados por la dificultad de comercialización de las obras
grandes, inadecuadas para las habitaciones de los compradores,
tal vez explique el rechazo a que los jóvenes elijan
dimensiones generosas para su medio expresivo.
ABIERTA EN SEPTIEMBRE
En la exposición de los egresados de Artes Plásticas, que
estarán abierta durante el mes que decurre en los locales de
la Facultad, se observa una notable diversidad de corrientes,
temas y maneras, que demuestran el grado de individualización
que han alcanzado sus autores. Esto permite vislumbrar un
porvenir promisorio en buena parte de ellos. Y no más, porque
una muestra de este tipo solo debe apreciarse como punto de
partida.
Algo muy distinto ocurre en las exposiciones de artistas con
alguna trayectoria, a quienes cabe exigir obras más maduras
que a los principiantes. Sin embargo en nuestro medio -y en
muchos otros, por cierto- se da la presencia indiscriminada de
noveles y trajinados, desconocidos y reconocibles, aficionados
y profesionales. ¿Es imputable a los artistas o a la Facultad
que así se den las cosas? Las responsabilidades recaen en los
organizadores de tales eventos, que hasta ahora no han tomado
la iniciativa de establecer categorías y limitaciones. Sería
plausible que se convocaran confrontaciones por separado de
autodidactas y "académicos". Por ahora, entremezclados como
suelen competir, cualquier jurado tiene que remitirse a lo que
ve, a las obras, para discernir las preseas. Los caminos del
arte son ineluctables y no es posible precisar soluciones
óptimas en la "producción" de artistas.
Desde que los hermanos Carracci fundaron, allá por el siglo
XVII, en Bolonia, la primera academia de bellas artes de la
era moderna, el arte occidental ha mantenido sobre todo la
modalidad escolar para forjar sus artistas, sin reparo de dar
cabida a otros métodos menos orgánicos y de acoger a "pintores
de domingo" y a todo tipo de amateurs, varios de los cuales
han revolucionado en su momento la plástica. La ventaja que
tiene el sistema académico frente al espontaneismo de las
demás opciones consiste en la cobertura sistemática y
sintética que ofrece a los que quieren iniciarse en los
secretos de arte. A estas alturas de la historia la mayoría
de los artistas surgen de las academias, escuelas o talleres
donde se imparten conocimientos decantados por largas
experiencias, nutridos de innumerables saberes y auspiciadores
de nuevas perspectivas. Aquí radica lo sustantivo porque el
arte, como ahora se lo entiende, vale por la capacidad para
poner en tela de juicio lo ya logrado y para seguir de carca
y, todavía mejor, de anticiparse a los sorprendentes fenómenos
con que nos asombra la sociedad contemporánea.
FRENTE A OTROS SALONES
No han faltado ni faltan en nuestro país las competiciones
artísticas. Es claro que el salón de la Facultad de Artes no
puede ser concursivo, sino a lo sumo en lo interno. Y no se
tiene que desechar la comparación con otros certámenes
plásticos. Remitiéndonos a dos recientes, la III bienal de
Cuenca y el Salón Mariano Aguilera, si no se los enfrenta a la
exposición de graduados de la Facultad, ¿cuál sería el
veredicto? Ni los participantes ecuatorianos en el certamen
azuayo ni los del capitalino ofrecieron lo que brinda el
universitario.
En este afloran reales indagaciones, diversas de las
consabidas, se anotan posiciones quizás impugnables pero
abocadas a problemas poco tratados, se descubren aperturas a
universos casi inexplorados. ¿Y qué ha sido lo que han
mostrado los otros salones? Con el testimonio de que en ambos
también han participado egresados y hasta estudiantes de la
Facultad de Artes, no queda más remedio que reconocer que es
inferior a lo que se ve en la exposición de graduados.
Las obras de aquellos concursos trasuntan cansancio, se han
colgado cuadros trabajadores ex-profeso para acertarle al
número premiado, falta frescura y abunda la improvisación
conceptual y formal. ¿Son estas conclusiones subjetivas y
antojadizas? Nacen de la convicción del crítico y del diálogo
con artistas, galeristas y otros críticos de aquí y de otros
lares, ante el quizás inesperado espectáculo de esta no muy
promocionada muestra.
La exposición consta de cerca de un centenar de trabajos que
corresponden a más de cuarenta estudiantes. Sin desestimar el
esfuerzo que los autores han desplegado en cada una de sus
especialidades -pintura, escultura, grabado y cerámica- no
puede dejar de observarse el preponderante avance de la
pintura ante las interesantes calidades de la gráfica, los
niveles menos cimeros de la escultura y los definitivamente
poco relevantes de la cerámica. El premio que cada año
concede a la mejor obra la fundación Coloma Silva en esta
ocasión ha favorecido al pintor Joselo Castillo.
Vale la pena señalar que las obras pictóricas expuestas, una
por participante, solo representa una fracción del trabajo
ejecutado durante el año de diplomatura. Los espacios de
exhibición han resultado estrechos para los 4,5 o 6 cuadros
que cada alumno pudo haber presentado. Pero, aún así, la
impresión que deja la selección es grata y tonificante, tanto
que se puede afirmar que es equiparable sin desmerecimiento a
muy buenos salones, y no solo estudiantiles, de allende las
fronteras.
A esta satisfactoria novedad hay que añadir otra: la decisión
institucional de establecer a partir de 1993 el curso de
maestría en pintura, de dos años de duración.
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Publicado el 29/Septiembre/1992 | 00:00