Quito. 07.06.95.

1. VIEJAS Y NUEVAS CRUZADAS

El final del anterior milenio fue de extrema confusión en Europa.
Los lugares santos estaban en manos de los musulmanes y las
peregrinaciones a Palestina se habían vuelto más peligrosas y
arriesgadas; la Iglesia bizantina y los países cristianos de
Oriente estaban constantemente asediados por los turcos. Era un
malestar sentido que se fue acentuando como resaca en el alma de
los creyentes. Al final, el 27 de noviembre de 1095 el Papa
Urbano II, durante el Concilio de Clermont, convocó a la Cruzada.
Dejemos -dijo- que la Cristiandad occidental se ponga en marcha
para rescatar a Oriente. Deben hacerlo los ricos y los pobres.
Dios los guiará. Para los que mueran en el campo de batalla habrá
absolución y remisión de los pecados.

Así, con el llamamiento a la I Cruzada, y la gran movilización
desatada por Pedro el Ermitaño, se inició una época de guerras
que duró cuatro siglos y que tuvo resultados paradójicos: las
tierras reinvindicadas por los cristianos terminaron bajo el
dominio musulmán y turco, las monarquías (y no el papado) se
constituyeron en Europa, se afirmó la autoridad de la Iglesia
romana por sobre la de Bizancio, y a la intolerancia cristiana
sucedió, desde entonces, la intolerancia musulmana.

El final de este milenio es igualmente confuso y de gran malestar
social. Y como algunos "lugares santos" han caído, al parecer, en
manos de los "infieles", una nueva cruzada, se ha desatado. A la
irracional lucha religiosa que era la tónica del enfrentamiento
de los pueblos en el pasado, esta cruzada (surgida de las
universidades de Europa y de los Estados Unidos, y auspiciada por
ciertos organismos internacionales, como los portadores de las
llaves de Pedro) ha tenido, sin embargo, un carácter
aparentemente más racional: ha tratado de rescatar la gran
máquina del mercado del desprestigio en que le habían hecho caer
"turcos" y "musulmanes" de otrora, pues, al enfrentarse
vendedores y compradores en libre concurrencia, se puede crear
-según la imagen de A. Smith- el mejor de los mundos.

Asentada en el fracaso histórico del socialismo y de la teoría
del estado benefactor, este nuevo fundamentalismo ha ganado
adeptos en todas partes, y luego de marchas forzadas por el mundo
en las que se ha justificado la guerra santa y se ha perdonado
los pecados, se ha terminado por imponer. La nueva cruzada ha
triunfado. En los últimos años de este milenio el mercado se ha
impuesto, el fin de la historia ha llegado. Los fieles han
ganado, como cuando los cristianos después de una gran matanza,
reconquistaron el Santo Sepulcro, crearon el reino de Jerusalén e
instalaron en el poder, hacia 1099, a Balduido I, como el gran
elegido.

2. LAS PARADOJAS DE LA CRUZADA

Pero la cruzada de finales del segundo milenio, como antes otras
cruzadas, no ha producido los resultados que se esperaba de ella.
Estos han sido, más bien, contrarios a las previsiones del
fundamentalismo mercantilista, sobre todo, en los países del
Tercer Mundo en donde la pobreza, el desempleo, las
desigualdades, la concentración de la riqueza, la vulnerabilidad
se han acentuado. Una gran masa de la población ha sido,
efectivamente, excluida de la producción ubicándose sin remisión
debajo del nivel de supervivencia; otra, se ha consolidado en el
extremo de la pirámide social. Todo lo cual ha puesto en jaque
los principios de equidad que conllevan aparentemente la libertad
de mercado, al punto que sus mismos defensores parecen estar
alarmados. Ya alguien, por ejemplo, en la cumbre de Copenhague
protestó a nombre de A. Smith por el extremismo de los
planteamientos actuales, y a esa protesta muchas voces se sumaron
en todos los frentes.

El mercado no parece ser, en realidad, suficiente por sí mismo
para alcanzar el desarrollo. Tampoco la búsqueda de ventajas
comparativas parecen ser determinantes, porque se ha consolidado
una división del trabajo en la que países como el nuestro deben
mantener una especialización agrícola y minera, sin que se
incremente realmente la productividad y se detenga la
transferencia de excedentes (recursos, capital, trabajo). Ni
siquiera la integración de los bloques, parecen ser la
alternativa, ya que ésta se puede conseguir únicamente entre
países de desarrollo similar, de otro modo se vuelve
profundamente excluyente y diferenciada. Unicamente el capital
financiero, mediante el incremento de la velocidad de
circulación, el desarrollo de una estrategia especulativa parece
haber sacado provecho pasajero de la situación. No en vano la
economía mundial, sometida a sus designios, no tiene signos de
recuperación a mediano plazo. A lo mucho ha contribuido al
despegue de un grupo reducido de países que se consideran un
referente difuso, cada vez más difícil de alcanzar por los países
más pobres.

3. LAS OTRAS PARADOJAS

Desde el punto de vista económico no parece posible que la
cruzada de los nuevos mercaderes nos lleve a la tierra prometida.
Como el Reino de Jerusalén creado por Balduino I y II, hace casi
diez siglos duró muy poco, su permanencia parece que está
destinada a ser fugaz. No solamente porque a cambio de oponerse a
la intervención estatal en asuntos económicos, ha terminado
oponiéndose a las funciones sociales del estado, sino porque se
ha opuesto al Estado mismo. Lo curioso es que el Estado no ha
desaparecido, ni siquiera ha disminuido de tamaño. Simplemente se
ha tornado más ineficiente. Sin las funciones anteriores y
carente de funciones alternas, el Estado se ha convertido, en
realidad, en un cascarón hueco. En una "cosa" que no solo que no
es liberal sino que es la expresión anti-moderna, de la supuesta
modernidad liberal.

Hay más, ni los liberales nos han heredado estados eficientes y
gobiernos eficaces, ni se ha modernizado la democracia o las
formas de participación política. Por el contrario, de la mano
con la liberalización del mercado se ha llegado a una democracia
delegada, sin participación, fundada en la escasa integración
política, recurrente a formas populistas de viejo cuño. A la
economía liberal no ha seguido, pues, un estado liberal ni una
sociedad más liberalizada. Antes bien, hemos retrocedido a formas
políticas que se creían superadas. Impregnada por el espíritu de
competencia el liberalismo ha roto, además, las antiguas
solidaridades sociales. A la vieja sociedad ha sucedido una
sociedad desintegrada, desigual, intestable, en la que campea la
inseguridad y las intransigencias de los nuevos cruzados.

4. PROPUESTAS Y DESENCANTOS

Con todo y esto, hay que reconocerlo, al final del milenio nos
acercamos con cierto desencanto porque han caído casi todos los
referentes: la lucha por el socialismo que llenó de utopías y
esperanzas a los hombres y colmó el discurso por más de un siglo;
la oferta liberal que por radical y absurda no ha logrado
convertirse en una alternativa real. Además, tampoco ha surgido
una nueva propuesta. De todos modos, se puede intuir que antes
que se desate otra era de radicalismo, a lo mejor seguimos
avanzando hacia eso que en 1930, Oscar Lange, llamó el
"Socialismo de Mercado".

Hay que señalar, sin embargo, que en este panorama de desencanto
y de desconcierto que caracteriza el final del milenio, hay temas
que se han abierto camino y que ya cuentan con un estatuto
propio. Estos son: el desarrollo sostenido y sustentable (en el
que están inmersos los problemas ecológicos y la pobreza), la
descentralización del estado, la constitución de la ciudadanía y
la democracia, las nuevas formas de participación y de relación
de la sociedad civil y el estado, la integración de los jóvenes y
de las mujeres, la desintegración social y la inseguridad... Es
cierto que son discursos todavía inconexos y dispersos, pero que
ya apuntan a convertirse en nuevas ofertas globales.

Al fin del milenio vamos, pues, con una fuerte dosis de
desencanto mucha intransigencia, y algunas espectativas en
relación a la definición de nuevas temáticas prácticas, que
esperemos no se conviertan en motivos de nuevas cruzadas que,
ayer como hoy, han azotado a la humanidad. (7A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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