Quito. 16.12.90. Fue uno de los más grandes partidos de fútbol
de todas las épocas. Ningún lector aficionado al deporte, la
mitología azteca o la antropología puede perdérselo.
Se enfrentaban nada menos que los dioses de la tierra y la
lluvia contra Huémac, el gran jugador náhuatl de pelota, que
era una especie de Higuita de tiempos inmemoriales. Podría
decirse que, más que un partido, se trataba de revancha,
puesto que, valiéndose de trucos indignos, los dioses habían
logrado apoderarse de todos los sustentos humanos y Huémac
quería el desquite. Así ha sido siempre el fútbol. Desde los
tiempos de Quetzalcoátl. Dice textualmente el Códice de
Cusuhtitlán o Leyenda de los Soles, en cuya crónica o poema
-ambas cosas es- me baso: "Los dioses despojaron a los hombres
de maíz blanco, maíz amarillo, caña de maíz verde, maíz
negruzco, frijol y bledos".
A Quetzalcoátl, la diosa de la Serpiente Emplumada, que era
algo así como el director técnico, el Maturana de los dioses
de la tierra y la lluvia, realmente se le había dado un bledo
arruinar a los hombres y conseguir que cayera sobre ellos una
hambruna pavorosa. Y, para que estas líneas no sirvan sólo de
entretenimiento sino también de ilustración, sea el momento de
señalar que el bledo, tan citado como poco conocido, es una
planta quenopodiácea del género blítum, comestible y rastrera,
lo que no es del todo fácil para una planta de sus características.
Pues bien, íbamos en que Huémac desafía a los dioses de la
tierra y la lluvia a un partido de fútbol para dirimir el
problema de los alimentos, y los dioses (a quien llamaban los
Tlaloque, como si fueran un dúo folclórico, pero no me
pregunten por qué) aceptan el reto. Y se dirigen a Huémac en
los siguientes términos, según lo reltata el capítulo "Juego
de pelota funesto" del mismo Códice:
"- ¿Qué ganamos al jugar?"
Huémac responde:
- Mis jades y mis plumajes de quetzal"
"Luego los dioses dijeron: -Eso mismo ganas tú: nuestras
verdes piedras finas, nuestras plumas de quetzal".
El lector se preguntará por qué Huémac, que estaba interesado
en obtener alimentos para su gente, acepta casar una apuesta
en piedras de jade y plumas de quetzal, que es un ave
trepadora de plumaje suave y color verde tornasolado, propia
de la América tropical, Sinceramente, no lo sé. El Códice
precolombino no lo aclara. Tampoco el alemán Lehamann, quien
en 1938 publica uno de los mejores estudios sobre literatura
azteca. La antropología futbolística siempre ha ofrecido
dificultades insuperables como esta. El caso es que el partido
se lleva a cabo y, según informa el Códice, "Huémac ganó el
juego". Resulta lamentable que el poema no ofrezca detalle
alguno acerca del clásico. Ignoramos el estado
físico-atlético de los rivales, ignoramos la estrategia
técnico-táctica que desplegaron en el terreno de juego,
ignoramos quién anotó el primer gol, ignoramos si se
produjeron expulsiones e ignoramos incluso el marcador final.
La mitología no se ocupa de estas minucias. La antropología
tampoco. La revista de Coldeportes mucho menos. Lo único que
sabemos es la alineación (dioses de la tierra y de la lluvia
conra Huénac) y que el ganador fue este último. Hay que
presumir que los dioses de la tierra y la lluvia jugaron un
1-1 elástico; y que Huémac, estando solo, prefirió la
marcación en zona y evitó el juego brusco, porque una
expulsión lo habría dejado en condiciones realmente difíciles,
sobre todo para un tercer partido definitorio. Lo que sí
consta es que los dioses se anticiparon a las trampas que hoy
caracterizan al fútbol en casi todos los países del mundo.
Cuenta el Códice de Cuauhtitlán que cuando Huémac acudió por
el premio convenido, los dioses le presentaron un trofeo bien
distinto al convenido: "en vez de plumas de quetzal, le dan
mazorcas tiernas; en lugar de plumas finas, le dan mazorcas
con hoja verde".
¿Y qué hace Huémac con los pinches bollos de mazorca verde?
Pues lo que haría cualquier jugador digno. Los rechaza:
Huémac no quiso recibir: "-Eso no es lo que aposté. Eso quitadlo de
aquí!"
Los dioses, al verse pillados, aceptan entregarle jades y
plumas, que son cosas que hoy ya los jugadores no piden mucho,
ellos prefieren dinero directamente. O pagarés. Pero el
asunto no terminó ahí. El fútbol siempre se ha prestado para
cosas sublimes y cosas inicuas, incluso en las Grandes Ligas
Mitológicas. Los dioses, camino a casa, dijeron: "Escondamos
nuestras joyas: hambre y angustia han de sufrir". Y sobrevino
una horrible catástrofe ecológica: "cayó hielo tan alto, que a
la rodilla llegaba; en pleno estío cayó hielo; y tal era el
ardor del sol, que todo se quedó seco". Pasados cuatro años,
Quetzalcoátl se compadeció. Entonces desterró el hielo, apagó
los relámpagos, moderó las lluvias, sometió al sol y envió a
Huémac y los suyos brazados de mazorcas tiernas. Así era el
fútbol en tiempos de Quetzalcóatl. No como ahora, cuando los
directivos de la Federación Surameicana de Fútbol son
incapaces siquiera de tronar en su casa. (C-2)