DESPUES DE NAVIDAD...LA MASCARADA, por Javier Ponce Cevallos
Quito. 23.12.90. Es como si en los próximos dÃas, pasada la
Navidad, nos volviésemos sobre nosotros mismos, sobre todo lo
que a lo largo del año (r)empozamos en el alma¯.
Es cuando necesitamos la máscara, el gesto incontrolado de la
danza, el doblez de la parodia, el juego de palabras y de
hechos, las inocentada cargada de sentido, nada inocente por
tanto. Formas del ocultamiento para hacer aquello que no
siempre podemos hacer con la cara descubierta.
Es como si el cuerpo, oculta la cara, perdiera nombre,
identidad, razón, y se lanzara con frenesà a expresar dictados
del instinto, de un instinto con memoria, con gozos y con
rencores.
A la esquina de la calle salÃa, cuando Quito aún no habÃa roto
con su hermética estructura vigente hasta mediados de este
siglo, el payaso que no valÃs y a tu mama te parecÃs y,
botella en mano, en una sola copla sepultaba al régimen
polÃtico de turno. Y la ironÃa y el humor es lo único frente a
lo cual la represión carece de todo sentido.
Recuerda Nicolás Kigman, cuando a la esquina de una calle
quiteña salió un disfrazado y recitó su copla:
Ya se sabe quiénes son/los que nos tienen jodidos/ el viejo
sinvergüenzón/junto con otros bandidos.
La guardia presidencial y el cuerpo de pesquisas -que entonces
eran personajes esenciales de la vida quiteña- no pudieron ni
siquiera despojarle de la máscara.
La careta, cuenta un cronista del siglo pasado les iba bien (r)a
muchos nobles y eclesiásticos circunspectos¯ para confundirse
con la multitud, en un anonimato celosamente protegido, pues
de ser violado el secreto de un enmascarado, cuenta el
cronista que (r)el ataque será castigado de inmediato por los
monos, quienes azotarán con sus largas colas al
agresor...¯.
Payaso que no valÃs
Si algún personaje sintetiza el (r)desfogue¯ de fin de año, es
el payaso.
Payaso que no valÃs, a tu mama te parecÃs, un chorizo la
nariz. Hijo de nadie, salido de ninguna parte, sujeto de la
burla y burlador al tiempo, aparecÃa de pronto en la calle el
28 de enero, sin que persona alguna haya percibido el zaguán
que le dió vida.
Y que luego de recorrer media ciudad con un cortejo de niños,
se quedaba en el Puerta del Sol, se filtraba en el Hotel
ParÃs, se dormÃa en los graderÃos de la Plaza Belmonte.
HabÃa alquilado el disfraz donde Don Vaquita. Y pasado el 6 de
enero (r)señooora -gritaba don Vaquita en los bajos de una casa-
vea señora ¿yá desocuparÃa el señor ingeniero el disfraz? No
ve que hoy es doce y hace dÃas que se acabaron Los Inocentes¯.
Son las golpedas armaduras de una guerra librada en el campo
del sÃmbolo.
¿Cuándo nació a la fiesta el payaso?
Algunos pueden ser sus antepasados. El danzante de Quito con
rÃgida máscara, bonete y espada. Los personajes de la
mitologÃa festiva indÃgena, el diablo huma, el curiquingue. La
nostalgia de los circos que llegaban a los arrabales de la
ciudad, con el payaso triste, inmensamente triste, con nariz
de chorizo y portando garrote de trapo. Los relatos europeos.
El imaginario popular urbano.
Por varios siglos, se enmascararon los quiteños en el fin de
año. Y por lo menos durante toda la primera mitad de este
siglo, el payaso con chorizo y un overol pintado de colores,
fue la figura popular central de los festejos.
Los aguinaldos diabólicos
En contraste con personajes de tanta raÃz popular, ocurrÃa en
Quito un juego de caracteres muy particulares: los aguinaldos.
En sÃntesis, la noche de aguinaldos era un rito de las
(r)familias bien¯. Divididas en dos bandos, cada uno contaba con
un (r)tapado¯ que ocultaba su identidad con el disfraz. Y en
torno a él, cortejos de disfrazados intentaban engañar al
bando contrario en un juego rico de chanzas, vendetas, amores
furtivos, hasta que uno de los (r)tapados¯ era reconocido por
un contrario.
Todo ocurrÃa en la Plaza de San Francisco y sus alrededores.
Insólitos personajes, beduinos, charros mexicanos, vaqueros,
monigotes, canónigos, prostitutas, monjas, iban llegando.
Alrededor, cientos de guambras y vendedoras de aguardiente
para el frÃo, tortillas, mondongos.
Los quiteños, afirma un cronista del siglo XIX, sabÃan recrear
la mascarada tan bien como la procesión.
(r)Aguinaldo¯ es un antiguo vocablo castellano que hace
referencia a los presentes y regalos de fin de diciembre...
(r)cosas de comer y de vestir por la fiesta de Pascua de
Navidad¯. Para el diccionario de Cobarrubias, el término
tendrÃa un origen latino, en referencia al (r)beber y holgarse¯
propio de los gentiles. (r)Aguinaldos diabólicos¯ que algún
concilio católico se encargarÃa de prohibir.
La noche de aguinaldos, que se repetÃa en ciertos años durante
toda la temporada de Inocentes, desapareció hacia los años
cuarenta.
Los aguinaldos, fue el último rito público de la (r)gente
decente¯ antes de abandonar el centro de la ciudad, el último
esfuerzo por tomarse la plaza pública, antes que el pueblo
comenzara a descender de las lomas, para tomarse primero los
bajos de las casas, luego los altos, en una especie de
escaramuza que marcó el desarrollo urbano de la ciudad.
Hasta comienzos de este siglo, la (r)gente decente¯ como la
llama Alberto Flanklin en sus crónicas, vivÃa en los
alrededores de la Plaza Grande, Santo Domingo, San Francisco,
La Merced, en torno a las recoletas. En la planta alta de las
casas ellos, en la baja los criados, los pequeños
comerciantes, la gente pobre, que, poco a poco, bajo la
estrategia del conventillo, irÃa tomándose toda la mansión.
Hasta entonces, dice Franklin, gran parte del pueblo vivÃa en
Chimbacalle, en las faldas del ItchimbÃa, en San Juan... (r)El
pueblo vive en las calles empinadas porque son los sitios
donde no pueden llegar los automóviles y no hay agua corriente
en verano¯.
TodavÃa alguien recuerda y rÃe con las inocentadas de los
aguinaldos, perdido su espacio y su sentido. (C-1).