Quito. 16 feb 97. Aproximadamente 30 minutos permaneció solo
el ex presidente Abdalá Bucaram Ortiz, en el Palacio de
Carondelet.

Treinta minutos, en el Palacio habitado por los fantasmas,
sitiado por los manifestantes y convertido en una
fortificación, con centenares de militares que cuidaban el
símbolo del poder, en el que el ex presidente se atrincheró
cuando todo estaba perdido.

El último en salir del Palacio fue Alvaro Noboa. "Déjame,
déjame Alvaro. Eres más importante afuera". Alvaro salió.
Minutos antes, había abandonado el Palacio el general (r)
Víctor Manuel Bayas. A las 18h30 del sábado, las fuerzas de
seguridad habían forzaron a los empleados de la casa y a los
más íntimos colaboradores del Presidente a abandonar el
Palacio.

MIEDO A LA MUERTE

La salida del presidente del Palacio fue una operación de alta
seguridad militar. Un documento secreto advertía que "si en el
proceso de protección del PRE-RPE (presidente de la
República), se cortaban las comunicaciones del Palacio,
cualquier contacto debía operar a través del misterioso
"Mensajero".

También fueron obligados a dejar el Palacio los "Pepudos", la
fuerza de seguridad de cinco hombres que, armada hasta los
dientes, acompañaba a Bucaram durante todas las horas del día
y todos los días del año.

Así. Solo. En los 30 minutos que antecedieron a su salida.
Frágil. Cuando había "tirado todo el poder por la borda"
-según un militar que lo acompañó durante los cinco meses de
Gobierno-, acostumbrado como estaba a su celular, entonces, el
presidente hizo tres llamadas telefónicas, dos "para dar sus
últimas instrucciones" y la tercera a su esposa, Rosita
Pulley.

En esos minutos que parecían eternos, el ex presidente Bucaram
tuvo miedo... Miedo a un disparo. Miedo a la muerte, revela
uno de sus hombres de confianza.

La seguridad le colocó al ex presidente un chaleco antibalas.
Y, aplicando el principio de que "para esconderse, lo mejor es
mostrarse", a las 20h00 salió del Palacio por la puerta
occidental de la cochera.

"Salgo como un convicto", dijo entonces Bucaram.

En un jeep viejo con los vidrios transparentes, Bucaram
atravesó una de las manifestaciones de la calle Benalcázar.
Pasó junto a los periodistas que montaban guardia. Sin que
nadie lo percibiera. Sin que nadie se detuviera a observar.

Solo cuadras después, el presidente recobró el aliento, se
retiró la manta antibalas que le cubría y se sintió seguro.
"Yo quise hacer las cosas bien", repitió Bucaram. Agradeció a
su guardia de seguridad por conservarle con vida y se dirigió
rumbo al avión que lo rescataría de Carondelet y lo llevaría
rumbo a Guayaquil, rumbo a su plaza, rumbo a sus masas...

Antes y después el presidente lloró. En los momentos en que
perdía el poder, el presidente abrazó una metralleta y lloró
con un "llanto irónico", dice uno de los hombres que
permaneció con él esos instantes.

El presidente lloró una segunda vez. En la caravana que los
trasladaba desde el plan de vivienda un Solo Toque, mientras
un pertinaz aguacero caía sobre Guayaquil, Bucaram lloró el
llanto de la despedida.

Atrapado en la vanidad

La madrugada del miércoles 5 de febrero, Bucaram como se
acostó a las tres de la mañana y durmió las cuatro horas que
acostumbraba. Este sería su primero y último sueño en
Carondelet.

El 5, el día de la huelga, el movimiento de la casa comenzó
temprano y, desde las primeras horas, Bucaram se refugió en el
despacho, indiferente a los sucesos que acontecían en el
exterior, "sin siquiera un aparato de televisión", dice uno de
los miembros de su escolta.

Solo en los breves momentos en que salía hacia la secretaría
de la Presidencia parecía percatarse del lo que ocurría en el
exterior y su rostro expresaba inquietud y desconcierto.

Al medio día, le pidió a uno de sus hombres de confianza que
sobrevolara la ciudad de Guayaquil y observara el peso de la
marcha convocada para esa hora por el alcalde León Febres
Cordero, en un esfuerzo por medir la temperatura de la
oposición, en ese día de paro nacional.

En las primeras horas de la tarde, recibió el informe que
estimaba en 30 mil personas a los participantes en la marcha.

Al escuchar el informe, Miguel Salem, hombre de su círculo
íntimo y secretario general de la Administración, reaccionó
airado: "¡¿qué te pasa hermano, si ahí solo desfilaron unos
500 pendejos !?, se escuchó decir en el despacho. Entonces,
uno de sus asistentes militares tomó la decisión por encima de
los amigos del Presidente: llevó un aparato de televisión al
despacho y dijo: "Mire, esto es lo que pasa en el país,
Presidente". Millones de personas ocupaban las calles, plazas
y carreteras del país.

"Adum, Azar, Salem, Artieda le ocultaban información. Lo
cercaban", dice este oficial.

Un informe de Inteligencia Militar elaborado sobre la base de
un sondeo a nivel nacional, que se realizó el 29 de enero,
había advertido a Bucaram de la amplitud de la movilización
social que se avecinaba el 5 de febrero. El mismo informe
recomendaba algunas medidas para desactivar la movilización.
Altos mandos militares le dijeron que era preciso que bajara
el precio del gas a cinco mil sucres, por ejemplo.

Adulado por los suyos, convencido de sus habilidades en la
tarima, Bucaram no parecía creer en los gritos que durante el
4 y 5 de febrero se escucharon claramente en el Palacio y que
habían cambiado el sentido de su convocatoria: de la
derogatoria de las medidas a su destitución como Presidente.

EN LA PRISION DE LAS MANIOBRAS

Dice uno de los oficiales que estuvo en la casa presidencial
durante el "carnavalazo" que el presidente parecía estar
seguro de que la huelga era en contra de las medidas y no en
contra suyo. Al punto de que a las 17h20, en rueda de prensa,
felicitó a los huelguistas "por su buen comportamiento". Su
mayor preocupación era la actuación del Congreso. Por eso,
durante la mañana y ante la amenaza de la aplicación del
artículo 100 para su cesación, Bucaram jugó una de sus mejores
cartas: invitar a César Gaviria para que interviniera ante los
parlamentarios. Nadie pudo ver la hora en la que Gaviria entró
en el despacho del Presidente. Llegó en medio de una severa
protección. A su llegada a Guayaquil, durante una breve rueda
de prensa, un periodista le preguntó "si no temía no ser
bienvenido en Quito".

Eran horas incómodas para el diplomático. Tras su encuentro
con Bucaram, nadie lo vio salir. Un funcionario de seguridad
del Palacio asegura que "fue preciso hacer unos tiros al aire
para ahuyentar a los curiosos y permitir el desalojo del
secretario general de la OEA".

El miércoles 5, Bucaram almorzó a las 16h00. Las dos cocineras
esmeraldeñas contratadas por Bucaram para la Presidencia
optaron por una de las comidas caseras que tanto le gustaban a
Bucaram: carne apanada y puré de papas.

Hacia las 17h00, se había iniciado la cuenta regresiva. El
presidente del Parlamento, por petición de 51 legisladores
convocó al Congreso extraordinario para el día siguiente, en
el que se discutiría el famoso artículo 100. La noche del
miércoles "aquí no durmió nadie", dice un oficial de la casa
presidencial.

LAS ULTIMAS CARTAS DEL BUCARAMATO

El jueves 6 de febrero, la casa estaba llena. Las cocineras
prepararon camarones al ajillo para 30 comensales. Bucaram se
preparaba para el contraataque. La comida se retrasó y el
presidente comió recién a las 16h00 en el comedor particular
de la residencia con seis de sus más íntimos allegados. Los
demás lo hicieron en el comedor grande. Durante la noche
anterior, Bucaram no cenó y aquel día tampoco desayunó.
Preocupado por sus kilos de sobrepeso tomó, durante todo el
día, Coca Cola dietética, dice uno de los camareros del
Palacio.

Sus amigos bebían litros y litros de agua con hielo.
"Especialmente, doña Elsa". En la mañana, ninguno de los
empleados de servicio del despacho vio cruzar a Bucaram, salvo
para la rueda de prensa de las 13h30, en la cual Bucaram
denunció "una arremetida golpista", suspendió algunas medidas
económicas y despidió a cuatro ministros. Entre ellos a
Alfredo Adum.

Toda la actividad del despacho presidencial giraba en torno a
intentar cambiar las fuerzas en el Congreso. "Ese día, se iban
unos y venían otros. "Nunca en todos estos meses hubo tanto
trajín", comenta otro camarero.

COMPRA DE VOTOS

El 13 de febrero pasado, el ex vicepresidente de la República,
Blasco Peñaherrera Padilla, denunció que entre los días 5 y 6
de febrero, en el Banco Central del Ecuador se extendieron
cheques por 11 mil millones de sucres, firmados por el ex
secretario General de la Administración.

A su vez, Blanco y Negro pudo conocer que desde las ventanas
de la Presidencia y de la Vicepresidencia que dan a la
cochera, varios funcionarios observaron a Miguel Salem salir
en un auto cargado de fundas con dinero, según aseguran,
"precisamente antes de que se iniciara el Congreso extra".

Mientras tanto, en el Congreso, los diputados ofrecían
ministerios a miembros del Pachakutik y del MPD, que
rechazaron la proposición. Los resultados del famoso maletín
negro parecían no ser suficientes.

"Mucho antes de que el Congreso tomara la decisión, en el
Palacio se sabía que Bucaram había perdido la batalla", dice
un oficial.

"Se lo veía enojado y no contestaba el saludo", recuerda un
camarero.

LAS MANOS A LA CABEZA

La suerte estaba echada. A las 22h10, el Parlamento declaró
cesante la Presidencia de la República. Esta vez, Bucaram y
los suyos siguieron atentos a la decisión del Congreso.

Dicen que cuando el secretario del Congreso anunció el
resultado de la votación, los ministros que acompañaban a
Bucaram en el despacho se llevaron las manos a la cabeza.
Bucaram recibió la noticia impertérrito y dijo "Traidores.
Alarcón está ahí porque me rogó que le ponga en la Presidencia
del Congreso". Bucaram estaba extremadamente calmado. Las FFAA
aún lo respaldaban. Al menos eso pensaba.

Pasadizos secretos

En Palacio, el lapso entre las 22h00 del jueves 6 y las 02h00
del viernes 7 fueron las más dramáticas de todas. "La única
esperanza era que se mantuviera intacto el respaldo de las
Fuerzas Armadas. Luego de conocer el resultado del Congreso y
acusar el impacto del mismo, Bucaram y los suyos se pusieron
en movimiento.

Diez minutos después de conocerse la resolución del Congreso,
en rueda de prensa, Bucaram desconoció la decisión
parlamentaria y, poco después, dio a conocer un oficio enviado
al Comando Conjunto, en el que informaba el desconocimiento y
ordenaba que se mantenga el orden constituido.

Hacia las 24h00, una cadena de televisión de la Senacom pasó
el video en el que el diputado cefepista Pedro Montero, pedía
a la secretaría de la Sala que diera lectura a la disposición
constitucional que daba la facultad al Congreso para elegir al
presidente de la República. El video mostraba que Bucaram
estaba dispuesto a dar batalla. Pero un hecho frenó a Bucaram.

Minutos más tarde, la vicepresidenta Rosalía Arteaga, su
hermana, su esposo, el general Paco Moncayo y los miembros del
Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, cruzaron los
corredores que comunican al edificio de la Vicepresidencia y
de la Presidencia.

En el despacho del presidente, Paco Moncayo le pidió a Bucaram
que encargara temporalmente el poder a Arteaga, como fórmula
de solución a la crisis.

Asegura uno de los guardias del despacho que la vicepresidenta
abandonó el lugar de reunión y se dirigió a la Sala del
Gabinete y escuchó a su hermana y a su esposo decirle que no
aceptara ninguna negociación porque ella era ya la presidenta.
¡No negocies!.

Según el guardián del Palacio, cuando Moncayo salió de la Sala
de Gabinete comentó a los militares que custodiaban la casa:
"Pronto se acabará esta porquería".

A la 01h30 del viernes, la vicepresidenta Arteaga se
autoproclamaba presidenta y, a las 02h00, el Consejo de
Generales y Almirantes expresó que no tomaba partido por
ninguno de los tres presidentes y que dejaba el problema en
manos civiles.

EL FIN DE UNA PESADILLA

"Se nos acabó", dijo uno de los amigos del círculo íntimo del
Presidente, la madrugada del viernes.

Con cobijas entregadas por las Fuerzas Armadas, los
funcionarios del servicio del despacho dormitaban sobre las
alfombras.

A pesar del barullo reinante, en el despacho del Presidente se
hizo el silencio. Fue entonces cuando Bucaram dijo "de aquí no
saldré sino muerto".

Uno a uno, todos amigos, "los turcos", se aproximaron, lo
abrazaron y lo besaron. Era el beso del final que cerraba el
círculo que se abrió con los besos y abrazos que el mismo
círculo íntimo de Bucaram dispendió el 7 de julio pasado
cuando, por la televisión, se anunció su triunfo como
presidente de la República del Ecuador.

Según uno de sus asesores, entonces, Bucaram musitó "lo que
para Allende fue la culminación, para mi es el final de una
pesadilla".

La ceremonia de la conjura "hasta la muerte" fue, apenas, la
representación de una costumbre. Para entonces, todos estaban
derrumbados. Miguel Salem fue el primero en derrumbarse. Desde
el martes 4, solo daba señales de ineficiencia. Oscar Celleri
parecía mantener las riendas de los contactos con el exterior,
que era cada vez menos intensos y, a la vez, más decisivos.

De hecho, el viernes la vida transcurrió hacia adentro del
Palacio y del despacho presidencial.

Luego de rechazar el asedio de los manifestantes que marcharon
desde el Congreso, múltiples contingentes militares tomaron la
custodia del Palacio, todos miembros de tropas de élite. "No
sabíamos si era para protegernos o para sacarnos", confiesa
uno de los funcionarios.

Desde el mediodía, Bucaram ejercía un remedo de poder. Al
medio día emitió un decreto de movilización general que las
Fuerzas Armadas desconocieron y, cuando al día siguiente, el
general (r), Víctor Manuel Bayas perdió todo el respaldo y se
vio obligado a renunciar y fue sustituido por Paco Moncayo,
Bucaram nombró a Paco Moncayo como ministro de Defensa.

Cuando ya no tenía ningún poder, expidió innumerables
decretos: la derogatoria de las medidas, alzas generales de
sueldos, reforma a la ley de contratación del oleoducto, etc.

A las 16h30, Elsa Bucaram salió del Palacio con todos sus
enseres y haberes: maletas, cartones y varios cuadros que "le
regalaron a Bucaram días antes por su cumpleaños y entre los
que había un Endara Crow".

Abandonó dos arreglos florales: una canasta de carrizo con
flores plásticas de color rosa y un florero de cerámica con
flores plásticas de color naranja, que en lo alto de la
alacena de la cafetería provocan la risa nerviosa de todos los
camareros que recuerdan sus malos modales".

A las 17h15, Alfredo Adum abandonó el Palacio, vestido de café
y con su clásico chaleco. Con su tono furioso -"de auténtico
cromagnon", declaró que no abandonaban el Palacio sino que se
iban a pasar el feriado de Carnaval a Salinas. Sería para
nunca más volver. El menú de ese mediodía fue caldo de patas.

SOLO CON METRALLETA

A las 15h00 y frente a una enorme concentración en la Plaza de
San Francisco, un eufórico Fabián Alarcón dio un ultimátum,
fijando las seis de la tarde como plazo para que Bucaram
abandonara el Palacio de Carondelet.

"Nos advirtieron que si no salíamos, ellos no nos garantizaban
nada", dice uno de los camareros refiriéndose a una de las
últimas disposiciones de las Fuerzas Armadas. La sensación de
acoso fue creciendo paulatinamente. "Yo no quería que disparen
a los manifestantes", dice una de las funcionarias. Yo no
tenía miedo porque si entraban a mi no me iban a hacer nada,
solo querían arrastrarle a él". A esas horas, un pequeño grupo
de manifestantes logró entrar en la Plaza de la Independencia.
Algunos de ellos se parapetaron en el Municipio. "Son los de
la FEUE", comentó alguno de los camarógrafos por la
televisión.

Las fuerzas que custodiaban el Palacio resolvieron sin mayores
consecuencias el incidente. Entonces, Bucaram tomó un arma de
alto calibre y pretendió enfrentarse con los manifestantes. "A
los Pepudos les temblaban las piernas", dice uno de los
militares.

"Cálmese, cálmese presidente. Si usted se calma le aseguramos
que todo saldrá bien".

La tensión iba en aumento. A las 17h00, Bucaram invitó a
Fabián Alarcón, el presidente electo por el Congreso, a "dejar
de esconderse bajo el tumulto humano y venir a graduarse de
hombre". El presidente continuaba y dispuesto a bajar por las
escalinatas. No se sabía si para defender el poder, el Palacio
o su propia vida.

A las 19h30, Bucaram realizó el último alarde ante la prensa:
son las 19h30 y no se ha cumplido el ultimátum", dijo.

Sin embargo, había llegado el final. En poco tiempo, el
Palacio quedó vacío. Bucaram, luego de quedarse solo por 30
minutos, debió abandonar el Palacio presidencial "como un
convicto".

LA CEREMONIA DEL ADIOS

En Guayaquil, luego de la concentración en la ciudadela El
Recreo, en donde se construyó la urbanización "Un Solo Toque",
el oasis de la política clientelar del bucaramismo, el
depuesto presidente, volvió a la tarima y pronunció un
discurso fervoroso.

"Dicen que no les gusta como canto, ya no canto; no quieren
que toque la guitarra, ya no toco la guitarra; dicen que debo
usar terno, me pongo terno; que no coma guatita, ya no como
guatita". Irónico, Bucaram insistía en que pese a todas las
rectificaciones la decisión de destituirle había sido tomada.

Al salir de la ciudadela El Recreo, una pequeñísima caravana
de dos buses y unos cuantos jeeps inició su camino de retorno
a la Gobernación del Guayas, en dónde había sido convocada una
reunión del Gabinete bucaramista, que ya no existía.

La caravana circulaba en medio de un gran aguacero invernal.
Fue entonces, a bordo de uno de los jeeps, que Bucaram lloró
por segunda vez, el llanto de la despedida.

Frente a la Gobernación se congregaron los más leales y
desinteresados militantes del líder populista. "Era una marcha
de la derrota. Los participantes coreaban el nombre de
Bucaram. pero su grito no era eufórico. El tono se desplomaba.

En la Gobernación, Bucaram pronunció dos fogosos discursos y
encargó al general Frank Vargas Pazzos que presidiera la
última sesión de ese Gabinete inexistente. Mencionó, entonces,
a su asesor Alfredo Castillo y al representante de su Gobierno
ante el Consejo Nacional de Desarrollo, Leonardo Vicuña.
Bucaram pensó incluso en dejar el poder a este sector de su
gabinete. Luego, se alejó con sus amigos de toda la vida: "los
turcos".

El lunes, una avioneta ambulancia en la que, supuestamente,
debía embarcarse Bucaram, no consiguió el permiso para salir
del aeropuerto Simón Bolívar de Guayaquil, porque su
tripulación se negaba a informar a la Dirección de Aviación
Civil (DAC), sobre el estado de salud de los pasajeros que
viajarían.

Al día siguiente, Bucaram se embarcó con su hijo Jacobo y su
amigo del alma, Eduardo Azar, con quien mantiene una "gran
dependencia", rumbo al "exilio". Se sabe que Eduardo Azar
padece una enfermedad sumamente grave.

Ultimas informaciones señalan que ni Bucaram ni su hijo
volverían al país. (DIARIO HOY) (REVISTA BLANCO Y NEGRO)
EXPLORED
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