DISCURSO DEL PRESIDENTE RODRIGO BORJA ANTE LA ONU

QUITO. 01.10.91. "Señor Presidente, señor Secretario General,
señores delegados:

El orden internacional que surgió de la II Guerra Mundial ha
muerto. Se ha clausurado una etapa histórica marcada por la
"guerra fría", la distribución bipolar del poder mundial, la
división del planeta en dos grandes zonas de influencia, los
países pequeños convertidos en fichas de ajedrez geopolítico
de las grandes potencias y la humanidad entera sometida al
equilibrio del terror.

A partir de los últimos acontecimientos mundiales se ha
abierto una nueva etapa histórica, caracterizada, en lo
político, por la democratización de sociedades cerradas y
autoritarias; en lo económico, por la apertura de mercados, el
abatimiento de barreras arancelarias y el flujo libre de
bienes, servicios, capitales, tecnologías y demás factores de
la producción; en lo internacional, por la distensión y la
búsqueda de la paz; y en lo militar, por el desarme y el
desmantelamiento de las dos grandes alianzas estratégicas: la
organización del Tratado del Atlántico Norte y el Pacto de
Varsovia, que mantuvieron a la humanidad bajo la angustia de
una amenaza de muerte continuada.

Estos cambios han ocurrido tan rápidamente que apenas hemos
tenido tiempo para contemplarlos pero no para interpretarlos
ni desentrañar sus arcanos significados.

Es que la historia cada vez se acelera más como resultado de
los avances de la ciencia y de la tecnología. Hoy la sociedad
humana cambia más en una década que lo que antaño cambiaba en
un siglo.

Yo diría que ha terminado el siglo XX, que comenzó con la I
Guerra Mundial en 1914 y concluyó con la caída del Muro de
Berlín. Los grandes acontecimientos de la humanidad tienen la
virtud de constituir los límites de las eras históricas. Así
como la caída del Imperio Romano en el año 476 marcó el fin de
la Edad Antigua y el comienzo de la Edad Media, y el
descubrimiento de América en 1492 dió comienzo a la Edad
Moderna, y la Revolución Francesa fue el lindero histórico
entre la Epoca Moderna y la Edad Contemporánea y la explosión
de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki abrieron la
época actual, el derrumbe del muro de Berlín señaló el final
del siglo XX, porque aquél no fue simplemente la pared que
dividía una ciudad en dos partes sino el símbolo de la
intransigente hostilidad entre dos sistemas filosóficos,
políticos, económicos y sociales.

Los acontecimientos de la Unión Soviética, vistos desde la
óptica de la filosofía de la historia, significan sin duda la
caída de uno de los grandes imperios. Estos son, desde el
punto de vista dialéctico, categorías históricas: no
existieron siempre ni pueden aspirar a una vida eterna. Como
todos los fenómenos de la naturaleza, del hombre, de la
sociedad y de la cultura, ellos nacen, crecen, alcanzan su
esplendor y después declinan. Eso ocurrió en el pasado con el
Imperio Persa, el Imperio Romano, los imperios musulmanes, el
Imperio Otomano y todas las demás constelaciones de poder a lo
largo de la historia.

Las aplicaciones históricas del marxismo han fracasado.
Ellas, aprtándose de los textos originarios, se precipitaron
por los atajos del autoritarismo, de la ortopedia deformante
del partido único, de la supresión del poder fecundante de la
libertad, y eternizaron la "dictadura del proletariado" que,
por la vía de suplantaciones sucesivas, en las que el partido
sustituyó a la clase proletaria, el aparato al partido y los
dirigentes al aparato, terminó por depositar el poder en manos
de unos pocos y encumbrados dirigentes que, en realidad,
hicieron y deshicieron, mandaron y desmandaron en sus
subyugadas sociedades.

De otro lado, la estatificación de los instrumentos de
producción originó una pérdida de dinamismo en la economía y
convirtió al control gubernativo sobre medios productivos en
el "interés de clase" de la alta burocracia, que pasó a ser la
nueva clase dominante y que reeditó, aunque con nuevos
nombres, la vieja contradicción entre opresores y oprimidos.

Pero aunque esto sea así, aunque sus tesis políticas y
económicas hayan fracasado, no se le puede negar al marxismo
el mérito histórico de haber lanzado la primera gran denuncia
contra la fealdad moral de la sociedad injustamente
estructurada, contra los abusos del capitalismo libre
concurrente del siglo XIX y contra el egoísmo económico de las
clases dominantes.

Paradójicamente, fracasaron sus tesis pero ellas obligaron al
mundo a rectificar.

Con la disipación de la controversia Este-Oeste se han puesto
de manifiesto, con mayor evidencia, las contradicciones Norte-
Sur, entre el mundo desarrollado, expansivo y dominante y el
mundo en desarrollo, atrasado y dependiente.

En lo que a la América Latina se refiere, experimentamos la
dramática paradoja entre la democracia política,
trabajosamente conquistada a lo largo de los años, y el
subdesarrollo económico, con toda su carga de injusticia
social, escasez y dependencia externa. Tenemos, en realidad,
un pedazo de democracia: la democracia política; pero nos
faltan la democracia económica y la democracia social.

Nunca, como hoy, las fronteras democráticas fueron tan amplias
en América Latina, nunca tantos países nuestros vivieron bajo
regímenes democráticos. Virtualmente toda la América Latina
tiene gobiernos que son el fruto del voto popular. Pero este
avance político no se articula con la prosperidad económica ni
con el bienestar social. Todo lo contrario. Nuestros
regímenes democráticos han recibido la pesada herencia de la
crisis, de la disminución del ingreso y del deterioro de la
calidad de vida de los pueblos, de una deuda
desproporcionadamente alta con relación a sus capacidades de
pago, de la disminución del flujo de capitales frescos para el
desarrollo, de problemas en el sector externo de nuestras
economías, desajustes macroeconómicos y demandas sociales
represadas por largo tiempo, todo esto junto con deficiencias
estructurales bien conocidas.

Esto plantea dos riesgos: uno, el de situar a nuestros
regímenes democráticos en un nivel de incompetencia frente a
las demandas populares, y, dos, la cuestión de la
gobernabilidad de sociedades en ebullición, todo lo cual
convierte a las tareas de gobierno en una empresa muy difícil.
Nuestras democracias navegan en aguas embravecidas y, en medio
de la tempestad, los hombres de Estado latinoamericanos
tratamos de mantener el rumbo, sin abandonar el consenso
democrático, el debate abierto de las ideas, el respeto a los
derechos humanos y la libertad de prensa.

Las Naciones Unidas han cumplido una misión de excepcional
importancia durante estos 46 años de vida, en la garantía de
la paz y la seguridad en el mundo. Cuántas tormentas,
producto de la guerra fría, tuvieron que afrontar. La
cuestión palestina, los múltiples conflictos del Cercano
Oriente, la guerra de Corea, el problema del Congo, la
división de Chipre, la guerra civil de la República Dominicana
de 1965, la controversia entre India y Pakistán, la guerra de
Vietnam, el conflicto de Afganistán cuyo arreglo fue, en
realidad, el primer paso en el proceso de distensión Este-
Oeste y en el que tuvo una destacada participación el actual
Canciller ecuatoriano, Diego Cordovez; la cuestión de Angola,
el problema de Namibia, la pacificación de Centroamérica, la
guerra entre Irak y Kuwait y tantos y tantos conflictos que
han sido afrontados por las Naciones Unidas.

Sin embargo, las nuevas condiciones imperantes en el mundo
demandan un nuevo rol a la Organización Mundial. La guerra
fría terminó, hay que afrontar la guerra contra la pobreza,
financiar la paz y no la guerra, trabajar para la vida y no
para la muerte y crear un mundo más ético y racional. Los
retos económicos y sociales están en el primer plano, el
mejoramiento de la calidad de vida de los pueblos debe ser la
principal preocupación el establecimiento de la justicia
social internacional se presenta como un imperativo de la
hora.

Se abren nuevas e interesantes perspectivas para la ONU en el
campo del desarrollo y en el descubrimiento de la dimensión
humana del desarrollo económico, especialmente con relación a
las zonas atrasadas del planeta. Mi gobierno ofrece su apoyo
entusiasta a la iniciativa del Consejo Económico y Social para
realizar una Cumbre Munidal a fin de profundizar en el tema
del desarrollo social y buscar nuevos indicadores y fórmulas
para medir el desarrollo humano.

La paz es un bien universal e indivisible que debemos sentirla
vulnerada dondequiera que se atente contra ella. Este
principio cobra cada vez mayor estatura y vigor en la relación
entre las naciones. El pueblo ecuatoriano quiere vivir en
paz. De hecho, el Ecuador es un oasis de paz. La paz es para
nosotros el recurso económico más importante para nuestro
desarrollo. Queremos las paz basada en la justicia, la paz
entendida como el respeto al derecho ajeno, según la conocida
y lúcida definición del gran lidel mexicano del siglo pasado,
Benito Juárez. En el caso ecuatoriano, esa paz está vinculada
al respeto a los derechos amazónicos de mis país.

Y de eso quiero hablarles.

El Ecuador y el Perú mantienen desde hace muchos años un
problema territorial no resuelto. Este problema conspira
contra la seguridad, la paz y la integración regionales y ha
producido en las últimas semanas tensiones potencialmente
peligrosas. Mi gobierno ha tratado con absoluta
responsabilidad y seriedad el tema. Como ustedes bien lo
saben, yo llegué al poder al tercer intento. Hice, por tanto,
tres campañas electorales y pronuncié miles de discursos, pero
jamás utilicé el tema territorial como parte del repertorio de
mis planteamientos electorales. Desde que asumí la
presidencia de la república en mi país, me empeñé en crear un
clima de distensión y mutua confianza con el Perú, a fin de
que pudiéramos encontrar una solución pacífica al diferendo.
Fue el primer Presidente ecuatoriano que visitó el Perú en
toda nuestra historia y, recíprocamente, Alan García fue el
primer mandatario peruano en llegar al Ecuador. El 22 de mayo
del año pasado, en las ruinas de Machu Picchu en el Perú, al
inaugurar la reunión de los presidentes del Grupo Andino,
expresé:

"Ambas visitas se inscriben dentro de nuestros recíprocos
deseos de crear una atmósfera y un clima de distensión, de
paz, de tranquilidad, de cordialidad, comprensión y mutua
confianza dentro del cual, en algún momento, nos sea dable
conversar sobre nuestros asuntos bilaterales respecto de los
cuales tenemos opiniones y posiciones contrapuestas".

Mi conducta es un testimonio permanente de mi vocación de paz
y de búsqueda de una solución pacífica al problema.

Con la autoridad moral que me dan estos antecedentes, con la
invariable adhesión de mi país a los principios de la Carta de
las Naciones Unidas respecto del arreglo pacífico de las
controversias internacionales, del repudio a las conquista
territorias alcanzadas por la fuerza y de que la victoria
militar no es fuente de derechos, invito al Perú, desde la más
alta y prestigiosa tribuna que tiene la humandiad, a
solucionar pacíficamente nuestra vieja controversia
territorial por medio del arbitraje del Papa Juan Pablo II.

"El arbitraje es uno de los medios de solución pacífica que
reconoce el Derecho Internacional. Demostró hace poco tiempo
su eficacia en el litigio entre Argentina y Chile por la
cuestión de Beagle. Nuestros pueblos, profundamente
cristianos, lo acatarán con respeto.

Propongo al Perú vivir en paz y trabajar juntos en favor del
desarrollo, la justicia social y el mejoramiento de la calidad
de vida de nuestros pueblos.

Le convoco a disminuir nuestros gastos militares y a dirigir
lo mejor de nuestros esfuerzos y recuros financieros hacia las
tareas productivas.

Le insto a iniciar una era de paz, de comprensión y de mutua
confianza entre nuestros dos países para que, libres del temor
de los horrores de la guerra, podamos avanzar juntos por la
senda del progreso.

Exhorto al jefe de Estado del Perú y a todos los Jefes de
Estado de los países sudamericanos a que declaremos
solemnemente como zona de paz a nuestra región y a que
desarrollemos en ella un concepto de seguridad democrática que
responda al desarrollo económico y humano de nuestros pueblos,
a que renunciemos al uso o amenaza de la fuerza para
solucionar los conflictos entre nuestros países, a que digamos
no al armamentismo y no a la nuclearización de Sudamérica.

Esto lo propongo en nombre del Derecho, de la justicia y de la
paz, que son los más altos valores de la convivencia humana.

Gracias, señor Presidente". (3-A)













































EXPLORED
en Ciudad N/D

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