Quito. 29. ago 96. Definitivamente, Antonio no fue un hombre con
suerte. Era pobre, soltero y homosexual. Trabajaba como estibador
en el puerto marítimo. En sus 43 años de vida, su mala salud le
causó grandes sufrimientos. Diabético por largos años, sufrió las
complicaciones propias de la enfermedad: una gangrena le costó la
pierna, sus riñones inservibles lo ataron a la máquina de diálisis
de la clínica del doctor Galo Garcés desde agosto a noviembre de
1995, cuando muere en el hospital del IESS de Guayaquil por una
infección. El día después de su muerte se confirma que él tenía
sida. Así, Antonio había llevado su desgracia a 21 personas, 20
insuficientes renales como él y a quien los dializaba, un médico
de carrera brillante al que ahora amenaza el retiro de su
licencia como médico e incluso la cárcel.

El escándalo se produce cuando se hace público el hallazgo del
virus del sida en 22 personas con insuficiencia renal que recibían
hemodiálisis: un niño de nueve años que era candidato a un
transplante de riñón que salvaría su vida, una adolescente de 15
que aún desconoce que está contagiada y 20 mayores de edad
afiliados al IESS. Sólo uno de ellos se dializaba en el propio
IESS. Los otros 19 y los dos menores se dializaban en la clínica
del doctor Garcés. Entre ellos estaba Antonio, la fuente de
contagio.

SILENCIO QUE MATA

Después de la confirmación de sida en Antonio, el 30 de noviembre
del 95, el Seguro Social no tomó ninguna medida, ni siquiera lo
comunicó a su familia. Recién se realizaron pruebas para HIV a
los pacientes que utilizaban la misma unidad que utilizó Antonio
en febrero, marzo y abril. Aún entonces se guardó silencio. En
mayo se informó al Ministerio de Salud y a los mismos afectados.
El informe del Ministerio de Salud dice que al menos en el caso
de "tres pacientes se hubiera evitado la transmisión del HIV
porque ellos ingresaron al tratamiento en fechas posteriores
al 29 de noviembre de 1995". Pero esto no termina aquí.
Mientras el drama se hacía público, las esposas de los afectados
eran expuestas, sin necesidad, al contagio, del que por suerte
escaparon.

A esta cadena de irregularidades se sumó el Banco de Sangre de
la Cruz Roja cuando uno de los afectados quiso comprobar que era
portador del virus. En el Banco de Sangre el resultado fue
negativo. A instancias del Seguro Social se repitieron los
exámenes que esta vez dieron positivo.

El Ministerio de Salud comprobó que el hospital del IESS no
realizó a sus pacientes exámenes de hepatitis B y sida, pruebas
de rigor en pacientes que serán sometidos a procedimientos
médicos invasivos como una hemodiálisis o una endoscopia. La
clínica del doctor Garcés estaba contratada exclusivamente
para realizar hemodiálisis. Los pacientes llegaban sin historia
clínica, únicamente con una hoja de traslado donde se pedía
realizar hemodiálisis. Si el doctor Garcés no se hubiera
limitado a cumplir con el servicio contratado y hubiera hecho
las pruebas que el Seguro no realizó, la tragedia se hubiera
evitado.

La auditoría realizada por la Organización Panamericana de la
Salud, OPS, concluye que no se tomaron las precauciones de
bioseguridad para impedir el contagio. El subsecretario de
Salud del Litoral, el doctor Lorenzo Calvas declaró para un
diario local que "posiblemente se reutilizó el material de
diálisis: jeringuillas o filtros".

Lo cierto es que cada filtro cuesta alrededor de 200 mil
sucres y en muchas partes del mundo, como procedimiento usual,
son resterilizados y reutilizados en el mismo paciente sin
problemas. El doctor Garcés por su parte dice: "las máquinas
se esterilizan con cloro luego de cada diálisis y todos los
materiales como filtros, líneas, jeringas y sueros se
descartan luego de cada uso".

A pesar de esto, la existencia de 20 personas contagiadas
demuestra que alguna norma de bioseguridad no se cumplió.

Lo ocurrido con estas personas ha puesto en jaque uno de
los mitos del sida que lo vinculaba especialmente con el
sexo. Lo que al principio fue una enfermedad relacionada
con homosexuales, ahora se extiende entre heterosexuales
en forma alarmante.

Si 20 personas se contagiaron con el virus del sida mientras
eran atendidas en el Seguro Social y en la clínica de
hemodiálisis de uno de los mejores nefrólogos del país, qué
se puede esperar de los hospitales públicos donde, en
general, no se realiza el examen de sida como una prueba de
rutina. No nos damos cuenta, pero el peligro convive con
nosotros. El informe de la OPS de este caso concluye que es
probable que la falta de uso de guantes, y el uso común de
frascos de heparina (usada regularmente en hemodiálisis
para que la sangre no se coagule) dieron margen para que se
produjera la transmisión múltiple de la enfermedad. Esto es
muy común en los hospitales públicos generalmente por falta
de recursos e imprudencia.

LOS AFECTADOS

Sus edades fluctúan entre los nueve y 60 años. Son agricultores,
comerciantes, empleados, obreros, jubilados, un profesor, un
sastre y un visitador médico. Es un grupo con sólo dos mujeres,
el resto son hombres. La mayoría de Guayaquil, pero algunos
viven en Los Ríos, Manabí y El Oro. Viajan durante cuatro o
seis horas en buses interprovinciales tres veces por semana
para conectarse a una máquina por otras cuatro horas.

Acostumbrados a hacerle frente a la desgracia 15 de ellos se
reúnen una vez a la semana para decidir lo que van a hacer en
el futuro. Están exigiendo una indemnización y la determinación
de los culpables. Ellos insisten en continuar realizándose la
hemodiálisis en la clínica del doctor Garcés, que sigue
atendiéndolos a pesar de que el Seguro desde hace cuatro meses
no cancela las diálisis. Juan, uno de los afectados dice:
"Tengo más de 55 años y soy un hombre pobre. No quiero que
sepan quién soy, porque la gente va a comenzar a discriminarme
ahora que tengo sida".

Ni Juan ni ninguno de los otros tienen sida. Ellos son
portadores del virus, pero no han desarrollado la enfermedad
y es probable que no lleguen a desarrollarla porque morirán
antes por su insuficiencia renal. Esto ha sido declarado
públicamente como un atenuante de la tragedia. Esto es verdad,
pero nada atenúa, ni excluye responsabilidades. Si se hubieran
seguido las medidas elementales de seguridad, esto no hubiera
ocurrido nunca. Una dolorosa lección, que no debe olvidarse.

Ironías de la vida

El doctor Galo Garcés ha sido un nefrólogo respetado
internacionalmente. Ha ocupado por ocho años la vicepresidencia
de la Sociedad Latinoamericana de Nefrología. Fue el primero en
realizar un transplante renal exitoso en el Ecuador, tiene a su
haber 110 transplantes de riñón y más de 300 mil hemodiálisis
realizadas. Fue durante el gobierno de Rodrigo Borja director
regional del programa contra el sida y ahora, en una ironía de
la vida, su responsabilidad está siendo investigada en la
transmisión del virus del sida a 20 personas en su clínica de
hemodiálisis. (FUENTE: REVISTA VISTAZO N. 696, PP. 90-91)
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