Quito. 21 ene 2002. (Editorial) Colombia sabe bien que la guerra no es
el camino para la solución de los conflictos y menos por el
indiscriminado terror de las guerrillas y los paramilitares que durante
50 años la oprimen. Comprender su momento actual es tratar de adentrarse
en la agenda oculta de los actores de su rompecabezas. Casi una quimera.

Las guerrillas de las FARC, sobre la palabra de negociar la paz,
disfrutan de un santuario con entera libertad. Y lo emplean a su favor:
cultivan la coca, la procesan y exportan impunemente. Quedan así
asegurados los ingentes recursos que necesita para mantener a 17000
combatientes y sus costosos armamentos. Desde un cuartel general fuera de
todo peligro, pueden planificar una eficaz guerrilla: golpes audaces,
asaltos, secuestros y pingües rescates. En la Zona de Distensión se
encuentran campos de prisioneros, hospitales y campamentos de descanso
para sus escuadrones.

Crearon un estado dentro del Estado. Durante tres años entretuvieron al
Gobierno Pastrana con momentos de negociación, con treguas simbólicas,
pero sin tocar los temas sustantivos: la humanización de la guerra, el
respeto a los civiles, el no atentar contra la infraestructura básica del
país, un proyecto Colombia con justicia social. Un hábil discurso
propagandístico mantuvo la esperanza de paz en una nación agotada por una
lucha sin salida.

La fortaleza y grandeza de Pastrana fue comprometerse a negociar. También
ha sido su debilidad. Falto de precedentes, esperando que el diálogo
bilateral terminase en un cese de hostilidades, con la zona de
distensión, brindó una victoria permanente a esa guerrilla, mucho más
política que su Gobierno. Las sucesivas negociaciones siempre tropezaron
con objeciones y reparos. Algunas de exigencia social y humanitaria, muy
reales en un país económicamente injusto. También las de no favorecer a
los paramilitares. Para tener resultados, ha de haber voluntad de buscar
la paz a través de la negociación. Ahí se equivocó Pastrana. Las FARC han
demostrado no quererla.

Esa cadena de fracasos llevó a un presidente sin demasiados éxitos
políticos a jugarse el todo por el todo. Esa agenda explica el ultimátum
presidencial y la crisis de estos últimos días.

Al final del mandato Clinton, un nuevo actor entra en la contienda: la
política antidrogas de Estados Unidos y su plan de erradicar las
plantaciones a como diere lugar. Una ayuda económica generosa y ventajas
a la exportación colombiana acompañaban a una determinación eficaz: dotar
de información y armamento moderno a las tropas colombianas y darles un
entrenamiento militar especializado.

A mi parecer, los frutos de esa operación de inteligencia militar son
los desencadenantes de la crisis de este enero 2002. Se han localizado en
la Zona 33 campos de aviación utilizados para el negocio de la droga.
Pastrana se ha visto confrontado por las presiones. Ha apostado fuerte y,
parece que esta vez, con suerte.

Otro actor, que hasta ahora era una comparsa, en la crisis ha asumido un
papel estelar: la ONU y los embajadores de las naciones amigas. No sólo
han conseguido que las FARC descubran lo que significaría perder su
santuario, sino que verifiquen que en el nuevo contexto de nuestro mundo
están catalogadas como organizaciones terroristas. La beligerancia de
E.E.U.U. y Europa pueden estrangular su economía, poner en riesgo sus
éxitos militares y su misma supervivencia. Consecuentemente, las FARC
están obligadas a negociar con reloj y calendario, y han de verse los
resultados. Para ventura de todos, estos invitados de última hora van a
sentarse en la mesa de negociaciones.

Email: [email protected] (Diario Hoy)
EXPLORED
en Autor: Federico María Sanfelíu - Ciudad Quito

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