México. 08.03.95. Desde los cerros nos pueden estar mirando, y
la vista también les alcanzará para ver sus humildes hogares,
sin saber cuándo podrán pisar otra vez las cocinas donde
dejaron en la lumbre una olla con frijoles.

La llegada del Ejército Federal mexicano a las aldeas
controladas por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN) en el estado de Chiapas provocó el éxodo de unos 25.000
indígenas que, por temor a las represalias de los militares,
siguieron hasta las montañas del interior de la selva
Lacandona a aquellos que con un pasamontañas defendían su
dignidad.

La censura a la que la prensa fue sometida en las primeras 72
horas de operación militar contra la dirigencia zapatista,
ordenada por el presidente Ernesto Zedillo el 9 de febrero,
para recuperar el Estado de Derecho en Chiapas, como decía en
su mensaje a la nación, hacía sospechar que la búsqueda del
líder zapatista, el subcomandante Marcos, no se estaba
llevando a cabo dentro de las más elementales normas de
respeto a la población civil. Y la prohibición del acceso a la
zona ocupada por el Ejército creaba un mar de dudas sobre lo
que estaría ocurriendo en lo que antes era feudo del EZLN.

Desde la capital se hablaba de "seguridad nacional", una
excusa que los periodistas que nos encontrábamos en la
colonial San Cristóbal de las Casas, explicábamos como una
forma de impedir el acceso a las comunidades indígenas para
contrastar la información.

El Ejército daba, después de 72 horas de operación militar, el
visto bueno y la libertad de acceso, y una caravana de
periodistas, diseminada por las pequeñas carreteras de entrada
a la selva zapatista conseguía romper el cerco militar para
entrar en los pueblos antes rebeldes.

Desde San Cristóbal de las Casas hasta Ocosinco -puerta norte
de la selva Lacandona-, y tres horas de viaje por carretera,
pasamos sin obstáculos por dos retenes militares.

En la furgoneta en la que un buen compañero nos había hecho
hueco, descendimos por una carretera que perdía su
calificación en la guías de viaje porque no era más que un
camino de tierra de dos metros escasos de ancho. Las cabañas
de ambos lados del camino mostraban los primeros signos de un
conflicto que los tratados comerciales de México no había
previsto dejando ver en cada uno de los techos de las pobres
edificaciones de barro y cañas banderas blancas que gritaban
por la paz y el respeto a sus familias.

En la entrada de San Miguel de Ocosinco, un cartel con la
inscripción "Respeto a la población civil" nos dio la
bienvenida. En el pueblo no encontramos mucha gente: sólo un
hombre de avanzada edad y un muchacho con un crío enredado
entre sus piernas.

"Fue como el primero de enero del año pasado" nos decían con
el sonido de fondo que hacían las gallinas.

Denunciaba así, veladamente, los métodos del Ejército cuando
llegó el 11 de febrero y entró en las casas para llevarse unos
cubos con los que cogieron toda el agua que el pueblo guardaba
para la época seca.

"Se bañaron y tiraron todo" denunció. El pueblo se quedó sin
agua durante dos días.

Oyeron como bombas, pero el sonido procedía de otro poblado,
La Garrucha, de donde habían llegado las primera denuncias de
bombardeos del Ejército, lo que ha negado el Ejército en todo
momento.

"La Garrucha" era un pueblo fantasma. Aparte del contingente
militar, con blindados y jeeps artillados, no había nadie. Las
casas estaban vacías, la ropa esparcida por el suelo, los
animales vagaban por el pueblo vacío y los perros famélicos
guardaban casas sin dueños.

"A las montañas se fueron miles de gentes" nos comentaba un
joven que se había quedado en el pueblo con otras 24 personas.

El camino seguía hacia Patihuitz, la que se decía fue la
primera comunidad donde los zapatistas establecieron una base
hace ya más de diez años. En el lado izquierdo del camino,
había un todoterreno de color rojo, con las siglas del EZLN
pintadas en la puerta derecha y una estrella de cinco puntas
que indicaba que aquel earro era necesariamente zapatista. Su
dueño, el subcomandante Marcos.

En Patihuitz los indígenas tzotziles salieron a nuestro
encuentro, hablándonos de miseria, hambre y abandono y
justificando la lucha zapatista, sin importarles la presencia
de un jeep del Ejército, cuyos altavoces hacían llamamientos a
la gente para que recogiera las bolsas que los militares
entregaban como ayuda. Pero las bolsas no contenían más que un
kilo de arroz, uno de frijoles, un litro de leche en polvo y
dos kilos de sopa de "codillo".

­Cómo no va a haber movimientos armados, cómo no va a haber
zapatistas! Aquí pasamos hambre y el Gobierno no cumple sus
compromisos, denunciaba un dirigente campesino.

Piensan en Patihuitz que si el Ejército no sale del pueblo en
un mes la gente morirá de hambre, y en su orgullo no quieren
coger una comida que les es entregada por gente con uniforme y
armas. Quieren paz y tractores, igual que piden una escuela
para los 250 niños del pueblo, una escuela que solicitan desde
el año 1979

-Nuestros niños morirán de hambre, estamos muy jodidos-
terminaba el indígena tzotzil.

Los que han huido seguirán en las montañas hasta que haya un
acuerdo estable con el Gobierno. Son 25.000 personas que
confian más en los zapatistas que en unos políticos que les
tienen abandonados y no distribuyen la riqueza.

Desde la selva el subcomandante Marcos pedía la salida del
Ejército para crear las garantías que les permitan sentarse a
la mesa de negociación. No se fian. Por ahora los frijoles
siguen en la ollas esperando el regreso de las familias.

ASI ES CHIAPAS

Con poco más de 74.000 kilómetros cuadrados (casi como
Castilla-La Mancha) y 3,5 millones de habitantes que lo sitúan
en el octavo lugar de México en cuanto a población provincial
se refiere, el estado de Chiapas se incorpora tardíamente a la
República mexicana. Y además lo hace con todas las reservas de
las urnas.

Fue en 1824, después de que la sublevada región del Soconusco,
a orillas del Pacífico, declarara sus simpatías hacia la
vecina Guatemala, cuando las autoridades chiapanecas
sometieron a votación el destino político del estado. El
referéndum lo ganaron los partidarios de la anexión a México,
pero por un escaso margen: 96.829 de los habitantes de
entonces sufragaron a favor de la unión, mientras que 60.400
votaron por la incorporación de Chiapas a Centroamérica. El 12
de septiembre de ese año se proclamó solemnemente la
incorporación a México, aunque los derrotados en las urnas
continuaron con sus protestas callejeras.

Este antecedente histórico y los rasgos geográficos y
culturales que comparten Chiapas y Guatemala explican en buena
parte las demandas autonómicas que alimentaron la agenda del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) desde su
alzamiento en armas del I de enero de 1994.

ZAPATISTAS INDIGENAS

Aunque las cifras oficiales son relativas, se considera que
aproximadamente el 40 por ciento de la población de Chiapas
está compuesta por campesinos indígenas.

Esta nutrida presencia indígena otorga a Chiapas un sello
peculiar en el conjunto mexicano y, desde luego, a la
guerrilla zapatista, que se nutre en buena parte de la
herencia de la cultura maya -socialismo de base- y que integra
en sus filas a varios miles de tzotziles, tzeltales y
tojolabales, cuyas comunidades se pronunciaron en su día por
la guerra contra el Estado.

En la plana mayor de la guerrilla, el llamado Comité
Clandestino Revolucionario Indígena, se hallan representadas
varias etnias chiapanecas. Sus decisiones "de corte
asambleario" son acatadas por los mandos militares del EZLN,
incluido el subcomandante Marcos.

La explotación secular de los indígenas desde la época
colonial tiene también cabida en las reivindicaciones del EZLN
cuando exige "justicia y dignidad" para las etnias como un
principio elemental de la convivencia.

EL CRISOL DE LA SELVA

La selva Lacandona, situada al Este de Chiapas, ha sido desde
hace diez años el abrevadero del EZLN. Allí emigraron
indígenas de otras latitudes "muchos de ellos perseguidos por
su religión protestante, enfrentada a la católica que rige en
la mayoría de las comunidades" y allí también fueron a parar
los colonos (mestizos) provenientes de otros estados de México
y que emigraron hacia el Sur para conseguir tierras de
cultivo. A éstos se sumaron los teólogos de la liberación de
distintas órdenes religiosas, sindicalistas y otros tantos
herederos de la revuelta estudiantil de 1968 entre ellos el
propio Marcos, en busca quizás del paraíso perdido. Eran ya
los años 80.

La selva Lacandona, con sus valles nebulosos, sus agrestes
montañas y su impenetrable floresta, se convirtió así en un
hervidero cultural donde la protesta social iría adquiriendo
cuerpo hasta convertirse en sublevación indígena, mestiza y
criolla, bajo las siglas del EZLN.

RIQUEZA Y MISERIA

Frente a la miseria que arrincona a la mayor parte de la
población chiapaneca, se alza la paradoja. Chiapas es uno de
los estados más ricos de México. Este absurdo colorea también
las banderas zapatistas cuando la guerrilla demanda mayores
oportunidades económicas.

Según las estadísticas oficiales, 94 de los 111 municipios que
integran el estado, sufren condiciones de -alta o muy alta-
marginalidad. Y tres cuartas partes de la población tienen
ingresos menores a las 20.000 pesetas mensuales. De éstos, más
de la mitad, no ganan ni siquiera 5.000 pesetas al mes. Estas
cifras raquíticas fueron recabadas por el Consejo Nacional de
Población con anterioridad al derrumbe del peso mexicano en
diciembre de 1994. Ahora, la supervivencia se ha
hecho aún más complicada.

Por el contrario, Chiapas genera riqueza por todos su poros.
Ocupa un lugar privilegiado en la producción nacional de maíz
y también se mantiene en el pelotón de cabeza en cuanto a la
obtención de café, maderas preciosas, ganado y frutas. Por lo
demás, Chiapas es un importante carburador del país, con sus
millonarias reservas de hidrocarburos y una producción que
roza los 100.000 barriles diarios de petróleo.

Asimismo, las cuatro presas con que cuenta la región
Angostura, Malpaso, Peñitas y Chicoasén- generan más del 60
por ciento de la energía hidroeléctrica que se consume en el
país, mientras que sólo un tercio de las viviendas chiapanecas
cuenta con luz propia. Contrastes al fin que también
contribuyeron a la rebeldía zapatista.

AL MARGEN DE LA REVOLUCION

Chiapas es el estado mexicano donde con mayor rigor se ha
aplicado la mano dura, al cobijo de un poder central que la
mayoría de las veces se desentendió de las tropelías cometidas
por las autoridades locales en perfecta sintonía con los
latifundistas.

La lista de gobernadores corruptos es inagotable desde los
tiempos de la colonia. Y la revolución de 1910 tampoco llegó a
la lejana Chiapas, donde sobrevivieron formas de explotación
de carácter feudal, grandes latifundios y racismo a pesar de
las transformaciones políticas y sociales que tuvieron lugar
en el resto del país. La reforma agraria sigue siendo allí una
asignatura pendiente.

El Partido Revolucionario Institucional (PRI), que monopoliza
el poder desde hace más de 60 años, ha ejercido en Chiapas un
férreo corporativismo a través de los caciques locales, muchos
de ellos indígenas. El voto cautivo sistemáticamente favorece
al PRI en muchas comunidades cuya miseria contrasta con el
contenido de las urnas, favorable siempre al partido
gobernante.

El gobernador y general Absalón Castellanos (1982-1988)
encabeza la lista de despropósitos oficiales en
cuanto a represión, corrupción y prepotencia se refiere.

Su mandato se caracterizó por las alianzas con los caciques, y
las patentes de corso de las que disfrutaron las siniestras
guardias blancas a la hora de castigar a los indios rebeldes.

Armadas con el dinero de finqueros y comerciantes y entrenadas
por miembros del Ejército federal, las guardias blancas
oficiaron de escuadrones de la muerte (paramilitares) al
servicio de los poderosos. Durante el gobierno del general
Castellanos la impunidad oficial alcanzó cotas alarmantes.

El EZLN secuestró al gobernador en enero de 1994, días después
del alzamiento, como represalia por sus desmanes políticos.
Castellanos sería puesto en libertad semanas después en un
gesto humanitario que, en palabras de los zapatistas, no
disculpaba el negro historial del ex gobernador de Chiapas.

Los abusos cometidos por toda suerte de autoridades locales
fueron recogidos en la primera proclama de la guerrilla
zapatista para demandar una plena democracia y la restitución
de los derechos indígenas.

LOS PUEBLOS CHIAPANECOS

Entre el itsmo de Tehuantepec, la sabana de Tabasco y el río
Usumacinta existe una docena de grupos étnicos.

Desde zoques, choles y lacandones a lo ancho del norte de
Chiapas, hasta tzotziles, tzeltales, motozintlecos, mames,
tojolabales, chujes y jacaltecos, también de poniente a
levante por toda la zona montañosa del centro del estado.

Aproximadamente el 40 por ciento de la población de Chiapas
(unos 3,5 millones) está integrada por campesinos indígenas
que se reparten en una decena de etnias.

Los tzotziles constituyen uno de los grupos indígenas más
conservadores de México, y a ellos pertenecen los famosos
chamulas que habitan en la región conocida como Los Altos de
Chiapas, tierra de montañas y coníferas, donde se encuentra la
localidad de San Cristóbal de las Casas. Su población se
acerca a unas 300.000 personas, de las que la mitad son
monolingues.

Los tzeltales hablan también una lengua muy similar al maya -
totona- conservan indumentarias distintas según los municipios
y constituyen, en número algo menor a los tzotziles, el
segundo mayor grupo indígena de Chiapas. Sus municipios más
importantes son Ocosingo, Altamirano, Tenejapa y Oxchuc,
regiones todas ellas donde el EZLN cuenta con sobradas
simpatías.

Los choles son unos 150.000 y viven en la parte noroeste del
estado, en los municipios de Tila, Tumbalá, Sabanilla y
Palenque.

Tojolabales y zoques eran considerados hasta hace algunos años
grupos minoritarios. Pero actualmente deben ser más de 50.000
cada uno. Su presencia en la guerrilla es también
significativa.

El resto de los grupos indígenas, con poblaciones mucho más
reducidas, reciben la denominación genérica de lancandones que
se daba a las tribus consideradas como "bárbaras". Los
lancandones, que se distinguen por sus cabelleras negras y
túnicas blancas, han sufrido uno de los mayores procesos de
degradación cultural de la zona y viven a caballo entre su
cultura ancestral y el consumismo en el interior de la selva
Lacandona, región de ríos y lagunas.

COMO VIVEN

La mayoría de los indígenas chiapanecos se dedican a la
agricultura y a la producción artesanal. A duras penas
explotan sus pequeñas parcelas de maíz (milpas) que arrancan a
las escarpadas montañas y malbaratan su trabajo artesanal a
precios de saldo. Telares, blusas, sandalias, cordajes, piezas
de barro y sombreros de paja que venden a los turistas junto a
la más variopinta bisutería.

Muchos de ellos habitan, cuando tienen suerte, en casas
firmes. Pero es más común que busquen cobijo, sobre todo en la
zona de la selva, en frágiles chozas de madera. Y en cualquier
caso siempre está presente la austeridad.

A pesar del petróleo que se extrae de las entrañas del estado,
en la mitad de los hogares chiapanecos se utiliza leña y
carbón para cocinar.

Sólo un tercio de estas viviendas cuenta con luz propia.

Frente al indígena que cuenta con una parcela que cultivar,
aún cuando sus rentas sean miserables, se alza el indígena que
trabaja en las grandes haciendas. Son los peones
, es decir, jornaleros que viven en habitaciones
proporcionadas por el finquero y a cambio de las cuales están
obligados a trabajar aún en horas extraordinarias. Mano de
obra barata, consumidores cautivos de la denominada "tienda de
raya", deudores de por vida.

La cotidianidad en Chiapas tiene ribetes feudales. Y es muy
fácil observar en los lindes de cualquier carretera comarcal a
las mujeres indias cargadas con pesados haces de leña, cuando
no con baldes de agua. Los niños también están condenados al
trabajo desmedido para procurar a su familia lo indispensable.

PATOLOGIA DE LA POBREZA

Con una dieta basada en el maíz, el frijol y el café,
difícilmente se puede aspirar a una existencia saludable.
Estos son los alimentos que se ingieren, con muy pocas
variantes, en el 80 por ciento de los hogares de la selva
Lacandona y en una buena parte del resto del estado.

La desnutrición castiga a las tres cuartas partes de los
campesinos y la población infantil, cuya lactancia se prolonga
en exceso ante la falta de recursos, se resiente de tan
insuficiente dieta en un estado en el que casi la mitad de la
población tiene menos de 15 años.

Así, el 88 por ciento de los menores está desnutrido y es
víctima de enfermedades respiratorias agudas e intestinales,
como consecuencia de lo que se ha dado en llamar "patología de
la pobreza". En algunas zonas de Chiapas, y sobre todo en la
selva Lacandona, malestares como una simple diarrea se pueden
convertir en enfermedades de pronóstico reservado.

Tampoco los aires de la educación favorecen a los indígenas
chiapanecos. El 60 por ciento de la población en edad escolar,
muchos de ellos monolingues, tiene impedido el acceso a la
enseñanza. Tan sólo en primaria, del total de niños que logran
ingresar a la escuela el 80 por ciento deserta antes de
terminar el primer grado.

El analfabetismo se halla generalizado entre campesinos e
indígenas (45 por ciento) y los maestros son escasos y mal
preparados.

Chiapas ocupa el más alto índice de analfabetismo en México,
con un tercio de la población total completamente ajena a la
educación, seguido de los estados de Oaxaca y Guerrero.

REBELDES A PESAR DE TODO

Los indígenas de Chiapas cuentan con un abultado equipaje de
protestas populares, muchas de ellas apagadas a sangre y fuego
desde la época colonial.

Desde 1528, nueve años después de que Hernán Cortés
desembarcara en Veracruz, se han producido, según los
especialistas, más de 120 rebeliones en el área maya que
abarca casi todo el Sureste mexicano. Y en Chiapas brotaron al
menos cinco de notable intensidad.

La primera de ellas, precisamente en 1528, cuando el
conquistador Diego de Mazariegos fue recibido a tambor
batiente en su empresa de poner orden en aquella alborotada
provincia de la Nueva España.

Después, en 1693, en 1712, en 1869 y en 1911, los zoques,
tzotziles y tzeltales protagonizarían vioIentas revueltas
motivadas generalmente por razones políticas y religiosas,
siempre al calor del sojuzgamiento, para protestar por el
trato de españoles primero, y de criollos y mestizos después,
ya en el México independiente pero no más democrático. La
injusticia seguía prevaleciendo.

La última advertencia indígena llegó de la mano de la
guerrilla zapatista el primero de enero de 1994.

TEXTO TOMADO DE REVISTA CAMBIO 16 N§ 1214 (27.02.95) (Págs. 52-57)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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