Quito. 7 jun 96. El pasado 19 de mayo, estratégicamente
situados en la salida de los recintos electorales, los jóvenes
del "exit poll" les preguntaron a más de 30 mil ciudadanos no
solo por quién acababan de votar, sino también cómo
calificaban la actual situación de su familia en comparación
con la que se vivía hace cuatro años: el 23 por ciento de
ellos respondió que estaba "mejor"; sin embargo, el 26 por
ciento calificó la situación como "algo peor" y el 45 por
ciento afirmó que su familia está definitivamente "peor" que
hace cuatro años.

¡Cómo es justo!, se dirán indignados los artífices de la
política macroeconómica del actual Gobierno. Y es que este 71
por ciento de insatisfechos parece no guardar relación alguna
con el logro de haber reducido el déficit fiscal del 7 al 0.5
por ciento del PIB, y menos con la hazaña de haber frenado la
inflación, que en 1992 registró un promedio del 54.6 por
ciento y hoy bordea el 23 por ciento anual.

Rebuscándose unos sucrecitos

El descontento, a pesar de ello, no es gratuito. Según el
estudio "Impacto de las políticas económicas sobre sectores
populares", que viene realizando el Centro Andino de Acción
Popular (CAAP) desde hace tres años, los sectores populares y
medios han vivido un tiempo de recesión en estos cuatro años
de gobierno: "aún no hemos concluido el análisis de los datos,
pero es posible decir con certeza que más del 50 por ciento de
los encuestados han tenido que cambiar sus patrones de
consumo, y pasar de bienes y servicios superiores a otros
inferiores", dice Milton Maya, economista que participa en el
proyecto.

Los bienes superiores son aquellos que presentan mejor
calidad. En otras palabras, mucha gente en el país ha
renunciado a la clínica privada para confiar su salud al
criticado servicio de los hospitales públicos; ha descartado
el teléfono para pagar un arriendo más barato, o se ha visto
obligada a optar por el transporte popular, aunque en el fondo
de su alma prefiera viajar en ejecutivo. Todo con el fin de
ahorrar unos cuantos sucres.

Estas formas de ahorro se aplican, por lo general, acompañadas
del crédito informal (el tendero y las transacciones al fío
son un elemento vital de estas economías), la tediosa búsqueda
de bodegas y distribuidoras donde los precios son más
económicos, la venta de activos (como el querido televisor,
por ejemplo) e incluso el regreso al lugar de origen.

Según Maya, los sectores populares saben combinar estos trucos
y adaptarse rápidamente a las carencias. La clase media, en
cambio, trabaja por lo general en relación de dependencia y
percibe un ingreso fijo: la suya es "una economía poco
flexible frente al movimiento del mercado local".

La serpiente se muerde la cola

Sin embargo, el estudio del CAAP muestra también que un
porcentaje no superior al 15 por ciento de los encuestados ha
experimentado cierta recuperación que "le ha permitido salir
de situaciones incómodas, para lograr lgo de estabilidad e
incluso acumulación". No obstante, en muchos casos la
recuperación se debe a situaciones coyunturales y momentáneas
como, por ejemplo, que los hijos hayan salido de la escuela y
se dediquen a trabajar... "En el mediano y largo plazo -dice
Milton Maya-, estas personas están condenadas a no poder salir
de ahí".

Tan solo un cinco por ciento de las familias de sectores
populares ha encontrado una posibilidad de superación real, y
el secreto está en la microempresa. En el círculo vicioso de
la crisis, la clase media empobrecida busca productos y
servicios de buena calidad, pero con precios más acequibles
que los de centros comerciales y supermercados: entonces
entran en juego los pequeños productores, que han logrado
abrirse un mercado en los sectores medios deteriorados.

Hipotesis

¿Por qué ese divorcio entre las cifras macroeconómicas y la
economía doméstica? Para algunos economistas, la propia
obsesión del Gobierno de alcanzar sus metas macroeconómicas
-como mantener estable el dólar, por ejemplo- le ha obligado a
tomar medidas recesivas como la elevación de las tasas de
interés, que terminan frenando la producción, la creación de
plazas de trabajo y, finalmente, la capacidad adquisitiva de
la gente.

Otros, como Milton Maya, afirman que la tasa inflacionaria
podría estar en cierta medida alejada de la realidad, pues se
calcula partiendo de una canasta básica fijada hace 20 años,
en la que los valores otorgados a cada elemento ya no son
vigentes: "antes los servicios eran subsidiados y por eso
tenían una baja ponderación, pero hoy ya no existe esa lógica
de subsidios; lo mismo ocurre con la leche, que antes estaba
sometida a un control de precios. Sin embargo, dentro de la
canasta, estos elementos siguen teniendo una ponderación
baja", explica.

También el monto del salario unificado (mínimo vital más
bonificaciones y compensaciones) resulta engañoso: en 1992
equivalía a 73 dólares y hoy a 149, uno de los salarios
mínimos más altos en Latinoamérica según varios estudios. La
trampa está en que quienes acceden a esta base o más son muy
pocos: el ingreso mensual de la gran mayoría de los
ecuatorianos no llega a esos 149 dólares.

"De arriba ya no esperamos nada"

Alina Noroña revisa el balance del comedor popular que ella y
otras treinta socias mantienen en la Villaflora, y comprueba
una vez más que en el mes de mayo les han quedado apenas unos
cien mil sucres de ganancia. "No sé en qué país vivirán ellos,
porque, lo que es en el nuestro, los precios suben todos los
días", dicen ella y otras cuatro líderes barriales que se han
reunido con nosotros para contarnos que "mejor se ríen" cuando
escuchan por ahí que la inflación ha bajado y que la economía
se está estabilizando, porque nada de eso les ha llegado.

Las cinco forman parte del programa Asociación de Promotoras
Populares en Nutrición y Tecnología Alimentaria, que se inició
hace dos años -con talleres organizados por el Centro de
Promoción y Acción de la Mujer, CEPAM- y hoy genera ingresos
para sus socias, a través de cursos de nutrición que ellas
mismas dictan o del servicio de buffet que brindan.

La autogestión es todo

Su visión coincide con la de ese 79 por ciento de ecuatorianos
que, según una encuesta de CEDATOS, aseguran que la brecha
entre pobres y ricos se ha ensanchado en estos últimos años.
"Quienes forman parte del gobierno establecen la política
económica de acuerdo a sus intereses -dicen-, precisamente
por eso nos reunimos: de arriba ya no esperamos nada, nosotras
mismas tenemos que buscar la forma de sobrevivir".

Las integrantes de esta asociación están convencidas de que
habrá cambios, "pero comenzando desde abajo". Por eso han
empezado por aplicar, en sus propios hogares y en los talleres
que dictan, el retorno a los "alimentos tradicionales", que no
solo resultan económicos, sino también muy nutritivos.

Sin embargo, hasta en eso el mercado les juega malas pasadas.
"En el momento en que más gente se enteró del valor de estos
alimentos, y la televisión empezó a promocionarlos, subieron
de precio automáticamente -cuentan-. Hace dos años la quinua
era baratísima, costaba 300 sucres la libra, ahora cuesta dos
mil; la libra de soya costaba cien sucres, y ahora el precio
es de 800 sucres".

Para estas mujeres, que son amas de casa, líderes comunitarias
y ejecutoras de dos o tres trabajos al mismo tiempo, la baja
tasa inflacionaria y la estabilidad no existen más que en los
discursos. En su realidad los precios suben cada mes
-exactamente al día siguiente de conocido el nuevo precio de
la gasolina- y se sobrevive recorriendo el mercado entero,
hasta encontrar a esa casera que vende aunque sea cinco sucres
más barato. (DIARIO HOY) (P. 5-C)
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