Quito. 28 ene 2001. El patrón de Altura, Tarquino Arévalo, volvió al mar
por necesidad, luego de que ya estaba retirado.

El 11 de enero anterior, el patrón de Altura Tarquino Arévalo recibió una
llamada a su casa para informarle que el buque Doras I había sufrido una
avería y que le encargarían el traslado de búnker a San Cristóbal, su
antiguo hogar, en el petrolero Jéssica. "Soy amamantado con pescado",
bromeó para hacer notar que podía asumir el reto. Tuvo dos días para
estudiar las cartas naúticas de la zona. El 13 de enero la tripulación
del Jéssica estaba lista para zarpar a las 12:00. Cuando se disponían a
salir, una vez cargado el búnker desde el Doras I, se enteraron en el
puerto La Libertad que el Jéssica no tenía permiso para llevar el
combustible a Galápagos. El permiso del Doras I no le servía.

Tarquino Arévalo llamó por su celular a Operaciones de Acotramar, la
propietaria del Jéssica, para que gestionaran el permiso en la dirección
General de la Marina Mercante. Era sábado y con unas llamadas
telefónicas, ubicaron al encargado de otorgar los permisos y obtuvieron
uno para el Jéssica. Zarparon a las 19:30.

El patrón de Altura cree que todos esos hechos estuvieron escritos en el
libro del destino para que terminara en el encallamiento del Jéssica, en
Bahía Naufragio, frente a las costas de San Cristóbal: se dañó el Doras,
demoró la hora de zarpe, dejó de ver el radar para guiarse por el Sistema
de Posicionamiento Global (GPS) y en lugar de llegar en la tarde
arribaron a la isla en la noche. "Sucedió porque debía suceder", dice.

Después de haber vivido 45 años en Guayaquil, 10 en San Cristóbal y tres
en Paute, su tierra natal, donde nació un 1º de enero de 1943, el tercero
de seis hermanos se aficionó del mar por necesidad. Regresó al mar
(cuando creía que estaba retirado) por la misma razón.

Cuando cumplió tres años, la muerte de su padre obligó a su familia a
emigrar a Guayaquil. En 1964 llegó a San Cristóbal, siguiendo los pasos
de su hermano, el primer marinero de la familia. En ese año el muelle era
hecho con palos de mata sarno, las langostas se recogían en la playa y
solo se comía bacalao, según recuerda Carmen Herrera, armadora de pangas.
Ahí conoció a María Lascano, con quien se casó y tuvo cuatro hijos.

En San Cristóbal lo recuerdan porque atendía el comisariato de la Armada
y siempre fiaba a la gente los comestibles. Llegó como marinero y
ascendió a Cabo primero entre el comisariato, el fútbol y la BAE Píntag,
su primera embarcación. Se trataba de un barco camaronero incautado,
adaptado para la Marina.

Alfonso Lozada, pescador de la isla, recuerda a Arevalo a bordo del
Píntag, trayendo los comestibles que un avión de la Armada llevaba a
Baltra, porque en esa época San Cristóbal no tenía aeropuerto.

Antes de emigrar de San Cristóbal hizo un curso de seis meses,
fundamental en su vida, el de patrón Costanero, en donde dice que
aprendió la navegación celeste, a utilizar el sextante, a guiarse por las
estrellas. Le dieron el pase a Guayaquil y estuvo a punto de renunciar
para quedarse en la isla. Se divorció de María Lascano. En Guayaquil
volvió a casarse y tuvo tres hijas.

En 1981 puso fin a su vida en la Armada y comenzó en la Marina Mercante.
En 1985 llegó por primera vez a Acotramar y navegó en el Jéssica,
bautizado así en honor a la hija de los propietarios. Pero solo estuvo un
mes y medio. En 1989, volvió a Acotramar como administrador de la
motonave Piquero. Más tarde en la Veinticinco de Julio de Guayquil
instaló un soda bar y le fue tan bien que incluso pensó en abrir
sucursales, pero comenzaron a arreglar la vía. Los trabajos duraron un
año; cerró el negocio y estuvo desempleado, gastándose sus ahorros.
Entonces pidió trabajo en Acotramar, en 1995.

Fue primero capitán del buque Tatiana 5, luego del Tatiana 6, cuando el
anterior quedó inservible, y, finalmente, otra vez del Jéssica. Hace tres
meses pensó en renunciar, porque asegura que tenía una mejor oferta de
trabajo. Desistió cuando le arreglaron el sueldo. El 13 de enero zarpó de
la Libertad y el 16 encalló en Bahía Naufragio. Encalló, asegura, por
exceso de confianza. Dejó de mirar el radar, porque así estaba escrito en
el destino, porque si hubiera maniobrado diez metros más adelante del
bajo de Schavoni cree que nada habría pasado. Que no se habría convertido
en el hombre más famoso del país, en el más buscado por periodistas
nacionales e internacionales. Por eso pensó en el suicidio, cuando se
quedó solo en el Jéssica, que seguía escorándose, con la cabeza rota por
un golpe.

Pero en ese momento, asegura que vio la cara de su esposa, de sus tres
nietos, como en una película fugaz, y desistió. Ahora espera ver qué otra
cosa ledepara el destino.

Cambio de estrategia

La nueva estrategia para enderezar el buque Jéssica es imprimir aire con
compresores. Los 300 mil galones de agua que inundaron los tanques del
buque petrolero impidieron al remolcador moverlo una sola pulgada.

Para imprimir el aire, un buzo y cinco personas trabajaron en el
taponamiento de todos los huecos del buque, con madera y fibra flexible.
Los técnicos apuntan a que el aire logre evacuar el agua de los tanques y
el Jéssica pueda reflotar con ayuda del remolcador.

Ayer debieron concluir las labores y hoy esperaban terminar esas
maniobras seguidas. Los marinos del Jéssica solo esperaban a que el
representante de Acotramar, Galo González, concluya los últimos trámites
para poder salir de San Cristóbal rumbo a Baltra. Hoy estaba previsto su
arribo a Guayaquil. El viernes en la noche, por gestión de los abogados
de Acotramar, la tripulación fue liberada de toda culpa. Solo el capitán
Tarquino Arévalo espera de que comience el Consejo de Capitanes. (JT)
(Diario Hoy)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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