Quito. 31 ago 97. (Editorial) Se nos pide la urgente difusión
del optimismo. El Ecuador está como está en parte, de acuerdo
a esta visión, por la actitud negativa de la prensa, incómoda
portadora de desgracias cotidianas, corrupciones inacabables y
mediocridades alarmantes.

El asunto se complica cuando esta urgencia de optimismo parte
desde el corazón de mismo de los medios: la crisis económica
golpea en todos los niveles y los medios son, además, un
negocio. Y empiezan los sueños modernizadores. Sueños que
piensan que como la gente está harta, hay que fingir que hay
razones suficientes para que dejen de estarlo, en lugar de
hacer algo para rectificar las fuentes del hartazgo.

Como todo, el nivel de la prensa nacional debe mejorar; pero
ello, elemental mi querido Watson, creo que no se consigue con
la patraña de hablar de un país optimista, hueco, idiotizado,
que no existe. Si la gente está cansada, es porque la
situación es deprimente. Y ante eso el camino no es cerrar los
ojos, sino buscar al otro país que respira muy en silencio, y
ser más verdaderamente críticos, más profundos, situarse más
lejos de la sintonía del discurso envejecido del sistema y sus
defensores.

Y también no hay que sentirnos tan especiales. En todas partes
se cuecen habas: un cable de DPA daba a conocer un concierto
en Santiago de Chile en honor del Che Guevara. Angel Parra,
Daniel Viglietti, Mario Benedetti, Patricio Manns, Vicente
Feliú, "figuran también entre los artistas vanguardistas que
actuarán".

¿Vanguardia? Vanguardia envejecida. Y aturdida, aunque me
duela.

Por todos los frentes, el mundo se asfixia de criterios
rebasados, moralistas y de doble moral: recuérdese, por favor,
la ovación de las "élites" a la modernización planteada por
las reformas económicas y la convertibilidad de Bucaram;
estaban dispuestos a que Ecuador llegara al moderno siglo XXI
de la mano de quienes se regodeaban en su primitiva
bestialidad animal. Recuérdese, ahora, la temprana ovación de
ciertos medios a la patada de Nebot al tablero de la Asamblea.

Estamos ausentes, en carne y hueso, de movimiento coherente,
de signos vitales, de acción constante, que concluye y propone
algo.

El presidente Alarcón es un presidente literato, lleno de
discursos.

La corrupción de este gobierno y del país, de ese que la
prensa informa no siempre bien, no está sólo en la troncha
encabezada, orgullosamente, por el Partido Social Cristiano,
sino por el regodeo onanista de los sectores reaccionarios de
siempre (¿fue realmente raro el pacto PSC-DP?).

Es terrible, pero cierto: Abdalá es un tema que terminó por
cansarnos a todos, pero desde su caída, nada ha pasado en
realidad, así que es casi imposible hacer un análisis de hoy
sin referirnos, necesariamente, a él.

Es que su triunfo fue el triunfo de la nueva derecha, aquella
populachera e hipócritamente antisolemne (qué fácil es
derrotar al oropel y la solemenidad de una izquierda que ve el
punto de reunión de "las fuerzas progresistas" a figuras
rebasadas, pero CON MAYUSCULA, de nuestra GRAN CULTURA).

Abdalá fue, perdón por repetirlo, la culminación de un parto
de mellizos infinitamente largo, del cual Febres-Cordero
simplemente es uno de los hermanos mayores, y el propio Abdalá
uno de los menores, hasta ahora. El relevo generacional de la
derecha, auspiciado por la izquierda envejecida, se ha
detenido, como todo en este país. Sin embargo, con la tiranía
del pasmo, los viejos de la trinca están abonando el retorno
de las criaturitas, con o sin Asamblea, con o sin segunda
vuelta.

¿Y ante eso, quieren que estemos contentos? (DIARIO HOY) (P.
4-A)

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