Quito. 15.09.94. En la muerte todos somos iguales. Así fue
durante siglos. Sim embargo, el sabio proverbio ya no sirve.

Ahora hay muertos cerebrales y muertos cardíacos, muertos
cerebrales totales y muertos cerebrales parciales, cadáveres NHB
y anencéfalos. Todos ellos están muertos, al menos un poquito. Y
médicos, teólogos y filósofos discuten entre sí: ¿qué tan muerta
tiene que estar una persona para que se la catalogue además como
muerta?

Un cadáver es rígido y frío, y forma manchas debajo de la piel:
así era antes. Luego, los médicos aprendieron a volver a hacer
latir un corazón detenido mediante masajes cardíacos de presión y
choques eléctricos ("reanimación"), manteniendo vivos a los
pacientes con paro respiratorio a través de respiración
artificial. Le arrancan seres humanos a la muerte; pero
frecuentemente sus pacientes se quedan en una terrible zona gris
entre la vida y la muerte.

Antes se creía que los pulmones, el corazón y el cerebro
solamente pueden vivir si están juntos. Si falta uno de esos
órganos, se rompe casi instantáneamente el juego de reciprocidad
de los otros dos, se decía.

Desde que los enfermos terminales reciben respiración artificial,
cada órgano puede morir individualmente; la muerte se subdivide
en muertes parciales. Morir puede durar días, semanas, meses. Hay
miles en estaciones de cuidados intensivos aletargados en
diferentes antesalas de la muerte.

Anualmente, a varios miles de personas se les muere el cerebro
antes que otros órganos, generalmente después de accidentes,
derrames cerebrales o suicidios. En estos casos de "muerte
cerebral total", el suministro de oxígeno al cerebro se ha
suspendido durante tanto tiempo, que el sensible tejido cerebral
muere.

No pueden ya pensar, sentir, tener conciencia, recordar. La
respiración se para, así como todos los demás reflejos comandados
por el cerebro. Su corazón, sin embargo, late todavía
autónomamente, su cuerpo digiere un alimento que es suministrado
en forma artificial.

Otra cantidad similar de personas en coma ("muertos cerebrales
parciales" o pacientes con "muerte de la corteza cerebral") miran
con ojos vacíos el techo de las clínicas. Después de un
accidente, de un infarto cardiovascular o de un derrame cerebral,
muchas de ellas no se despiertan jamás del estado de coma.

Su tronco cerebral regula las funciones vegetativas: temperatura,
respiración, presión sanguínea y ritmo del sueño y la vigilia. Su
cerebro está paralizado. No pueden pensar ni recordar. Si
sienten, y cómo sienten, no se sabe. Hacen rechinar los dientes,
golpean con los brazos, pueden masturbarse por reflejo. Su
conciencia, sin embargo, está muchas veces perdida -sin
discusión.

A ellos se suman cada año cerca de 600 bebés que nacen con
malformaciones cerebrales: son los "anencéfalos". Su cerebro está
atrofiado, muchas veces falta del todo. Pueden gritar, respirar,
hacer movimientos reflejos de succión. Pero, incluso con cuidados
médicos intensivos, no sobreviven más allá de unos pocos días o
semanas, en raros casos hasta tres años y medio.

¿Es posible trazar en esa zona gris una línea de frontera que
separe a los muertos de los vivos? Qué significa la muerte:
¿cuenta la muerte del cuerpo de la persona o la muerte del alma?
¿Y cuándo exactamente abandona el alma el cuerpo?

La medicina intensiva ha penetrado en el terreno de filósofos y
teólogos. Las puntillosas explicaciones de antaño acerca de la
separación de cuerpo y alma han ganado de pronto una aplicación
práctica: ¿puede un muerto cerebral, cuyo cuerpo vive todavía en
un 97%, ser considerado muerto? Por el contrario, ¿un hombre
sigue estando vivo incluso si jamás va a poder recobrar la
conciencia?

Son preguntas incómodas para los médicos, porque la respuesta
define cuándo un ser humano puede ser cedido como donante para el
trasplante de órganos.

En 1967 se trasplantó por primera vez un corazón humano. No fue
casualidad que un año más tarde la comisión de ética de la
Universidad de Harvard decidiera poner fin a la discusión con una
nueva definición de la muerte: el hombre muere cuando todas las
funciones del cerebro se apagan completamente y sin retorno.

Pacientes en coma profundo, bebés anencefálicos y personas con
otro tipo de disfunción parcial del cerebro fueron clasificados
dentro del mundo de los vivos. Los muertos cerebrales totales
fueron enviados al reino de los muertos.

Desde entonces, los médicos afirman que los muertos cerebrales
están muertos, y que eso está científicamente comprobado .

Pero últimamente, y precisamente 25 años después de su
establecimiento, el dogma de la muerte cerebral se tambalea. No
sólo teólogos, sino también neurólogos. siquiatras y médicos
intensivos anuncian de pronto que tienen sus reservas al
respecto.

El concepto de la muerte cerebral es "equivocado desde el punto
de vista empírico y lógico", señala el neurólogo alemán Gerhard
Roth. Su coterráneo, el siquiatra Johann- Christoph Student.
considera "totalmente inaceptable" declarar muertos a los muertos
cerebrales. Estos son definidos sencillamente como muertos
porque, según él, lo que ocurre es que los médicos no tienen el
coraje de aceptar que están extrayendo los órganos de donantes
cuyo cuerpo está vivo. Un muerto cerebral sería más un "cerebro
vivo minusválido", les enrostra el internista germano Linus
Geisler. La línea divisoria entre la vida y la muerte es trazada
a voluntad en algún punto del proceso de agonía.

En Alemania, el caso de un bebé que siguió creciendo en el
vientre de una mujer con muerte cerebral generó dudas; dudas no
sólo por el sentido de la avanzada tecnología médica.

¿Un cadáver debe tener hijos?, se preguntaron en esa época,
finales de 1992, los críticos de la medicina high-tech. ¿Puede
una embarazada ser un cadáver?, planteaban los enemigos del
concepto de muerte cerebral.

¿Puede definirse que un cuerpo está muerto si continúa
alimentando durante 40 días al feto? ¿Un cuerpo que, cuando el
fruto de su vientre murió, lo reconoció como muerto y fue capaz
de expulsarlo mediante contracciones espontáneas de la matriz?

Ante todo, el personal de asistencia de las unidades de cuidados
intensivos teme la ambigüedad de los muertos cerebrales. Para una
enfermera puede resultar un relativo shock el ser abrazada por un
muerto cuando se le cambia la almohada, o cuando el cadáver
patalea como si quisiera salir corriendo.

Cosas así suceden, como la historia del pirata St"rtebeker, que
al ser decapitado se incorporó y salió caminando frente a sus
compañeros, salvándolos así de ser decapitados a su vez. "Reflejo
espinal", dice la explicación con la cual se tranquilizan tanto
enfermeras como médicos. La descarga eléctrica espontánea de
células nerviosas en la médula espinal, enseña la medicina,
podría producir la enervación de músculos en los muertos
cerebrales. A pesar de ello el muerto está muerto, completamente
muerto, es lo que tienen que meterse en la cabeza una y otra vez
las enfermeras.

Es que los motociclistas accidentados, los alpinistas que se
despeñan o los suicidas no se ven más muertos que los vivos en la
cama de al lado. Igual que ellos, respiran por un tubo que se les
introduce por la garganta. Son alimentados con suero y producen
orina. Su piel es sonrosada y tibia.

La explicación de la diferencia entre vida y muerte se volvió
cuestión de expertos. Ellos tienen el privilegio de diagnosticar
los tres síntomas que hacen de un paciente un muerto: coma, paro
respiratorio y ausencia de reflejos del tronco cerebral.

Para comprobar la muerte, el médico estimula la respiración del
paciente con dióxido de carbono e intenta desencadenar reacciones
físicas involuntarias como los reflejos de la faringe, de las
pupilas y determinadas reacciones ante el dolor. Si el paciente
no responde, el examen debe ser repetido doce horas más tarde. Si
nuevamente no reacciona, se considera muerto.

Para agilizar el procedimiento, en lugar del segundo examen puede
hacerse un diagnóstico mediante aparatos: con el
electroencefalograma puede ser comprobado el estado de reposo de
toda actividad eléctrica en la corteza cerebral (la Línea Cero);
por medio de una angiografía, que permite ver los tejidos con un
medio de contraste, puede comprobarse que el cerebro ya no está
siendo irrigado; igualmente se considera un indicio seguro de
muerte cerebral cuando el cerebro ya no reacciona ante
determinadas ondas eléctricas a excitaciones acústicas
("potencial acústico de evoción temprana").

La comprobación de la muerte hace de los cuerpos de los muertos
cerebrales un depósito de órganos en conserva -vegetales humanos
como les dicen en Estados Unidos. Una rama especial de la
medicina de cuidados intensivos, el "acondicionamiento de
donantes", se ocupa de atender esos cadáveres mantenidos con
vida: es la medicina de cuidados intensivos para muertos.

Cuando un muerto cerebral es atendido en Eurotrasplant, en la
ciudad holandesa de Leiden, en realidad ya está en marcha la
maquinaria que picará su cuerpo para salvar la vida de otros. En
Eurotrasplant el muerto ya está asignado: los riñones son para
dos pacientes de diálisis en Heidelberg y Groningen, el hígado es
para un alcohólico de Hamburgo que está en coma hepático, el
corazón es para una paciente berlinesa con debilidad en la
musculatura coronaria. Otros enfermos estarán esperando por
pulmones, córneas, vesículas, huesos e intestinos.

Cuando los equipos de cirujanos de Hamburgo, Heelberg y Munich
llegan, todavía está el anestesista a la cabecera del cadáver.
Mientras los cirujanos abren la barriga y el pecho y extraen,
preparándolos debidamente, órganos y arterias, este tiene la
misión de controlar circulación, respiración, temperatura:
aquello que los médicos llaman "funciones vitales" .

Sólo cuando por fin queda conectado el tubo flexible a través del
cual fluye la solución de perfusión a los órganos del muerto
cerebral, ha llegado el momento en el que los cirujanos se
relajan con sus chistes vulgares y descargan en la risa la
tensión acumulada. Ahora la indicación es: "Suspender la
anestesia".

Porque a partir de ahora ya no es necesario mantener activas por
más tiempo las funciones vitales del muerto. El inquietante limbo
-ya no vida, aún no muerte -ha sido abandonado.

Ese limbo es el terreno de los cirujanos de trasplantes.
Solamente porque existen muertos cuyos cuerpos viven, es posible
obtener corazones, pulmones e hígados para trasplantes.

Por eso, dudar de la muerte cerebral significa para los cirujanos
de trasplantes dudar de su oficio todo. Por lo demás, les parece
este el momento menos propicio para reabrir el debate sobre la
muerte cerebral, un debate que creían cerrado hace años: por
primera vez en la historia de la aún joven rama de la medicina,
se ha estancado el número de trasplantes e incluso está
disminuyendo.

Bolsas de aire y defensas en caso de choques laterales de
automóviles tienen frenado el suministro de órganos. Al mismo
tiempo, disminuye la confianza de la población en la medicina de
"órgano-partes". Está difundido el miedo de que los médicos de
trasplantes, ávidos de órganos, podrían apoderarse del cuerpo de
una persona agonizante cuando la vida aún habita en él.

Entre tanto, los parientes de uno de cada cuatro muertos
cerebrales niegan la autorización para la extracción de órganos.
Esto sucedía en uno de cada cinco casos hace apenas un año.

Un proyecto de ley que cursa en Alemania pretende promover la
confianza y el número de órganos donados. La propuesta prevé que
las clínicas deberán ser obligadas en adelante a registrar sus
muertos clínicos. Los deudos de los pacientes cerebralmente
muertos no serán consultados, sino sólo informados sobre la
extracción de órganos. Y, por primera vez, la muerte cerebral
será definida legalmente como muerte de un ser humano.

Los cirujanos esperan que la ley acerque el trasplante de órganos
un paso hacia la normalidad. En una campaña de imagen anuncian:
la fase pionera ha sido superada. El trasplante de órganos ya es
algo rutinario en enfermedades crónicas como envenenamiento renal
y debilidad del miocardio.

A pesar de eso, la medicina de trasplantes nunca podrá llegar a
ser cosa de rutina. Porque ella depende del aprovisionamiento de
muertos -un efecto colateral tanto más macabro entre más se
vuelva permanente la escasez de órganos.

Entre más resonantes los éxitos de los médicos de trasplantes,
más numerosos los pacientes considerados aptos para recibir un
trasplante. En esta situación, se torna difícil para los críticos
de la muerte cerebral lograr ser escuchados. Por el contrario:
ante todo en Estados Unidos encuentran cada vez más adeptos
quienes consideran que la definición vigente sobre muerte
cerebral se queda corta. A los ojos de muchos médicos
norteamericanos, sólo existe un camino para combatir la escasez
de órganos: tiene que haber más muertos. Y estos deben ser
proporcionados por un nuevo criterio en torno al "cerebro
parcial".

¿Por qué, pregunta Robert Levine, ético de la Universidad de
Yale, se considera precisamente el cerebro como el órgano que
hace humano al hombre? Porque es con el cerebro con lo que el
hombre piensa, siente, recuerda y percibe. Y -continúa
inquiriendo Levine- ¿todas esas capacidades no están ligadas a la
corteza cerebral, al cerebro? Las personas sin cerebro, deduce
entonces, ya no son por lo tanto seres humanos.

"La muerte del cerebro superior es la muerte de aquello que nos
hace humanos", decreta igualmente John Fletcher, un colega de
Levine en la Universidad de Virginia. E inmediatamente se pone a
hacer cuentas de cuántos donantes adicionales se podrían obtener
en Estados Unidos si se corren los límites a ese tenor: entre
5000 y 10 000 al año.

Su conclusión: los bebés anencéfalos nunca han vivido y por lo
tanto pueden ser cedidos como donantes. También los pacientes en
coma profundo podrían ser declarados en principio muertos. Unico
problema: hasta ahora no ha sido posible predecir médicamente si
un paciente en coma recobrará la conciencia o no.

Los cirujanos de la Escuela de Starzl, en Pittsburg, no tienen
que amargarse la vida con esta clase de problemas. Ellos recurren
a otro tipo de muerto como donante de órganos para sus
experimentos en trasplantes extremos: los cadáveres NHB (Non-
Heart-Beating).

Según ese concepto, se puede desconectar a un paciente de la
respiración artificial si este ha anunciado previamente, por
escrito, el deseo de que no se le prolongue la vida con máquinas
ni medicamentos. Dos minutos después del paro cardíaco -cuando
teóricamente aún es posible una reanimación-puede ser expedido el
certificado de defunción: el cadáver NHB es entregado con ello a
un proceso de trasplante. Se recomienda la celeridad, de lo
contrario se descomponen los órganos, que han dejado de recibir
oxígeno.

Ese tipo de perspectivas aparecen tanto más amenazadoras cuando
se tiene en cuenta que ni siquiera la "muerte global del cerebro"
está definida con tanta nitidez como les gusta exponer a los
médicos.

Los neurólogos siguen discutiendo: ¿comprueba la Línea Cero en el
electroencefalograma realmente el fin de toda actividad eléctrica
en el cerebro? ¿Por qué, entonces, sigue subsistiendo muchas
veces una actividad residual cuando se introduce un electrodo por
la nariz hasta cerca del lóbulo olfativo (electroencefalograma
nasofaríngeo)?

O, por el contrario, ¿el cerebro está muerto antes que el
electroencefalograma se silencie? ¿Y qué significa el hecho de
que el cerebro de un "muerto cerebral" siga produciendo hormonas?
¿No es eso ya una prueba de que ciertas funciones cerebrales
sobreviven a la "muerte cerebral"?

Los padres que no pueden comprender cómo es que está muerto su
hijo accidentado, aunque el corazón le siga latiendo, no son los
únicos a los que se les está exigiendo demasiado con el abstracto
concepto de la muerte cerebral. Tampoco los médicos y enfermeras
tienen muy claros los términos.

Sin embargo, no parece estar a la vuelta de la esquina una
alternativa al descuartizamiento de los muertos. Si en los
institutos de biología molecular se está trabajando en mantener
órganos humanos en laboratorio, o en manipular genéticamente de
tal modo a animales cuyos órganos no sean rechazados por el
sistema inmunológico humano, todavía falta mucho para que haya
resultados clínicos. Antes que un éxito de estos sea anunciado,
habrá florecido una rama más de la medicina de "órgano-partes":
el trasplante del cerebro.

En torno a esa idea han comenzado a trabajar los neurólogos desde
hace siete años: en 1987, por primera vez, un médico de Ciudad de
México implantó tejido cerebral de fetos abortados en el cerebro
de un paciente con la enfermedad de Parkinson, una forma de
parálisis que se atribuye a la muerte de tejido en el mesocéfalo.

Ya en este momento vive tejido cerebral ajeno en las cabezas de
más de cien pacientes de Parkinson. Y pronto, especula Linke, el
trasplante cerebral podría superar en importancia el implante de
corazón, hígado y riñones. Porque hay tres ventajas que hacen que
el cerebro sea especialmente apropiado para trasplantes:

1. La cantidad de tejido cerebral disponible es notable.
Solamente en Alemania, los fetos abortados podrían llenar
anualmente un camión de transporte con tejido biológico.

2. Prácticamente no hay problema con la reacción. Las células del
sistema inmunológico no pueden pasar las barreras que el cerebro
le pone a la sangre y por ello no pueden atacar un tejido
extraño.

3. El número de posibles receptores es gigantesco: Alzheimer,
síndrome de Parkinson, epilepsia, esclerosis múltiple,
esquizofrenia, derrame cerebral, lesiones cerebrales, parálisis
transversal son sólo algunas de las enfermedades que los médicos
quieren tratar mediante el trasplante cerebral.

En todo caso, comenta Linke con sarcasmo, algún día podría surgir
la pregunta de quién ha de donarle a quién partes de su cerebro:
¿el motociclista accidentado al paciente de Alzheimer, o éste al
motociclista? (FUENTE: DER SPIEGEL)

(TEXTO TOMADO DE REVISTA CASH INTERNACIONAL No. 42, PP. 27-33)
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