Quito. 08.01.95. Quito, la ciudad capital del Ecuador, "fue
afectada por un terremoto el 6 de marzo de 1997. Hubo
aproximadamente 1.000 muertos y 700 millones de dólares de
perdidas en las cercanías de Quito, daños y heridos fueron
menores en la ciudad. Es el más fuerte de los sismos que
tengan experiencia los quiteños".

De ese modo comienza un informe preparado por la Escuela
Politécnica Nacional, GoeHazards International, el Municipio
de Quito, ORSTOM y OYO Corporation, publicado en mayo de 1994.

"En los 250 años previos, no obstante, Quito fue sacudida por
muchos sismos fuertes, incluyendo cuatro que produjeron
temblores tan fuertes, que impidieron a los ciudadanos
mantenerse en pie. Ellos ocurrieron en 1755, 1797, 1859 y
1898, cuando la ciudad era significativamente menos poblada y
desarrollada que en la actualidad".

Y el director de Planificación del Municipio de Quito, Gonzalo
Bustamante, añade que desde 1541 se registraron 23 terremotos
y más de 1.100 sismos.

De manera que la capital está asentada sobre una zona de
eminente riesgo sísmico.

Ahora bien, ¿qué pasaría si se produjese hoy un terremoto
violento y prolongado en el Norte de la ciudad?

Esta hipótesis (un sismo de magnitud 6,5 grados, localizado a
25Km. al Norte del centro de Quito; el de 1987 fue de 6,9
grados, y su epicentro estuvo a 80 Km. al este de la ciudad)
fue manejada por un equipo multidisciplinario de técnicos
entre julio de 1992 y marzo de 1994: más de 40 sismólogos,
geólogos, ingenieros de suelos, de estructuras y
planificadores urbanos del Ecuador, Canadá, Francia, Japón y
los EEUU, así como delegados de 117 instituciones.

No se trató de elaborar un pronóstico, ni mucho menos. Es
prácticamente imposible pronosticar cuándo se producirá un
nuevo terremoto en Quito. Pero reflexionaron y evaluaron las
condiciones de seguridad de la ciudad desde muchos ángulos. De
ello salió una publicación, que se ha impreso en inglés,
titulada "The Quito, Ecuador, earthquake risk management
project", cuyo escenario está contenido -en traducción libre-
en estas páginas de BLANCO y NEGRO.

Es un material sumamente interesante, que pone en evidencia lo
poco preparada que está la capital para soportar un flagelo,
de las pocas previsiones que toman sus ciudadanos, las
instituciones y las autoridades.

La descripción que sigue, subraya el informe, ilustra algunos
de los posibles impactos sobre Quito por un particular
terremoto en la ciudad. Otros sismos, no considerados en este
estudio, acarrearían diferentes consecuencias. Esta
descripción sirve solo para planificar y preparar programas y
para tomar precauciones en función del riesgo de un terremoto.

No se trata, entonces de un pronóstico ni de un augurio, pues
la posibilidad de un sismo, como todos lo sabemos, siempre es
una posibilidad presente en el Cordón de Fuego del Pacífico.
"Es que la tierra está viva", dice uno de nuestros
entrevistados.

LA CIUDAD SE SACUDE

Son exactamente las 21h00. Una tarde de fuerte lluvia ha
empapado la ciudad; las calles aún están mojadas. Los quiteños
están descansando con sus familias y amigos, merendando,
mirando TV, o sentados y conversando. Los niños más grandes se
hallan realizando las tareas para el día siguiente, mientras
algunos de los más jovencitos duermen en sus camas.

De repente se produce un sacudón, y luego un temblor más
fuerte. Los platos saltan en las mesas y las ventanas dan
chirridos en sus marcos. La ciudad tiembla con los sacudones
de la tierra. Al comienzo la gente está confusa por la
conmoción, pero luego comprende que Quito está experimentando
un gran terremoto.

Algunos pierden el equilibrio; otros son arrojados al piso.
Las puertas de los muebles se abren; caen ollas, platos y
jarras y los platos producen gran estruendo al romperse contra
el piso. Los animales domésticos corren espantados. Cuadros,
lámparas y televisores caen al piso, golpeando a algunas
personas que tratan de salir de sus casas para escapar del
peligro. Algunas puertas están remordidas, atrapando a la
gente dentro de las habitaciones.

El Norte de Quito experimenta el sacudón más fuerte por su
proximidad al epicentro del sismo. El movimiento es de tal
intensidad que hace imposible estar de pie o caminar. Muchos
libreros, refrigeradoras, cocinas y otros objetos pesados se
vienen al suelo, hiriendo o aplastando a alguna gente. Las
viviendas construidas por sus propios propietarios son
devastadas. Las grietas aparecen en las paredes de muchas
edificaciones de concreto, poniéndolas en mucho peligro.

El centro histórico

El temblor no es tan severo en el Centro Histórico como en el
Norte, pero aun así es muy fuerte. La abundancia de
construcciones de adobe dejan al área muy perjudicada. Algunas
estructuras se caen, especialmente las que fueron afectadas en
el terremoto anterior y que no fueron debidamente reparadas,
atrapando y matando a sus habitantes. Las fachadas de algunas
iglesias, sus cúpulas, las paredes interiores y las torres se
derrumban. Los tejados caen dentro de las casas. Las calles
estrechas se cubren de escombros; la gente aterrada busca a
sus seres queridos en medio de las ruinas.

Los edificios modernos entre el Centro Histórico y el
aeropuerto se salvan de un daño mayor. Las construcciones
cercanas al aeropuerto, mientras tanto, sufren menos
perjuicios, igual que las construcciones modestas en las
laderas orientales y occidentales de la parte Sur de la
ciudad. Allí, el sismo es de menor intensidad, pero lo
suficientemente fuerte como para cuartear las paredes de
ladrillo y de bloque y destruir las chimeneas. Prácticamente
todas las construcciones escolares no reforzadas, y algunas de
concreto con columnas pequeñas, colapsan o son gravemente
afectadas.

Derrumbes

Desprendimientos de tierra bloquean la Vía Oriental y la Vía
Occidental, especialmente en los sitios próximos a las
pendientes. Está interrumpido el acceso a la ciudad por la
parte Norte: la Panamericana está bloqueada por derrumbes, así
como la vía a la Mitad del Mundo, y la carretera hacia la
Costa por Calacalí. Grandes derrumbes de tierra y rocas caen
en la carretera de Tabacundo, así como en la Vía
Interoceánica, haciéndolas intransitables. Un puente en la
Panamericana Norte está inutilizado. Muchas calles secundarias
en el Norte de Quito sufren rupturas. Barrios noroccidentales,
como Jaime Roldós, Pisulí y Comité del Pueblo N. 2 quedan
aislados. Algunas vías en el nororiente están parcialmente
interrumpidas; la única vía de acceso al botadero de Zámbiza
está interrumpida. Muchas de las avenidas que corren del Norte
al Sur están cortadas por los pasos a desnivel derrumbados.
Muchos automovilistas, sin saber qué hacer, han abandonado sus
vehículos en medio de las calles. Más de un centenar de
obstrucciones en las calles hacen imposible el tránsito entre
el Norte, el Centro y el Sur de Quito.

El aeropuerto sufre menos daños y puede operar, pero es
difícil acceder a él principalmente desde el Sur. Las
medicinas en clínicas y hospitales yacen en los pisos y el
equipo médico está seriamente dañado. El personal médico y los
pacientes son heridos al caer los equipos. Dos hospitales no
reforzados, y viejas construcciones hospitalarias, sufren
graves perjuicios y están inutilizables. Ciertas fábricas y
almacenes construidas con acero se pierden al ser abatidos los
anclajes de los muros.

Prosigue el desastre

La canalización de la ciudad se rompe, especialmente en los
lugares que atraviesa rellenos de quebradas. Un derrumbe tapa
el canal que trae agua a la planta de tratamiento de Puengasí.
ciertos colectores principales -particularmente los
canalizados en las laderas occidentales de la ciudad-
estallan, afectando edificaciones y calles.

Derrumbes a lo largo del río Machángara interrumpen la
evacuación de aguas servidas. El daño en la estructura del
edificio de la central telefónica hace que se pierdan
parcialmente las comunicaciones entre Quito y el exterior. Los
cables eléctricos caen a lo largo de la ciudad y más de 500
transformadores están inutilizados. Las estaciones de
distribución de energía eléctrica, especialmente las ubicadas
en el Norte de la ciudad, son seriamente afectadas, sumiendo a
gran parte de la ciudad en la oscuridad.

Cuarenta segundos después de haber comenzado el sismo, el
sacudón cesa.

UNA HORA DESPUES

Una hora luego del sacudón, ciudadanos ilesos remueven los
escombros con las manos y con pequeñas herramientas para
liberar a las víctimas en los edificios destruidos.

La gente trata de localizar a sus familiares y provee ayuda
iluminándose solo con las luces de los automóviles. El rescate
de los que están atrapados bajo los materiales es dificultado
por la oscuridad. Los heridos empiezan a llegar por sus
propios medios a hospitales y clínicas privadas.

Debido a la perturbación y al desconocimiento de las
condiciones estructurales de sus hogares, mucha gente que no
está lastimada y no tiene que buscar a familiares se agrupa en
áreas abiertas como la Carolina, El Ejido, La Alameda y
Fundeporte.

Uno pocos buscan protección en iglesias y conventos en pie sin
importarle el peligro de nuevos temblores.

Algunos toman ventajas de la confusión reinante y saquean
hogares y negocios.

En las construcciones más viejas las instalaciones eléctricas
tienen cortocircuitos y el fuego consume la madera seca muy
rápido. Los residentes apagan ciertos fuegos; las paredes de
adobe impiden que otros fuegos se propaguen.

Los bomberos no pueden auxiliar por las deficientes
comunicaciones, vías obstruidas, congestión vehicular,
ausencia de personal y carencia de agua -muchas tuberías se
han roto, suspendiendo el servicio y muchos hidrantes estaban
fuera de servicio desde antes del sismo.

Pocas estaciones de radio transmiten informaciones. Los
radiodifusores tienen limitada información del desastre y
provocan confusión y pánico con información equivocada,
incluyendo falsos rumores de que un terremoto mucho mayor se producirá en
los próximos días, que el Pichincha va a erupcionar y que las máximas
autoridades gubernamentales murieron en el sismo.

Los vestíbulos de los hospitales están congestionados con
pacientes, personal y equipo inutilizado. Médicos y enfermeras
dudan de la seguridad y esperan la llegada de ayuda.

En la parte Sur de la ciudad, los daños son menos severos y
poca gente está herida. El acceso a cuidados médicos es
limitado, como siempre, debido a que existe solo un hospital
grande en el sector.

Como no existen válvulas de cierre automático entre las
tuberías de agua, mucha cantidad del líquido se pierde. El
suministro de agua para Quito está interrumpido. El agua
potable y las aguas servidas inundan las partes bajas de la
ciudad. El sistema telefónico que funciona se satura por las
llamadas de la gente que trata de ubicar a sus familiares,
amigos, hospitales y otros servicios públicos.

Ninguna información sobre el desastre se emite desde el
gobierno, que también trata de recabar información.

Sismos subsecuentes se repiten con frecuencia, poniendo en
peligro las estructuras afectadas.

Los quiteños esperan angustiados el amanecer.

EL PRIMER DIA

Durante el siguiente día al terremoto, los ciudadanos se
percatan de que las carreteras están interrumpidas, y
advierten que la ayuda no llegará inmediatamente; se empiezan
a organizar grupos para buscar a las víctimas en las
edificaciones destruidas. Las operaciones de recate son
dificultosas por la ausencia de equipo pesado para mover los
escombros.

Como la ciudad no tiene una oficina o un plan para
inspeccionar y evaluar la seguridad de los edificios, varios
profesionales voluntarios establecen la dimensión del
desastre; ninguno, sin embargo, está autorizado para decidir
el destino inmediato de esos edificios. Algunos habitantes
penetran cuidadosamente en los edificios derrumbados para
buscar víctimas o recuperar sus pertenencias; o para hallar
refugios temporales: no se pierde el miedo a nuevos sismos,
pero se espera pasar otras noches en el frío de la
intemperie. La lluvia empeora la situación.

Los saqueos continúan en tiendas y domicilios desprotegidos.
Los negocios y los bancos no están abiertos; la gente se torna
malhumorada cuando trata, sin éxito, de obtener dinero de los
cajeros automáticos para sus necesidades inmediatas.

Con la ayuda de radio aficionados, los llamados de emergencia
son atendidos por unidades especializadas de rescate, que
centran su atención en los lugares devastados del Norte y del
Centro Histórico. La Defensa Civil emite instrucciones
generales a la población a través de la radio.

Los caminos tienen enormes agujeros sobre los desagües y las
quebradas. La ciudad intenta ubicar maquinaria pesada para
abrir las vías bloqueadas. Manejar a través de la ciudad es
imposible. No hay transportación colectiva, con excepción de
taxis, que cobran tarifas elevadísimas. Debido a la
interrupción de la energía eléctrica, los semáforos están
fuera de servicio, provocando una mayor congestión del
tránsito. Las tuberías destrozadas inundan muchos pasos a
desnivel.

Médicos y enfermeras no pueden llegar a los hospitales por las
dificultades de movilización y los heridos de sus familias, de manera que
los profesionales en los hospitales empiezan a fatigarse. Muchos pacientes
con heridas leves son conminados a abandonar los hospitales para
dar cabida a heridos de más gravedad. La atención médica es
particularmente difícil en hospitales carentes de reservas de
agua potable y generadores eléctricos. Las escuelas públicas
en pie y los cuarteles son transformados en centros de
emergencia por el gran número de víctimas.

La reserva de agua de la ciudad, para 10 horas, se agota. El
agua potable es acumulada en tanques en los lugares más
afectados. En muchos otros lugares, el agua está contaminada
con aguas negras. Personal de la EMAP-Q trata de hacer
funcionar el servicio con procedimientos manuales y procura
prevenir más pérdida del líquido a través de las tuberías
destrozadas. Informaciones oficiales indican que se necesita
traer en camiones el agua potable de otras provincias. Más
de las tres cuartas partes de la ciudad carecen de luz; los
daños en las redes subterráneas limitan las comunicaciones
telefónicas. Debido a la carencia de previsiones para el caso
de un terremoto, las reparaciones son extremadamente lentas y
descoordinadas.

El presidente de la República declara a Quito área de desastre
y proclama el estado de emergencia. Las FFAA son movilizadas
para participar en tareas de rescate. (REVISTA BLANCO Y NEGRO
N. 37)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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