Washington. 3 nov 2000. El presidente estadounidense se siente más cómodo
con su accionar en el campo internacional que en el interno

A Bill Clinton no se lo veía tan descompuesto desde los oscuros días del
escándalo Lewinsky. Era la tarde del 13 de octubre y el presidente había
interrumpido su descanso para tratar de disminuir las tensiones entre
palestinos e israelíes. Pero fue inútil, el proceso de paz, una de las
perlas de su política exterior, se hacía trizas. El estallido de
violencia en Oriente Medio era una pésima noticia. No solo que Clinton
había sido una figura clave para impulsar los acuerdos de Oslo, el
proceso de paz entre israelíes y palestinos era su mejor carta de
presentación en política exterior y parte de su legado histórico al
mundo, como dicen sus defensores. Ahora dificilmente se sabrá si es uno
de sus logros o fracasos.

No obstante, en política exterior, el actual presidente de Estados Unidos
tiene mucho de qué jactarse. Fue uno de los artífices de los Acuerdos de
Viernes Santo, que consiguieron acabar con décadas de violencia y muerte
en el Ulster, y obtuvo la paz de Dayton que acabó con la guerra de
Bosnia. El año anterior se vanaglorió de que Estados Unidos no haya
experimentado ni una sola baja en la guerra de Kosovo.

La semana pasada, Madeleine Albright, su secretaria de Estado, abrió el
camino para que Clinton sea el primer presidente de Estados Unidos en
visitar la comunista Corea del Norte. Hace pocas semanas visitó Colombia
para dar el espaldarazo definitivo al polémico Plan Colombia.
Definitivamente, al final de su Gobierno, Clinton se siente más cómodo en
el plano internacional que casa adentro, donde ya no acapara la atención
de otros tiempos.

Y a propósito: al día siguiente de anotarse otro punto en política
internacional, cuando el Congreso aprobó la normalización de relaciones
comerciales con China (20 de septiembre), el presidente recibió una
inesperada y, al mismo tiempo, amarga noticia. El fiscal independiente
Robert Ray declaró que no hay evidencia suficiente para acusar a Clinton
y su esposa, Hillary, por malversación de fondos en el caso Whitewater,
una inversión de los Clinton a principios de los ochenta.

El caso Whitewater acosó al presidente durante sus ocho años en el
mandato y motivó al Congreso de Estados Unidos a nombrar un fiscal
independiente para que se dedicara exclusivamente a investigar a los
Clinton. Una de las tres personas que ocuparon esa función, Ken Starr,
buscó trapos sucios hasta en la vida privada del presidente, para
demostrar que había mentido a un jurado. Primero en el caso Paula Jones y
luego con el escándalo de Mónica Lewinsky, que llevó al Congreso a
enjuiciar, por segunda vez en la historia de este país, a su presidente.
La investigación costó $52 millones y de alguna manera dio la razón a
Clinton, que siempre insistió en que Whitewater y los demás escándalos
colaterales eran motivados por el odio y venganza de los conservadores.

Familia presidencial, ¿un ejemplo?

Si bien los estadounidenses no ocultan su satisfacción con la bonanza
económica que vive este país, pocos niegan el bochorno que causó el caso
Lewinsky, que junto a Whitewater dejaron una profunda cicatriz en la
Presidencia.

Pero incluso en los días en que los estadounidenses estaban más
avergonzados, Clinton era capaz de decir dos frases para que una
audiencia lo idolatrara sin pensarlo dos veces.

Carismático como pocos mandatarios en la historia de Estados Unidos,
Clinton llevó a su partido al centro político hace ocho años para captar
la presidencia.

Ahora, George W. Bush ha hecho lo mismo con su agrupación política,
mientras su rival, Al Gore, trata de vender al electorado los éxitos de
la administración demócrata y le pide, a regañadientes, que lo ayude a
captar votos.

Ya nadie se sorprende de que la esposa del primer mandatario esté en
Nueva York en plena campaña política (ver recuadro) ni que su hija se
haya ido lo más lejos posible (California) para sus estudios
universitarios. Los estadounidenses ya saben que la familia presidencial
no es un modelo de la sociedad, ¿o sí?.

Pasarán muchos años y los estadounidenses aún no sabrán qué decir sobre
Clinton. Y como en el caso del proceso de paz en Oriente Medio, les
será muy difícil saber si fue un éxito o un fracaso. A fin de cuentas,
todo depende del ángulo desde dónde se lo mire.

Hillary, en Nueva York

Ninguna contienda electoral ha acaparado tanta atención como la carrera
por el senado en el estado de Nueva York entre la primera dama, Hillary
Clinton, y el republicano Rick Lazio.

La estrategia de Hillary: convertirse en parte del entorno de una ciudad
que ya es suficientemente llamativa. Es decir, aparecer en todas partes y
todo el tiempo.

La estrategia de Lazio: decir que su candidatura está en contra de
Hillary. Eso le ha bastado para que esta contienda sea sumamente
ajustada, ya que Hillary tiene tantos detractores como defensores.

John Zogby, de la encuestadora Zogby International, divide a Nueva York
en tres áreas: la ciudad (28%), los suburbios (34%) y el interior (43%).
Para que un demócrata gane en Nueva York, debe ganar en la ciudad con más
del 70% y Hillary parece estar logrando eso.

Según Zogby, Hillary es muy popular entre los afroamericanos, pero
necesita un 70% del voto judío y hasta ahora solo el 50% la apoya. El
número de indecisos ha subido del 5 al 17%. Cuando un votante se mueve al
territorio de los indecisos, jamás regresa, dice Zogby.

En los suburbios neoyorquinos, Lazio es amplio dominador.

Generalmente votan por el ganador y prefieren candidatos con apellidos
italianos o judíos, explica Zogby. Es decir, Lazio es preferible a Rodham
Clinton.

El interior del estado suele ser republicano, pero Hillary ha hecho una
intensa campaña, ha recibido mucha cobertura de la prensa local y está
ganando en las encuestas.

Según Zogby, una vez que Lazio empiece a hacer campaña en esta parte del
estado, acortará las diferencias. Pero es aquí, donde verdaderamente se
disputa esta elección, que en los sondeos está empatada.

Partidarios de Bush, más firmes

Muchos votantes aún dudan que el candidato republicano, George W. Bush,
esté preparado o posea la inteligencia para ser presidente, pero esas
inquietudes han disminuido en octubre, indican varias encuestas. El
vicepresidente Al Gore lleva ventaja en cuanto a sus posiciones sobre los
problemas principales, pero su campaña esta semana se ha concentrado en
el mensaje de que Bush no está preparado para la Presidencia.

Se preguntó a los encuestados cuál de los candidatos tomaría las
decisiones más racionales en un momento de crisis. Gore ganó por siete
puntos, 45-38, mientras que a principios de octubre la misma pregunta le
daba una ventaja de 18 puntos. En una encuesta de la cadena de televisión
CBS, la mayoría consideró que Bush es un hombre de mediana inteligencia,
en tanto Gore es muy inteligente y está mejor preparado para ser
presidente.

Bush aventajó a Gore 47-43 en la encuesta Pew y en otros sondeos
nacionales. Otras encuestas indican empate. La batalla por los 270 votos
electorales necesarios para ganar la presidencia sigue siendo muy
disputada.

La encuesta Pew, con un margen de error de tres puntos, sugiere que los
partidarios de Bush son más firmes que los de Gore. (AP) (Diario Hoy)
EXPLORED
en Ciudad Washington

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